A medida que crecemos en edad vamos siendo sospechosos de todo y la verdad es que nadie entiende de qué somos sospechosos. Extraña paradoja pero real como la vida misma. Y entonces escribimos para aprender que la vida es una ocupación y cuando ella se dedica a no querer… de nada nos vale la experiencia para cambiar su antojo. Ponerse a escribir es por tanto algo que no nos sirve de mucho. Lo importante no es ponerse a escribir premeditadamente buscando un interés, sino simplemente escribir cuando entra el deseo de hacerlo. No para explicar esos momentos en que la vida se vuelve caprichosamente inconforme con nuestros anhelos sino escribir para sentirnos vivos.
Seguimos unas líneas de comportamiento dentro de un tiempo determinado y al contrario que ocurre con la piel, que cada vez se llena de más arrugas, el deseo de escribir viviendo nos hace rejuvenecer porque, en contra de lo que en principio se pueda pensar, el tiempo más existente es el pasado tomado siempre como una apertura irremediable hacia nosotros mismos y nuestro posterior proceder. Es importante pensar que el presente no existe y que el futuro no tiene límites pero es irreal. Entonces sólo nos queda por entender que el pasado es real y absoluto y además eterno porque ya no se podrá acabar nunca.
A medida que vamos avanzando en el tiempo vamos siempre haciéndonos más sencillos. Sobre todo a partir de ese momento en que deseamos ya no complicarnos la existencia con sobrecargas y comenzamos a soltar lastre para economizar las energías y ser más concretos. Nos vamos desnudando de ropajes superfluos y nuestra preocupación se va basando, cada vez más, en ser explícitos y concretos sin abandonar la fantasía del vivir. Las percepciones se nos hacen más idénticas y nos vamos pareciendo cada vez más a nosotros mismos.
¿En qué espacio de tiempo nos hacemos nosotros m ismos?. El presente no existe porque el tiempo no cesa de estar en movimiento y hace imposible la tarea de detener al presente para poder vivirlo con delectación. No hay tiempo posible para el presente. Por otro lado, el futuro es irreal pero sabemos que es infinito y sólo se construye con la acumulación de las vivencias del pasado que nos hacen proyectarlas hacia un adelante todavía no real. Es por lo tanto el pasado, en definitiva, el único tiempo real y eterno.
Tal vez lo más auténtico es lo que podemos contar como pasado propio. En efecto, nuestra realidad más visible y reconocible es ese continuo pasado que se va acumulando de presentes inexistentes y de futuros irreales. Entonces la pregunta es ¿qué pasará cuándo el ser humano haya desaparecido?. Sólo existirá su pasado porque su pasado es eterno y real. De todas formas la pregunta adolece de una equivocada propuesta. Como el futuro es infinito también el ser humano es infinito. O sea, como me explica mi cuñado Pepe Falconí, con el cual estoy de acuerdo… el ser humano llegará a conquistar la eternidad. Y como esto nos produce cierto temor en el alma entonces ideamos el concepto de Dios para eternizarnos de una manera creíble. Entendiendo, en este sentido, a Dios como la profunda interpretación del tiempo vital y eterno.
“El misterio de la naturaleza… está expresado por entero en la forma humana. El hombre fue producido desde el fondo del pasado más lejano del planeta; lleva en sí, como su destino propio, todo el destino del planeta, y con éste el destino del universo infinito… La historia entera del mundo dormita en cada uno de nosotros”. Siempre aprendo de tus reflexiones, gracias, un beso Diesel.