Damián vivía en un rincón de la vieja casa de Doña Julita. No tenía más posesiones que un montón de billetes antiguos que ya no podía cambiar por moneda alguna. Así que Damián era, verdaderamente, pobre.
Doña Julita, apiadándose de Damián, le dejaba dormir en un antiguo camastro que había heredado de su abuelo; un tal José Luis Caja y Velasco-Blázquez que se las daba de marqués para darse importancia pero que sólo era un simplón empleado de Banco. Había sido, en sus tiempos, empleado de la Caja Rural de Salamanca.
Aquel viejo camastro era todo lo que necesitaba el pobre Damián para soñar con la bella Mercedes, con la bella Amparo y con la bella Almudena; las cuales le tenían tan atormentado que parecía un gato montés hambriento de palomas. !Y de verdad que pasaba hambre Damián!.
Un día, cuando el sol apretaba fuerte en aquella ciudad de Salamanca, Damián salió decidido a acabar con aquellos malos sueños. Salió, como todos los días, de la vieja casa de Doña Julita y se dirigió no a la Caja Rural de Salamanca a buscar allí trabajo (puesto que odiaba todo lo relacionado con las letras de cambio, los cheques cruzados, los recibos de agua, luz y gas y las comisiones y los corretajes). Así que decidió irse hacia los campos colindantes de la ciudad.
Y sucedió que allí, en mitad de los campos colindantes de la ciudad, Damián conoció a La Verónica, una mujer gitana de la calle que le propuso ir hacia la cueva donde dormían los conejos silvestres que los gitanos de la barriada cazaban para después comérselos a la pepitoria. Y dicho y hecho. Damián, acompañado por La Verónica, decidió dar unas cuantas verónicas al tiempo (pues torero de verdad quería ser) y entró en la cueva. Había allí una humedad tan espesa que hasta los huesos tiritaban de frío. La Verónica, una vez sentados en un sofá más destartalado que las antiguas tartanas de viajeros que iban de pueblo en pueblo, le enseñó su álbum de fotografías.
– !Dime cuál de todas ellas te gusta más y te la regalo!.
– ¿A cambio de qué? -le respondió Damián en medio de los nervios causados por aquella engorrosa situación.
– A cambio de mí. Es sólo un regalo.
Damián, repentinamente tranquilizado, eligió una en la que ella se encontraba tumbada en la arena de la playa de La Manga del Mar Menor, luciendo un traje de baño de color negro. Ella se la entregó con una pícara sonrisa.
– ¿Quieres alguna más?. !Tengo muchas!.
– No. Me basta y sobra con ésta.
Y Damián, ante la perplejidad con que dejó a la veterana y experta Verónica, aprovechó el desconcierto de ella y, mientras se guardaba la fotografía en el bolsillo superior izquierdo de su chaqueta de cuero de color negra, silbando una canción se fue de allí. Aquella canción hacía que los pájaros le saludasen con sus piares de primavera.
– !Está bien -gritó desde lejos Damián- algún día volvere!…
La Verónica no supo que contestar y quedó transida de perplejidades.
Él se marchó lejos, muy lejos, de aquella Caja Rural de Salamanca para olvidar, definitivamente, a Mercedes, a Amparo, a Almudena y a todos aquellos papeleos burocráticos de letras de cambio, cheques cruzados, recibos de agua, luz y gas, y comisiones y corretajes.
Entre las sombras y el silencio, Damián llegó hasta el puerto de Escombreras y allí, entre los escombros de un montón de chatarra, escondió la fotografía de La Verónica. Había decidido romper con todo aquel pasado y, dándole nuevamente verónicas al tiempo, embarcó con rumbo a Túnez.
Todavía en Túnez le recuerdan… siempre con su sonrisa bohemia, su caminar con las manos metidas en los bolsillos vacíos de su pantalón y aquella manera tan singular y peculiar de ir dando verónicas al tiempo… entre las sombras y el silencio…
Y dicen y narran y cuentan en los pueblos de Salamanca que le han visto andar por los alrededores de la vieja Universidad salmantina, leyendo y escribiendo poemas bajo la luz de la luna. Y que, alguna que otra vez, se dedica a explicar a los gorriones el “Romancero del destierro” de Don Miguel de Unamuno y Jugo… sólo que cambia todo su contenido y lo transforma en el “Romancero de la luna llena”:
La luna está llamando
al poeta de los tiempos
y en los sentimientos
de las albas salmantinas
se escuchan sus saltarinas
historias en forma de cuentos.
Sentimientos
bajo la luz de la luna.
¿Dónde estará la tuna
narrando aquellos cuentos?.
En la Universidad salmantina
todo es un desconcierto.
!Luna blanca, luna llena!.
El poeta está en plena
aventura con los toros.
Sí. Con los toros salmantinos
mientras beben vasos de vinos
los lugareños al alba.
Doña Alba
no sabe cual es el destino
de aquel Damián caminante
que sigue siempre adelante
con sus cuentos de arte fino.
– ¿Sabe usted, Doña Alba, dónde está ese cantor? -le pregunta Maribel.
– !Vaya Dios a saber! -contesta la gran duquesa.
Y en Salamanca no saben que aquel Damián trashumante se encuentra ya en Segovia.
– ¿Estará buscando novia? -dice un cura segoviano.
Y no. No es que Damián busque novia sino que sigue con sus historias. Y ya nadie sabe si fue la verdad lo que dijo en la cueva de los gitanos a la veterana Verónica o solo fueron unos cuantos pases de pecho que hizo a los toros aquella mañana. Un camello sahariano sí que sabe la verdad… pero los camellos saharianos no hablan…
bonita historia taurina, aunque termine con camellos, un saludo