El señor Montalvo de la Palacio hace cuycuycuy a la señorita Valencia de la Baraño y, mientras tanto, mi amigo Jorge está que arde; tanto que quiere tomar al señor Montalvo por la tripa y zarandearle contra la pared hasta que la cal se le quede impresa en la espalda y el señor Montalvo le acoquine los ciento y pico dólares que le debe… y, claro, la señorita Valencia de la Baraño le recrimina al señor Montalvo de la Palacio y por eso éste la hace cuycuycuy, escurre el bulto y ya no va a misa a disfrazarse de santo varón.
Hace frío en la barriada. Son los últimos estertores del invierno. Y mientras el señor Montalvo de la Palacio sigue sin pagar un sólo centavo a Jorge, Ángel, el guardián de todos nosotros, deambula de un lado para otro con su carabina bien dispuesta.
!Qué monótona sería la existencia si en el barrio no se diese tanto paradójico chismorreo mientras yo pienso que tengo que reclamar a la señorita Isabel para que no confunda mi apellido con el nombre de una célebre ciudad boliviana!.