Soy Edmundo Rey,
dicto mi propia ley,
bohemio de profesión, malevo de oficio,
lo demás, lo hago por gusto al vicio,
no tengo pasado ni futuro
ni le hago de menos al pan duro.
Tengo el andar discreto,
pero el cuerpo dispuesto,
el cuchillo agazapado y los pantalones bien puestos.
Despacito bebo el veneno nuestro de cada día,
Como quien se traga a sorbos el agua bendita
En un absurdo intento, por sanar los males del alma herida.
Nadie duda de mi hombría, soy un macho bien curtido
Por lo guacho y por lo gaucho, tengo las uñas del guitarrero,
Por que me han forjado con el yunque del místico herrero,
Aquel que moldea el temple del guerrero.
Me identifico con el mundo,
salgo a su conquista, con baquía y talento,
como aquel que traza el rumbo del vagabundo.
Ah, por cierto… las mocitas,
Como olvidar a las princesitas,
las prefiero de a dos y bien bravitas,
Que después de un par de montadas,
se las devuelvo bien mansitas.
Soy ávido consumidor de lo distinto y del tinto,
Y como todo hijo del rigor,
me sirvo de todo aquello el destino,
me despache al mostrador.
A estas alturas no dependo ni del Diablo ni del Creador,
Por igual, ambos piden garantías por prestar favores
Y por lo tanto, fuerte y mentado como me siento,
No preciso, llevar a cuestas de gracias, tantos acreedores.
Bienvenida la bebida, ésta si, que cura heridas,
Las de la carne y las que nos inflige la vida.
Y como cuando termina la partida,
Ahí va mi canto de despedida,
ni vencedor ni vencido, rumbo a los suburbios del olvido,
hasta que la leyenda me dé alcance,
contemplando el alba, tras un trago, o visteando mis romances,
oculto en mi Patria chica, Patria digna de añorarse.