Doce años de soledad es el grito cuando cae a tierra la cometa. Doce años de soledad sabiendo que lo especial de las palabras es poder remontar el vuelo y convertirse, dentro de la humanidad, en una imagen que se desplaza sin poder extinguirse jamás. La sombra del mundo nos llena de palabras con tanto alcance que somos una soledad infinita. Nunca podemos ser elegidos por las estrellas si no concemos ni vivimos los doce años de soledad en la academia de los sueños.
Tal vez las palabras sólo sean inventos, en medio de la inmensa Babel de la vida actual en donde entramos con la sensación de que estamos buscando la salida, maltratados por quienes engruesan sus ganancias con las palabras ajenas. Pero nos queda el silencio y el grito. Una vez dentro de los doce años de soledad sólo nos quedan el silencio de la credibilidad y el grito del amor. Quizás sea así, de esta manera, cómo se escribe con la sensación de que los significados nos preparan para ser oficiantes de la comunicación que se nos desborda disparada hacia el destino de nuestro lenguaje global.
Doce años de soledad para prepararse a vivir con un idioma sin fronteras; esos gestos que, al convertirse en silencios, vamos gritando por todas nuestras nacionalidades literarias. Algunos han dicho, mentirosos ellos, que los bohemios no servimos para ser intérpretes de las palabras porque estamos demasiado distorsionados por las luces de nuestras estrellas. En cambio, la realidad tangible de nuestros signos salen al encuentro de poéticas ensoñaciones. A veces, escindidos del artificio de las simulaciones, somos un misterio que deja escrito, sobre la memoria del conocimiento, todo un diccionario de vocablos que saben a rincón de emociones.
En el interior de la inteligencia humana, algunos escribimos sólo como contribución a la necesidad de consumir palabras para simplificarnos en la enésima potencia gramatical que nos permite estar vivos en nuestros doce años de soledad cargados a nuestras espaldas como renunciación a los que todavía no nos llegan a comprender. No los necesitamos en realidad. Si nos enriquecemos es porque nos infiltramos en las batallas dialécticas de este vivir, día tras día, transidos del gerundio machadiano. Caminando. Es la mejor manera de crear un lenguaje vivo sin más ortografía que el hecho de llenar los espacios blancos de nuestra existencia con palabras arrojadas al viento; algo así como palomas de náufragos que llevan nuestros mensajes más allá de las fronteras. Jululandia puede ser también Macondo y si nos ocultan el sol que no nos roben las estrellas.
Adiós, Gabo, hasta que nos volvamos a ver dentro de un momento con nuestros equipajes de palabras formando un grito universal o, tal vez, sólo el silencio de la crónica de una vida enunciada.
(Homenaje a Gabriel García Márquez)