A los 28 años de edad ya tengo, dentro de mi equipaje sentimental, experiencias muy positivas para planificar el futuro de mis emociones. Existen muchas chavalas a mi alrededor que han supuesto, para mí, algo más que unas simples formas (o fórmulas una y mil veces pensadas) de ligar en los terrenos amorosos; porque han supuesto importantes formas de desarrollar el compañerismo desde un simple saludo cordial o una muy corta conversación que las sitúan dentro de esos baremos en que siento simpatía por ellas aunque no sean de tipo experimental. Sus presencias consolidan mis estimaciones.
Desde el “más que tó y el más que ná” de Matilde hasta la ostia que Margarita le endiñó a Fernando por lo de “tengo una vaca lechera” ha pasado una década de vivencias en donde las dos supusieron compañerismo controlado pero contrastado con la realidad. Las dos, además, decidieron ser insulares para encontrar el amor. Mati y las Baleares. Marga y las Canarias. Algunos como “El Rizos” de Compensación y “El Zumbado” de Transferencias se quedaron totalmente descompuestos.
Pensando en las aventuras de lo que pudo haber sido y no fue, se me pierden los recuerdos entre los dedos de la magia. A los 28 años de edad todo es posible… hasta poder encontrar la nueva ruta que se abre ante mis expectativas de futuro. De Mati a Marga, espacios para recordar… desde la excursión a la villa de Aranjuez hasta la Semana Santa de Andalucía junto a los ojos del Guadiana. Hay que tener bien abiertos los ojos para no sucumbir demasiado. Todo un lenguaje para llenar mi mochila, junto al universo de mis numerosos libros, de evoluciones dentro de mi memoria y en forma de recuerdos. Y ahora me voy a por mis sueños universitarios.