También en Quito, pero esta vez es un español al cual, por muy español que sea, no lo considero compatriota mío. El caso es que me pide que le realice un programa completo de radio sobre toros, toreros y otras cosas con pitones como el cante flamenco y lo gitano de la raza caló. Pues bien. Preparo todo un bagaje de materiales con los cuales tenemos para años enteros de programación; además le complazco elaborando todos y cada uno de los segmentos que me ha pedido e, incluso, aporto invenciones mías. Y llega el día de la contratación tras haberle pedido yo la compañía de alguna excelente periodista para mezclar la voz de un hombre con la voz de una mujer y hacer así más entretenido y ameno el programa.
La cita es en el Hotel Colón de la ciudad de Quito. En primer lugar, la periodista (que es una extraordinaria profesional ecuatoriana especializada en radio) viene a mi casa donde hemos quedado para salir hacia el Hotel Colón. Llegamos al citado hotel y tenemos que esperar casi una hora a que llegue el citado español (cuyo nombre y apellidos no recuerdo ni deseo recordar pero que le llamaré, por decir algo, “El Pukateca” por ejemplo). En primer lugar “El Pukateca” se presenta borracho acompañado de otro menda que no sé qué pinta en este asunto y que también está borracho… más una jovencita que tampoco sé qué pinta en este asunto y que, por supuesto, también está beoda y que, parece ser pero no lo puedo asegurar, es la “querida” del “Pukateca” o eso nos da a entender y que, de tan nerviosa que se pone, derrama todo su café en el lujoso traje del “Pukateca”.
Llega la hora de convenir cuáles deben ser los sueldos que nos va a pagar. Primero dice que a mí me paga X (que por cierto es una miseria de sueldo) pero que a ella le va a pagar menos que X (lo cual ya es doble miseria de sueldo). Le digo que no, que no estoy de acuerdo porque ella es una profesional como yo y debemos ganar lo mismo cada uno de los dos. Se niega a aceptarlo. Le pido que me suba el sueldo X (que es una miseria de sueldo) y también se niega. Con todo esto, la periodista y yo nos levantamos y acaba la sesión.
Al día siguiente, la excelente periodista profesional ecuatoriana me llama por teléfono a casa y me indica que yo soy un caballero pero “El Pukateca” ni es caballero ni nada que se le parezca y que ella renuncia al trabajo que le ofrece. Estoy totalmente de acuerdo. Consulto con mi propia conciencia y decido que tampoco voy a aceptar el miserable sueldo que me ofrece “El Pukateca”. Un concuñado mío se ocupa de darle la noticia porque yo he decidido no hablar nada más con alguien que, aún siendo español, me intenta explotar de manera tan indigna. Y eso es todo.
Si le salió bien el programa sin nosotros dos me alegro y si no le duró mucho el programa lo siento pero yo no estoy dispuesto a hablar ni una sola palabra más con alguien tan indeseable por mucho que conozca a todos los que trabajan en la Embajada de España en Quito y por muchas palancas que tenga en este país o en España.
Por cierto, tengo que añadir lo último: con su media borrachera o borrachera completa que se presentó en el Hotel Colón de Quito, nos endilgó una serie de “aventuras patateras” que no sé las creía él ni borracho. Además que me importa un pito que sea verdad que conoce al “Chaquetón”, a Pepa Flores o al Arzobispo de Calatayud.