No vengas hacia mí todavía,
que no quiero abandonar esta vida;
porque quiero algunas cuentas rendir,
porque te voltearía la espalda a la salida
de mi existencia, antes de mi partir.
No vengas que así estoy bien,
no quiero tu visita pálida y aterradora,
ni ver tu sombra que quizá de puros huesos se dibuja;
porque no quisiera exprimir limones en tu sien
para que huyas a un millón de millas por hora
a buscarte un lugar entre brujas.
Que te ordene Dios primero,
no vengas sin su previa autorización;
no vengas, que no deseo ver tu cuerpo esquelético,
no vengas, que a pesar de que este planeta sea tétrico
aquí quiero dejar todo mi ego
para después decir a este mundo “adiós”.
No vengas, no vengas todavía,
de ser posible.
¡Hazte por perdida
entre la sombra de las rocas más extrañas,
del inmenso océano más lejano!;
y no muestres tu imagen temible,
que no me agradaría
traspasar con mis ojos tus entrañas,
ni apretar tus heladas manos.
No vengas, porque ya hay un mar muerto
y una infinidad de difuntos flotando en él,
como algas en su profundidad;
no vengas, porque algún camino desierto
convertirá tus patas flacas en velas de papel,
para que no me puedas alcanzar.