Desierto de arenas rosas. Sombras extrañas. ¿Emily Dickinson acaso?. Sí. Emily Dickinson jugando con trenes de miniatura. Una reina de corazones ideada para intepretar la vida de los bohemios que juegan como tahures con las cartas marcadas. Suenan pasos. Es un ciego que camina con su bastón blanco. Que a nadie le extrañe si Fitzmaurice-Kelly bautiza con azul de cromo a su gusto cuatro poesías que forman el póker de la baraja. Porque no se trata de decir cosas chocantes sino de hacer hondas transparencias en El Diario de Zenobia. ¿Y qué escribe el poeta en las páginas de su Zenobia?. Algo así de simple como ¿qué hora es?.
La tormenta pasa y el desierto de arenas rosas mueve sus dunas. Todo es distinto. Todo es diferente. Todo es como una voz que piensa. El canto se extiende por entre los peldaños. Chilla la escalera. Hay gorriones todavía despiertos en las ventanas del Singer Building.
Otra vez se yergue el canto de los cementerios vecinos. Ocho sentidos humanos (no cinco sino ocho) y el reflector que ilumina la fuente es ahora una luz total. Se escucha una canción: !Cuéntame cómo te ha ido… si has conocido la felicidad!.
Te la cantaré en silencio para que la escuches en alta voz…
Un besote…
Cantame esa canción tú que has conocido la felicidad.
Diesel !cantamela que tú sabes!.
Besos