El siguiente paso lo llamo yo “la desazón de los rechazos”. La primera crisis silenciosa pronto comienza a buscar salidas de escape. Una forma de fugarse artificialmente del problema en vez de enfrentarlo abiertamente. Es una forma de rellenar la ausencia. El cuerpo de la parte victimaria todavía está presente pero su alma y espíritu ya no. Como se siente atacada y perdida en medio de la Violencia de Género impuesta por la otra parte del matimonio hombre/mujer lo que hace es expresar un rechazo, todavía solamente implícito, a la otra persona. Todavía no se han decidido a romper los silencios pero ese silencio ya va más allá de los pensamientos y se introduce en los sentimientos. La pareja comienza ya, con toda claridad, a ser una simple mentira. El rechazo es cada vez más visible. El amor deja de existir y el engaño con otras mujeres u otros hombres es cada vez mayor. Ya se palpa y se descubre con facilidad que todo va a terminar en un fracaso.
Esta actuación, esta manera de “desazón de los rechazos”, configura un matrimonio donde la parte egoísta es un ser despreocupado que ya no se interesa, para nada, de la otra parte, salvo para tenerla como apariencia ante los demás. La Violencia de Género sigue aumentando de nivel y ahora se producen las primeras agresiones por culpa de los celos, de las infidelidades (sean ciertas o solamente aparentes) y de las sospechas.
Mientras el “violentador” (o la “violentadora”) busca su vida en otros escenarios amorosos, la parte “violentada” se refugia en el escondite de los sentimientos. No le queda más opciones (o mejor dicho cree falsamente que no le quedan más opciones) para elegir. La paradoja es que, a pesar de ello, una gran mayoria de mujeres que sufren los primeros ataques físicos de Violencia de Género (a veces algún que otro hombre) no se atrreve a denunciarlo a nadie; ni tan siquiera a sus mejores amigas o a sus mejores amigos por un temor infundado de que si rompen la relación van a quedar abandonadas o abandonados en la miseria de este mundo material y egoista.
Mientras el “violentador” (o “violentadora”) busca su vida alegre fuera del matrimonio y, por otro lado, obliga a la parte “violentada” a seguir sometida bajo su despótico mandato; la parte “violentada” cae fácilmente en cuestiones tan poeligrosas como la drogadicción o el alcoholismo, para poder olvidar (falsa creencia pues ni las drogas ni el alcohol logran hacer olvidar nada) su situación. Creen que la droga y el alcohol van a ser salidas para encontrar una supuesta “felicidad del olvido”. Esa es la culminación de la por mí llamada “desazón de los rechazos” amorosos. Drogas, alcohol y silencio… mucho silencio…
La vida íntima de la pareja se ha resquebrajado del todo, pero la parte “violentada” sigue resistiéndose a pensar que todo se ha hundido. Le queda la falsa esperanza de que el “violentador” (o “violentadora”) repetitivo una y mil veces, va a poder cambiar de la noche a la mañana. No. Sólo una verdadera transformación espiritual de carácter cristiano puede evitarlo y eso es, en numerosas ocasiones, de lo que huyen los “violentadores” o “violentadoras” porque son incapaces de obligarse a un compromiso serio.