– !Es verdad!. !Ahora me acuerdo!. !Felisa!. ¿Cómo no recordarla?. !Cómo me la arrebataste, bribón!. Pero… ¿qué fue de ella?.
– Felisa Alvarez Cienfuegos se marchó al día siguiente hacia Michigan, en los Estados Unidos, porque su padre, el famoso pintor, decidió trasladar su taller artístico a la ciudad de Detroit… mas todavía conservo, intacto, el Atlas de Geografía Universal que me regaló aquella misma tarde, paseando por el parque de El Ejido, con una cruz marcada sobre el lago Eire.
Baja Don Oswaldo, como todas las mañanas, camino de su hogar. Don Oswaldo, El abuelo del barrio, el soltero de 93 años que todavía tiene la mente lúcida como un clavel, lleva en la bolsa sus cinco panes de agua correspondientes y marcha hacia la Viteri.
Como todas las mañanas baja pausa… pausa… pausadamente… con su bastón apoyándose en el duro asfalto de La Gasca. Se detiene en el cruce con la Palacios, levanta la cabeza y observa a la pimpollera muchachita que, con el suéter michiganero ajustado a su escultural cuerpo, le sonríe suavemente.
El viejo colegio es hoy un Centro Comercial donde una abigarrada multitud de seres humanos deambula atropelladamente en busca de sus soñadas mercancías… y en la lejana ciudad de Detroit, Michigan, sentada en el parque lindero del lago Eire, la querida abuelita Felisa sonríe para sus adentros mientras narra ufana, una vez más, a sus biznietos, la lejana historia de su campeón.