Y cuando los minutos fueron tristes la nombré cerezo, pero no había cerezos en el desierto de mi alma. Entonces la llamé trigal y el viento meció suavemente las espigas. Falso espejismo. No estaba ella entre las doradas espigas. La designé tomillo, yerbabuena, retama… pero su aroma no aparecía entre los arbustos y tampoco cando la nombré azucena, rosa o clavel. Totalmente derrotado me volví de nuevo niño y me senté en el pretil de mi puente para comenzar a llorar. En medio de las lágrimas había silencio que me llegaba de las riberas del río y fue cuando oí su dulce voz melodiosa: “Búscame, pequeño, dentro de tu gran corazón… porque estoy ahí dentro”. Y comenzaron a cantar los ruiseñores de la humilde aldea.
Un comentario sobre “Cuando los minutos fueron tristes…”
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Bien, a veces los recuerdos perduran por los olores inconfundibles, que a la larga se tergiversan con otros y no sabemos muy bien que pensar… sin duda, es en ese momento cuando debemos recordar con el corazón. Muy bonito.