Me acerqué lentamente a la espalda de Dios, sin que el lo notase, y entonces, apoyado en su hombro izquierdo, te miré con odio, tanto que él ni se atrevió a moverse, otorgándome la panorámica perfecta a tu figura. Siempre perfecta te movías entre la gente, rígida e inquiebrantable ni una sóla grieta en la sequedad de tu alma, jodiéndome la mueca, contracción de tus labios con destinatario, a pesar de saber que yo no estaba ahí, incluso, incluso por si las dudas, nunca miraste hacia atrás.
Luego me apoyé en su hombro izquierdo y te veías más libre, te veías más frágil, menos tensa, y entre la muchedumbre diste media vuelta para recordar donde yo siempre estaba, y con una sonrisa te fuiste más calmada, más feliz y menos preocupada, sabrá quién por qué, yo no lo se, nunca te entendí bien, ni las razones de tus acciones, ni las mías, sólo se que nos movía el amor, lo sé porque aun recuerdo que cuando dejaba el cielo y le daba la espalda a Dios, me tocaste con tus dedos la nuca y me miraste, una última vez, en la que no fue necesario ni hablar, la comunicación había cesado y los sentidos serían para siempre nuestro último lazo de conexión en la infinidad de los caminos.
Precioso texto prosaíco-lírico. En él planteas una muy inquieta desazón donde el juego amoroso prescinde de metáforas huecas y se conturba de pasión sin medida. Me gusta el ritmo que impones al poema-prosa y esa relación de la anatomía del hipotético Dios y la comunicaciónm amorosa con la persona que va más allá de cualquier límite de los prejuicios. !Muy bueno, Andrés!. !Sé bienvenido a nuestro Vorem!.
Gracias Diesel (: