Érase que se era un Don Oso Perezoso al que le encantaba mucho echarse largas siestas y también dormir mucho para no tener que ir a trabajar.
– !Que trabaje Rita la Cantaora! – solía pensar Don Oso porque le gustaba mucho chupar las bolas de sal de las ovejas de su vecino.
Pue bien; ocurrió que al tal Don Oso Perezoso le encantaba tomarse todos los tarros de miel que iba reuniendo, poco a poco, trabajando como hormiguita, Doña Mónica. Los tarros de miel, las botellas de leche, los jamones, en fin, toda la comida iba desapareciendo como por encantaminento.
No amigos y amigas, no era ningún encantamiento… era el Don Oso Perezoso quien desvalijaba la nevera, la alacena y hasta cualquier rincón dónde Mónica solía guardar provisiones para el futuro, como era, por ejemplo, el caso de las bananas.
Don Oso el Perezoso, además de no trabajar (!que para eso estaba el Estado pagándole, inocentemente, fuertes sumas de dólares!) y de comer todo lo que pillaba de Mónica (mientras ésta trabajaba de sol a sol), también tenía por costumbre ir a una bolera y así, de esta manera, también ver a alguna osita guapa para poder ligar con ella para el “fin de semana”.
Don Oso el Perezoso salía todas las noches, aprovechando que Mónica dormía profundamente agotada por el cansancio de tanto trabajar, raudo y veloz a la bolera de los amigos del boliche y las ositas guapas. Para ello se acicalaba siempre son los mejores trajes y colonias corporales que compraba gracias al dinero que, inocentemente, le estaba pagando el Estado y a algunos otros dólares que robaba de la cartera de Mónica.
Sucedió que un día, un poeta anónimo fue invitado por Mónica para pasar varios días en su casa y poder leer algunos de sus poemas. Y dicho y hecho. Inmediatamente, el poeta dejó su país de residencia para presentarse en el Aeropueto de Miami donde le esperaba, alegre y feliz, Don Oso el Perezoso pensando. “!Ahora sí. Ahora con las poesías de este infeliz pardillo, podré ligar a las ositas más guapas del Club”!.
Hay que decir, antes de seguir el cuento, que aquella bolera no era una bolera común sino una Bolera-Club donde se bebían litros y litros de cervezas y se consumía, em silencio, cócteles con drogas de diseño.
– !Hola, poeta! – dijo Don Oso- ¿te gustan las mujeres?.
– Un montonazo -dijo el poeta.
– !Pues verás que bien lo vamos a pasar los dos juntos!.
– ¿Pasarlo bien los dos juntos?. ¿Qué quieres decir con eso?.
– Nada. Es una manera de hablar que tenemos en Miami.
– No. Si no es eso lo que me extraña. Lo que me extraña es que quien me ha invitado es Mónica y no tú.
– !Bah!. !No la hagas caso!. !Está chiflada!. !Sólo una loca!. !Con quien lo vas a pasar bien estos días en conmigo… pero lo digo por las ositas guapas ¿entiendes?.
– Sí. Te entiendo…
– ¿Te gusta beber, poeta?
– Si. Un vaso de cubalibre de ginebra… pero nada más…
– !Venga anímate!. Hay que darle caña al cubalibre, a la cerveza, al vino y al ron… y a lo que haga falta…¿que dices ahora, poeta?
– Que sí tú lo afirmas de esa manera supongo que será tu verdad…
– A mí esto de beber y comer, beber y comer, y beber y comer mientras ligo ositas guapas me sienta de maravilla.
– Entonces debe ser, por cierto, maravilloso según dices. ¿Lo sabe Mónica?.
– !Bah!. !Ya te he dicho antes que es tonta!. !Tú vente conmigo esta noche y verás que bien se pasa!
– Bueno. Dejemos la charla para esta noche y vayamos ahora a casa de Mónica.
Durante las dos o tres horas era tal la euforia de Don Oso el Perezoso que sufrió muchos despistes de tráfico de lo entusiasmado que estaba soñando con los tarritos de miel y la ositas guapas; mientra comenzaba a cantar… a cantar… a cantar… y al final, efectivamente, llegaron al atardecer a casa de Mónica.
– !Hola, poeta! – le saludó con un beso cariñoso Mónica nada más verle llegar.
Lo raro del asunto es que al Oso Donoso el Perezoso no le dirigió ninguna clase de saludo.
El poeta pensó: “¿Por qué no le saluda a Don Oso?. Aquí hay “gato encerrado”, esto “huele a chamusquina” y me parece que es verdad eso de “por la las noches todos los gatos son pardos”.
Don Oso devoró todos los pasteles después de haberse celebrado una comida sencilla pero agradable al gusto. Don Oso hasta la culminó dando lametazos a los platos.
En fin. Que llegó la noche y Don Oso le dijo a Mónica
– Esta noche salimos el poeta y yo a dar una vuelta por acá. Quiero enseñarle la ciudad de noche.
Una pequeña sonrisa bohemia surgió en el rostro del poeta, la cual no fue advertida por Don Oso pero sí por Mónica.
– Bien, está bien. Diviértete mucho Don Oso…
– Espera un poco Do Oso – dijo el poeta – yo me encuentro ahora sin dólares.
– Nada, poeta. Por eso de los dólares no tengas proecupes. MIra.
Y el taimado Don Oso el Perezoso sacó de su bolsillo trasero una abultada cartera de billetes de Banco más gran cantidad de monedas.
– ¿De verdad?. ¿Son dólares de verdad?
– Tancierto como que me llamo Pepote.
– Ya se. Ya se – dijo el poeta- pero prefiero llamarte Don Oso.
– Pues venga… !vamos a ponernos guapos para la orgía… perdona quise decir la fista de los bolos…
– Yo no tengo necesidad de ponerme más guapo de lo que soy. Acícalate todo lo que quieras tú Don Oso. !Ah! y ten siempre en claro que a mí el tiempo de espera no me prepocupa demasiado…
Don Oso se bañó con la tina llena de fresca leche condensada, se limpió adecuadamente, se recortó las uñas haciéndose una perfecta manicura, se acicaló de arriba a abajo, se bañó con aromas corporales de varias especias… y cuando ya estuvo lo suficientemente guapo (según él) para ligar con las ositas mas guapas de la bolera-club usando algunos versos que él se encargaría de memorizar si aquella noche cantaba el poeta, apareció en la sala.
– Vámonos ya, poeta!. !Verás que carro tengo!.
A la memoria del poeta le vino a la memoria aquello de “De noche me lo robaron de tanto que relucía”… pero sólo siguió con su sonrisa bohemia y silenciosa que Don Oso era incapaz de traducir…
Esta vez el fabuloso coche de Don Oso el Perezoso (también conocido como Pepote) no se perdió para nada por las oscuras calles de la ciudad. Y pronto estuvieron en la bolera-club cuyo nombre es mejor no recordar como decía Cervantes…
Don Oso lo tenía todo, según él, claro. Sólo era cuestión de que cantase el poeta y nada mejor que él mismo se pusiera a cantar… a cantar… a cantar…
Y así fue como pasaron gran parte de la velada con Don Oso completamente excitado cantando… cantado… cantando… sin guitarra por cierto… mientras el poeta sólo escuchaba y, de vez en cuando, le hacía curiosas preguntas sin dejar de sonreír.
– ¿Te parece bonito el local?.
– No está mal. Los he conocido peores, Don Oso.
Don Oso, por un momento, sospechó que quizás el poeta no fuera tan tonto como estaba dando a entender. Era cuestión de hablar más bajo…
– Poeta -dijo en voz muy baja- anímate por favor.
– Pero si yo estoy animado…
– ¿Entonces por qué has bebido tan solo una Coca Cola?
– Te prometo que sólo ha sido por que no tenían Pepsi Cola.
– No me refiero a eso.
– Lo sé. Pero no necesito beber nada más.
– Entonces ¿qué?… ¿atacamos a las ositas?.
– ¿Es que hay que hacer la guerra contra ellas?.
– Perdona. Se me escapó. Te pregunto que si nos ligamos alguna.
– Creí que me habías invitado a jugar a los bolos.
Efectivamente había varios jóvenes jugando a los bolos.
– Bueno. Tú ya me entiendes, poeta.
– Pues yo creo que el que no está entendiendo nada eres tú, porque llevas toda la noche contradiciéndote continuamente en la tertulia que estamos manteniendo.
– No. No me estás entendiendo bien…
Y Don Oso el Perezoso siguió cantando… y cantando… y cantando… hasta que unas guapas ositas se acercaron donde hablaban los dos. Era un grupo de lindas ositas…
– !Ahora, poeta!, !Ahora es el momento!.
– Todavía no, Don Oso. Debes seguir cantando para ligarte a alguna de ellas. Te aconsejo que míremos cómo va la partida de bolos antes de que entres en guerra con las ositas, como es la manera que tienes tú de llamar a eso del ligar…
Don Oso cerró por fin la boca y guiado por el poeta contemplaron una sencilla partida de bolos.
– ¿Qué te parece, poeta?.
– Divina. Divina partida de bolos.
– Pues más divino será si nos ligamos a un par de preciosas ositas. ¿Te apetece, poeta?.
– ¿El qué?.
– Llevarnos a un par de ellas a un motel.
– ¿Eso lo sabe Mónica?.
– Te repito una vez más que Mónica es tonta y no sabe nada de…
– De “Los cuernos de Don Friolera” ¿verdad? – le ayudó el poeta.
– ¿Los cuernos de Don Friolera? – preguntó el ignorante Don Oso.
– No te preocupes. Es sólo teatro. Teatro de Valle-Inclán nada más
Nuevamente comenzó a cantar…. y a cantar… y a cantar… Don Oso el Perezoso, mientras la misteriosa sonrisa del poeta permanecia sin ser traducida por nadie de los allí reunidos. Y mientras cantaba Don Oso, las lindas ositas se acercaban más.
– !Venga, poeta!. !Terminemos ya y nos las llevamos al motel.
– Hay un grave problema, Don Oso. !Que a mi no me interesa para nada los moteles sino los hoteles!. ¿Entendiste?.
Don Oso el Perezoso descubrió, por fin, que era él el verdadero tonto de los dos. Y en silencio salieron del local (sin ositas por cierto), y en silencio llegaron a casa de Mónica, y en silencio cenaron y en silencio cada cual se fue a la cama a dormir.
Pocas horas después, al salir de nuevo el Sol, el poeta se embarcaba en el avión con destino a su país de residencia y mientras esto le sucedía al poeta, Mónica se marchó un poco muy lejos de Miami. A Connecticut; abandonando al Don Oso el Perezoso porque ya supo toda la verdad.
– Gracias, poeta- pensaba Mónica mientras se cambiaba de domicilio. Gracias por todo…
Y este cuento se acabó.
Jajajaja! Vaya lección.
Conozco a varios don Osos Donosos los perezosos… a varios varios.
Creo que le enviaré al poeta las direcciones de sus casas.
Saludos Diesel.
¿Aún no publican el Olmo cierto? Lo he buscado sin éxito