El timbre de la Embajada de Musa en la Isla de Cabú sonó repetidas veces, con tanta pertinaz insistencia que la medio adormilada Arah Ergusson no tuvo más remedio que abrir el interruptor telefónico que conectaba con la puerta principal.
-¡Aló! ¿Quién es usted?
La voz de Porfirio Diosdado Anz Ayayo era implorante y angustiosa.
– ¡¡Por Dios, señorita, ábrame la puerta!! ¡¡Pido asilo político!!
– ¿Está usted loco o me está gastando una broma pesada?
La voz de Porfirio Diosdado Anz Ayayo se volvió más implorante y más angustiosa.
– ¡¡Le estoy pidiendo asilo político, por Dios, señorita!!
– ¿Cómo se llama usted?
– ¡¡Me llamo Porfirio Diosdado Anz Ayayo pero, por Dios, abra usted ya la puerta!! ¡¡Me persigue toda la policía de Cabú!!
– Es que yo no puedo…
– ¡¡Sólo le estoy pidiendo que, por Dios, tenga usted misericordia de mí!! ¡¡La policía de Cabú me está persiguiendo y ya me pisa los talones!! ¡¡Si me detienen soy hombre muerto!
– Espere un par de minutos, por favor.
La voz de Porfirio Diosdado Anz Ayayo era ya supremamente implorante y angustiosa.
– ¡¡No dispongo de dos minutos, señorita!! ¡¡Dentro de tan solo un minuto puede que den conmigo y me conviertan en un colador!!
Arah Ergusson se dirigió a su compañera Ther Mith.
– ¿Qué hago, Ther?
– ¡Por Dios, Arah, ten compasión de ese pobre hombre y abre ya la puerta!
La puerta principal de la Embajada de Musa en la Isla de Cabú se abrió lentamente y, durante unos segundos que a Porfirio Diosdado Anz Ayayo le parecieron una eternidad, terminó su agonía emocional cuando por fin logró entrar en el recinto de la Embajada. Una vez dentro, la puerta metálica volvió a cerrarse herméticamente.
Porfirio Diosdado Anz Ayayo vestía con una gabardina de color blanco completamente sucia hasta sus solapas y portaba, en su mano diestra, un maletín de piel de cocodrilo de color verde oliva. Entró rápidamente en el patio de suelo pedregoso y se detuvo ante la fuente, donde se refrescó la garganta bebiendo agua con gran ansiedad y, después, se lavó el sudor de su frente. Fue cuando le descubrió el grande y forzudo guardián interino de la Embajada de Musa que le apuntaba con una pistola.
– ¿Quién es usted y cómo ha podido llegar hasta aquí?
Porfirio Diosdado Anz Ayayo, apretando fuertemente su maletín contra el cuerpo, como queriendo defender su corazón de un posible disparo, habló. Su voz, ahora, era como un fino hilo de palabras apenas audibles.
– Me llamo Porfirio Diosdado Anz Ayayo y estoy pidiendo asilo político.
– ¿Qué lleva en ese maletin? ¡Déjelo despacio en el suelo y túmbese de cara contra el suelo abriendo los brazos y las piernas! Si intenta usted hacer algún movimiento extraño no va a vivir para poder contárselo a sus nietos!
Porfirio Diosdado Anz Ayayo pensó en su esposa Armenia Carnita Iter Achilla, en su hija Armenia Carnita Anz Iter, en su yerno Jesé Drés Uñas Tillo y en sus posibles futuros nietos. Pensó en que cuando se enterasen las autoridades del Partido Comunista de la Isla de Cabú quizás ya no tuviese nunca la ocasión de poder verlos y las lágrimas de desconsuelo comenzaron a surgir desde sus ojos.
– ¡No convierta esto en un melodrama televisivo y haga lo que le ordeno!
Para Porfirio Diosdado Anz Ayayo, tan acostumbrado estaba ya a cumplir con lo que siempre le ordenaban, no le supuso ninguna dificultad obedecer. Había obedecido tantas veces a las autoridades comunistas de la Isla de Cabú que una más sólo era pura rutina. Así que dejó el maletín sobre el suelo y se tumbó tal como le había ordenado el grande y corpulento guardián interino de la Embajada de Musa.
– ¡Deje el maletín fuera del alcance de sus manos!
Porfirio Diosdado Anz Ayayo dio tan fuerte golpe al maletín, con sus dos manos al mismo tiempo, que éste terminó a muchos metros de distancia de su cuerpo.
– ¡No se mueva para nada!
Porfirio Diosdado Anz Ayayo obedeció pensando que todo aquello sólo era una pesadilla de la que despertaría de un momento a otro. Pero no. Era la dura realidad.
– ¿Es usted comunista, señor Perjurio Dosdados?
Porfirio Diosdado Anz Ayayo se atrevió a levantar la voz para hacerse más inteligible.
– ¡No soy Perjurio sino Porfirio y no soy Dosdados sino Diosdado! ¡En el nombre de ese Dios en el que creo le pido que tenga compasión de mi y pueda levantarme ya del suelo! ¡Me siento como un esclavo pidiendo perdón por algo no cometido!
– ¿Es usted comunista o no es usted comunista?
– He sido toda mi vida, desde que tengo uso de razón, un fiel y buen comunista cabuno… hasta que me he dado cuenta…
– ¿Cuenta de qué?
– De que el comunismo de la Isla de Cabú es la mayor trampa y estafa cometida contra mi propio pueblo.
– ¡Mueva muy despacio su mano derecha y enséñeme su documento de identidad! ¡Si hace algún movimiento extraño le dejo frito para siempre!
Con un movimiento muy lento de su mano derecha pudo hacerla llegar hasta el bolsillo interior izquierdo de su sucia gabardina blanca y sacó, suavemente, el documento que el grande y forzudo guardián de la Embajada de Musa le estaba ordenando mostrar.
– ¡Arroje lo más lejos posible de usted ese documento de identidad!
Una vez que Porfirio Diosdado hizo lo que le ordenaba aquel tipo gigantesco, éste recogió el documento siempre apuntando con su pistola al pobre y desconsolado Porfirio Diosdado.
– Efectivamente. La fotografía parece la suya y, según dice aquí, usted es Porfirio Diosdado Anz Ayayo, nacido en la ciudad de Mazantas. ¿Tiene algún otro documento que me sirva para identificarle correctamente?
Porfirio Diosdado Anz Ayayo tembló ligeramente antes de poder hablar.
– Sí. Tengo mi carnet de miembro del Partido Comunista de Cabú.
– ¡Sáquelo de la misma manera que ha hecho usted antes y arrójelo fuera de su alcance!
Porfirio Diosdado Anz Ayayo volvió a cumplir la orden sin atreverse a protestar. Una vez cumplida la orden y vuelto a su posición de inmovilizado contra el suelo, el grande y forzudo guardián interino de la Embajada de Musa recogió el carnet, lo miró y lo remiró varias veces.
-¡Por Dios! ¡Ya estoy agotado!
El guardián se limito a apuntarle con la pistola mientras lanzaba una exclamación antes de hablar.
-¡¡Ostras!! ¿Es usted el Primer Secretario del Partido Comunista de la Isla de Cabú?
– Lo era. Acabo de desertar.
– ¿Cuál es el motivo de su deserción?
– He dejado de ser ateo.
– Parece ser cierto… pero…
– ¡Por Dios! ¿Qué sucede ahora?
– ¡Que tiene usted que aompañarme para hacerle el registro obligatorio!¡Así que levántese despacio y marche hacia la sala que está a la derecha según se entra en la Embajada! ¡Y recuerde que le estaré apuntando con la pistola a cerebro! ¡¡No haga ninguna tontería!!
– ¡El maletín! ¡Es necesario que entregue ese maletín a las autoridades de Musa!
– ¡No se preocupe ahora por el maletín! ¡Se lo acabo de requisar! ¡Y espero que no contenga una bomba!
– ¿Usted cree que si contuviera una bomba no habría explotado ya después del golpe que le he dado siguiendo sus órdenes?
– ¡Parece lógico pero yo no estoy aquí para hablar con nadie de lo que es lógico o lo que no es lógico! ¡Eso queda para los pensadores!
– ¿Entonces debo seguir obedeciéndole?
– ¡Por supuesto que sí! ¡Hasta que no le haya registrado debidamente usted cumple con mis órdenes o le vuelo los sesos!
Al entrar dentro del recinto administrativo de la Embajada de Musa, un fuerte aroma a rosas y claveles se introdujo por las narices a Porfirio Diosdado Anz Ayayo.
-¿Qué bien se respira aquí? ¿Es esto la famosa libertad?
– ¡Le he dicho que no estoy aquí para hablar de lo lógico o lo ilógico con nadie! ¡Entre en esa sala!
La sala era un habitáculo vacío, completamente vacío, de diez metros por cada lado. Al entrar una especie de desolación se apoderó del ánimo de Porfirio Diosdado Anz Ayayo.
– ¿Qué piensa hacer conmigo? ¿Tal vez fusilarme sin ningún testigo directo?
– ¡No diga usted tonterías! ¡Empiece a quitarse toda la ropa!
– ¿Toda la ropa?
-¡Absolutamente toda la ropa hasta que se quede tal como vino al mundo!
– ¡Oiga! ¡Esto es un atropello a mi dignidad!
– ¡No voy a discutir con usted sobre lo que es digno o lo que es indigno porque los comunistas saben mucho de eso! ¿No es cierto?
– Le repito que ya no soy comunista.
– ¿De repente se ha convertido usted en un creyente cristiano?
– De repente me he dado cuenta de la cantidad de mentiras que cuentan los secuaces de Fidelio Astro Luz.
– ¡Eso se lo cuenta usted a nuestro embajador si es que él quiere tener una entrevista con usted! ¡A mí no me interesa, para nada, la política sino el sueldo que me gano todos los meses cumpliendo con mis obligaciones! ¡Así que comience a desnudarse y no tenga vergüenza alguna porque aquí solo estamos usted y yo y nadie nos puede ver!
A Porfirio Diosdado Anz Ayayo le dio un ataque de indignación pero prefirió obedecer una vez más sin discutir con aquel energúmeno. Se fue quitando la ropa hasta quedarse completamente desnudo desde la cabeza hasta los pies.
– ¡Dese la vuelta y pongase de cara contra la pared mientras registro sus ropas!
El grande y forzudo guardián interino de la Embajada de Musa realizó un exhaustivo registro de todas las ropas del todavía más acongojado Porfirio Diosdado Anz Ayayo quien, al fin, inició una tímida protesta.
– Esto… caballero… yo creo que esto…
– ¿Qué le sucede ahora?
– Que pienso… y digo que sólo pienso… que esto no se hace con un ser humano…
– ¿Y qué hacen los comunistas con los seres humanos, Señor Primer Secretario del Partido Comunista de la Isla de Cabú? ¡Responda sin dejar de estar de frente a la pared!
– ¿Ha terminado ya usted con el registro de mis ropas?
– ¿Así que no se atreve usted a contestar a mi pregunta?
– Le repito una vez más que he desertado. Ya no me importa lo que hagan los comunistas cabunos salvo una excepción.
– Cuente. Cuente.
El grande y forzudo guardián interino de la Embajada de Musa parece que empezaba a ser más humano.
– La excepción son mi esposa, mi hija y mi yerno. O mucho cambian las cosas o creo que ya no los podré volver a ver más en esta vida.
– ¿Esa es la fe que tiene usted en Dios?
– Eso no tiene nada que ver con la fe en Dios sino con las acciones del brutal comandante Cé Evara.
– ¿El comandante Cé Evara? ¿El tan famoso y adorado comandante Cé Evara?
– Exacto. Tanto el comandante Cé Evara como el presidente Fidelio Astro Luz son adorados como si fuesen dioses cuando, en realidad, son unos tiranos con quienes no deseamos seguir adorándoles.
– Está bien. Ahora se va a vestir usted en silencio y va a esperar aquí dentro hasta que le reciba el señor embajador Mosés Mount Draw. Yo ya he terminado con mi trabajo.
Porfirio Diosdado Anz Ayayo se atrevió a darse la vuelta tapándose sus órganos sexuales con ambas manos.
– ¿Y el maletín? ¡Es muy importante lo que contiene ese maletín!
– No se preocupe por eso. La importancia o no importancia del contenido de ese maletín la decidirá el señor embajador Mosés Mount Draw.
– ¡Es necesario que nadie más lo conozca!
– ¿Usted cree que los de Musa somos tontos?
– No quise decir eso… lo que quise decir…
El guardián interino de la Embajada de Musa en la Isla de Cabú le dejó con la palabra en la boca y, sin despedirse de él, salió de la sala vacía y cerró con llave.
– ¡¡Al menos podría usted dejarme una silla para poder sentarme!! ¡¡Me parece que es una petición humana!!
– ¡¡Yo no estoy aquí para discutir con nadie sobre lo que es humano y lo que no es humano!! ¡¡Puede sentarse en el suelo si lo cree conveniente!!
Los firmes pasos del guardían interino de la Embajada de Musa en la Isla de Cabú se perdieron alejándose por el pasillo.
Una vez a solas con su propia soledad, lo primero que echaba en falta Porfirio Diosdado Anz Ayayo era una cómoda butaca donde sentarse. Se sentó en el suelo y comenzó a repasar su vida. Salvo el caliente té verde de todas las mañanas, el resto había sido una rutinaria existencia sin más aliciente que poder pasar varias horas junto con su esposa Armenia Carnita Iter Achilla, su hija Armenia Carnita Anz Iter y su yerno Jesé Drés Uñas Tillo. Había creído por demasiado tiempo en el paraíso cabuno, un paraíso que no existía para nadie excepto para el cruel presidente Fidelio Astro Luz y su sanguinario comandante Cé Evara. Él, al menos, había sido una de las excepciones que podía caminar por las calles de La Vana sin ser vigilado por los temibles agentes secretos del Partido Comunista de la Isla de Cabú… pero aquello ya había terminado… y se quedó profundamente dormido.
No supo cuántas horas pasaron hasta que le despertó el sonido de la cerradura de la puerta que se abrió repentinamente apareciendo, de nuevo, el grande y forzudo guardián interino de la Embajada de Musa en la Isla de Cabú.
– ¿Ya está usted más tranquilo?
– He dormido como nunca jamás lo hice en mi asquerosa vida anterior.
– ¿Cree usted en una mejor vida posterior?
– Eso espero de Musa.
– Entonces haga el favor de seguirme…
Porfirio Diosdado Anz Ayayo, como un corderillo inocente, siguió los pasos del guardián a lo largo del pasillo hasta que llegaron a la Oficina de la Secretaría General del Señor Embajador Mosés Mount Draw. La intensa luminosidad de la oficina le hizo cerrar los ojos y, al volver a abrirlos, quedo impresionado por la decoración del despacho. Tras la mesa se encontraba, sentada, una escultural y guapísima señorita que más bien parecía una modelo publicitaria que una administrativa de despacho oficial.
– ¡Guau! ¡Esto sí que es tener buen gusto!
– ¿Lo dice usted por mí?
– Lo digo por usted y por todo lo que veo a mi alrededor.
La Secretaria General del Embajador Mosés Mount Draw sonrió agradablemente y le hizo una señal de que podía sentarse en la cómoda butaca que había frente a ella.
– ¡Guau! ¿No estoy soñando?
– ¿Lo vuelve usted a decir por mí?
– Por usted y por lo cómodo que uno se encuentra en este santo lugar. ¿Es esto el paraíso de Musa?
La Secretaria General del Embajador Mosés Mount Draw volvió a sonreírle, hizo un gesto autoritario al guardián interino para que los dejara solos y le ofreció un caramelo de menta mientras Porfirio Diosdado Anz Ayayo se acomodaba lo mejor que sabía.
– ¿No podría ser un chester por ejemplo?
– Está terminantemente prohibido fumar dentro de la Embajada de Musa. Es una orden dictada por nuestro Señor Presidente Braham Bama.
– Está bien. Me conformaré con el caramelo de menta. ¿Pueden ser dos en lugar de uno?
Ella siguió sonriéndole.
– Me cae usted muy bien. Pueden ser incluso tres.
– Con dos me conformo, señorita guapísima… esto… perdón… quise decir señorita secretaria pero es que llevo toda la noche y todo el día sin poder dormir y ya veo ángeles por todas partes.
– ¿No ha dormido usted nada durante todo ese tiempo?
– No exactamente.
– Si empieza usted por mentirnos mal va el asunto.
– Lo que quiero decir es que no sé si he dormido el tiempo suficiente en la sala de registros.
– Perdone usted ese acto pero es imprescindible hacérselo a todas las personas, sean hombres o sean mujeres, que piden asilo político en cualquiera de nuestras Embajadas repartidas por el mundo. Es una orden de nuestro Señor Presidente Braham Bama. Así que tome usted estos dos caramelos y endulce un poco su carácter porque tengo que hacerle algunas preguntas.
Porfirio Diosdado Anz Ayayo tomó los dos caramelos de menta que ella le ofrecía y comenzó a degustarlos con gran deleite. ¡Aquello también parecía parte del paraíso de Musa!
– Mi nombre es el de Ebeca Mount Olives y como creo que lo está usted suponiendo… pues sí… efectivamente soy la hija del Embajador Mosés Mount Draw.
– ¡Atiza! ¿Ustedes también se manejan gracias a los enchufes?
– No me haga usted reír, don Porfirio Diosdado, no me haga usted reír…
– ¿Se manejan o no se manejan gracias a los enchufes?
– Veo que está usted muy mediatizado por los métodos que usa el Partido Comunista de la Isla de Cabú. No. Aquí no nos manejamos por los enchufes. Si soy la Secretaria General de mi propio padre es porque fui la que más alta calificación obtuve en las oposiciones para ingresar en la plantilla de esta Embajada. Una vez conseguida tal calificación fue mi propio padre quien me asignó a su despacho privado. Pero tuve que estudiar tanto como cualquier otra persona o incluso más que los demás y las demás precisamente por ser quien soy y evitar opiniones de gente incrédula como usted.
– Perdone, señorita Ebeca, pero comete usted dos errores; el primero de ellos es que acabo de dejar de ser gente para ser persona y en segundo lugar ya no soy incrédulo.
– ¿Considera usted que para el Partido Comunista de la Isla de Cabú sus seguidores son gentes en lugar de personas?
– Eso mismo es lo que he querido decir. Veo que es usted mentalmente muy ágil.
– En el mundo de Musa si no eres de los mentalmente más ágiles te quedas debajo. Para triunfar en Musa hay que ser especialmente muy brillante.
– Al menos tienen ustedes la oportunidad de intentarlo…
– Eso es cierto. En Musa existe la igualdad de oportunidades para todos; pero algunos triunfan y otros fracasan como en todas las partes del mundo. En mi país quien quiere puede si es que sabe. ¿Entiende lo que le estoy diciendo?
– Perdone, señorita. En el mundo de los comunistas no existen esas clases de igualdad de oportunidades.
– Entonces empecemos por el principio. ¿De verdad se llama usted Porfirio Diosdado Anz Ayayo.
– He respondido tantas veces que sí que me están ya entrando ganas de decir que no.
– ¿Se llama o no se llama usted de esa manera?
– Mil veces me han preguntado ya lo mismo y siempre tengo que repetir que sí… por eso digo que me dan ganas de decir que no para ver si ocurre algo más emocionante…
A Ebeca Mount Olives aquel hombre le empezaba a caer muy simpático.
– Tiene usted mucha gracia para explicar las cosas. Eso es muy bueno para vivir en Musa.
– Gracias. No me queda más remedio que ser así.
– ¿Y con esa gracia es usted el Primer Secretario del Partido Comunista de la Isla de Cabú? Yo siempre he creído que todos los comunistas son excesivamente aburridos.
– Y lo son. Le juro, señorita, que lo son. No hay cosa más aburrida que estar hablando con ellos. Son tan aburridos que uno, al tener que hablar con ellos, desearía ser eremita; o sea, un ermitaño aislado del mundo entero para no tener que soportarlo. ¡Es un verdadero calvario!
– ¿Como el que sufrió Jesucristo tal vez?
– Tal vez mucho peor; porque Jesucristo sólo lo padeció una vez en su vida pero a ellos hay que soportarlos día tras día, semana tras semana, mes tras mes y hasta año tras año. Los calendarios se hacen eternos cuando te das cuenta de que durante 365 días tienes que soportarles.
Ebeca Mount Olives ya no pudo contener la risa.
– ¡¡¡Jajajajaja!!!
– No es un chiste gracioso sino una triste realidad.
– Está bien, Porfirio… ¿o prefiere que le llame Diosdado?…
– Prefiero que me llame Diosdado a ver si Dios no me da de lado…
– Buen chiste, pero poga más atención a lo que le pregunto. ¿Desde cuándo cree usted en Jesucristo?
– Desde que me he encomendado a Él escondido toda la santa noche en los callejones de La Vana para no ser descubierto por los policías ni los agentes secretos de Cabú.
– Digame la verdad, Diosdado. ¿Cuál es el verdadero motivo por el cual ha desertado usted de su Partido Comunista de Cabú?
– Comete usted otro error. Ese tal Partido Comunista de Cabú no es mío ni de nadie excepto del presidente Fidelino y del comandante Cé. ¿Me comprende usted a mí ahora?
– Le comprendo. Debe ser horrible tener que seguir una ideología sin poder tener la oportunidad de tener otra ideología distinta.
– Pues yo ya no creo en ninguna. Así que lo que quiero vivir, desde ahora en adelante, es la verdad de mis ideas.
-¿Tiene usted ideas propias?
– Por supuesto que tengo ideas propias aunque muchos crean que son ajenas.
– ¡Jajaja! Explíqueme esa paradoja.
– Por ejemplo puedo decirle, de mi propia cosecha, que una idea es un estado de forma mental no alienado.
– Muy bien. Me está usted convenciendo. Siga exponiendo esa idea.
– Si exprimimos una idea propia nos alimentamos a nosotros mismos. Si tenemos que exprimir ideas ajenas alimentamos a los demás mientras nosotros nos quedamos con hambre. ¿Me va comprendiendo mejor ahora?
– ¡Jajaja! ¿Eso es una manera de decir que la gente cabuna pasa hambre precisamente por eso?
– Sí. Eso quiero decir. Los cabunos pasan hambre porque tienen el coco comido del todo y, claro está, cuando se tiene el coco comido del todo… ¿qué nos queda para nosotros mismos?
– Supongo que un vacío existencial.
– Un vacío existencial que es lo mismo que decir un vacío espiritual. ¿O no está usted de acuerdo conmigo?
– Totalmente de acuerdo, Diosdado.
– En la Isla de Cabú muchos llegaron a descubrirlo pero pocos pudieron contarlo…
– Eso es muy grave, Diosdado.
– Señorita Ebeca… sé muy bien que es tan grave como tener ganas y que te sometan al método de Pavlov.
– ¿Eso de poner la carne a un perro para que despierte su apetito y martirizarlo colocando una pantalla de cristal de por medio?
– Eso es, señorita Ebeca. Me está comprendiendo totalmente.
– Espéreme unos minutos que ahora vuelvo.
La señorita Ebeca, que era un monumento sentada, puesta de pie era mucho más perfecta que un monumento. Lo comprobó Porfirio Diosdado Anz Ayayo cuando la vio salir del despacho. Y otra vez quedó a solas con su infinita soledad. Quedó de nuevo pensativo. Él había conseguido escapar al mundo libre pero… ¿qué iba a suceder con su esposa Armenia Carnita Iter Achilla, su hija Armenia Carnita Anz Iter y su yerno Jesé Drés Uñas Tillo. El problema era mucho más serio porque entraba en juego su conciencia. Era asombroso poder haber escapado pero con su fuga había condenado a su esposa, a su hija y a su yerno, a una muerte segura. Comenzó a hacerse preguntas y respuestas a sí mismo.
– ¿Que importancia tiene la vida ajena cuando defendemos la vida propia?
– No es posible vivir si no dejamos vivir a los demás.
– ¿Y qué importan los demás a la hora de la verdad?
– A la hora de la verdad los demás son los que nos hacen humanos si es que les amamos.
– ¿Amar a los humanos? ¿No es mejor amar la libertad?
– No lo sé… no lo sé… no lo sé…
Estaba hablando consigo mismo cuando volvió Ebeca Mount Olives.
– ¿Está usted hablando solo?
– Ha sido solamente un momendo de duda razonable, señorita Ebeca.
– Entonces… ¿está ya preparado para ir a Musa?
– Ya no puedo echarme para atrás porque la vida nos empuja de una manera interminable.
– Entonces venga conmigo.
– ¿Usted me va a acompañar hasta Musa?
– Lo que le estoy pidiendo es que me acompañe para que hable con mi padre. Él también quiere hacerle algunas preguntas.
– ¿No son ya suficientes tantas preguntas? No puedo contestar a todo.
– No es eso. Es que es necesario.
– Si usted lo dice…
Ebeca Mount Olives le acompañó hasta la Oficina Privada del Señor Embajador Mosés Mount Drawe.
– Pase sin miedo alguno, Diosdado.
– Veo que ya sabe cómo deseo que me llamen a partir de ahora.
– Me lo ha contado mi hija.
Ebeca sabía que tenía que dejarles a los dos para que hablaran a solas y salió despacio mientras Porfirio Diosdado Anz Ayayo se volvía a sentar de nuevo en la cómoda butaca de otro nuevo despacho mucho más lujoso que el anterior.
– Veo que el lujo es un gusto.
– No vamos a hablar de lujos ahora, Diosdado, sino de este maletín.
El Señor Embajador Mosés Mount Drawe mostró el maletín que tenía escondido tras la mesa.
– ¿Es de usted este hermoso maletín de piel de cocodrilo y de color verde oliva?
– Era. Era mío. Ahora es de ustedes.
– ¿Es cierto que lo que contiene son los datos personales y profesionales de todos los espías y agentes secretos que el Partido Comunista de la Isla de Cabú ha estado introduciendo en Musa durante estas últimas décadas?
– Totalmente cierto. Esos datos sólo los conocemo el presidente Fidelino Astro Luz, el comandante Cé Evara y yo. Nadie más salvo usted ahora mismo.
– ¿Sabe la trascendencia que tiene para el mundo libre conocer todos estos datos?
– Sé la trascendencia que tiene conocerlo para el presente pero, sobre todo, para el futuro del mundo libre.
– ¿Deja usted familia en esta Isla de Cabú?
– Sí. Una mujer, una hija y un yerno más los nietos que puedan llegar en un futuro próximo.
– Sacarle usted de Cabú nos va a resultar tremendamente fácil pero… ¿con ellos?… con ellos lo vamos a tener tremendamente difícil por no decir imposible. No es usted un ciudadano cualquiera.
– Antes de que les pase algo malo espero que las cosas en la Isla Cabú sean diferentes.
– Pues tengo que decirle que en Musa no pensamos lo mismo.
– Está bien. Si algo les sucede Dios hará su propia Justicia.
– ¿Cree usted en la Justicia de Dios?
– Es lo que ustedes siempre predican al mundo entero.
– Bien. ¿Puede dejarme un momento a solas?
– ¿Y a dónde voy ahora?
– Visite nuestra cafetería y tome lo que quiera. Diga que va de mi parte y todo lo que tome o beba le saldrá gratis.
– ¿Eso también forma parte del paraíso de Musa?
– Efectivamente. Forma parte de nuestra idiosincrasia natural.
Porfirio Diosdado Anz Ayayo tenía unos enormes deseos de beberse una cocacola entera; así que, sin decir nada más, le dio un apretón de manos al Señor Embajador Mosés Mount Drawe con la intención de dirigirse hacia la cafetería de la Embajada de Musa en la Isla de Cabú.
– Confío en usted, Señor Embajador. No olvide nunca que confío en usted y en su paraíso.
– Gracias por su confianza. No le defraudaré… pero cierre bien la puerta…
Uan vez que Porfirio Diosdado salió de despacho de Mosés y cerró firmemente la puerta, el Señor Embajador marcó el número telefónico privado del Señor Presidente de Musa, Braham Bama.
– ¡Aquí el Señor Presidente de Musa! ¿Qué es lo que sucede en Cabú?
– Escucha, Braham, soy Mosés.
– Te escucho. Bien sabes que yo escucho todo.
– Resulta que acaba de pedir asilo político en mi Embajada nada más y nada menos que el Primer Secretario del Partido Comunista de la Isla de Cabú.
– ¿Qué nos ofrece a cambio?
– Parece como si la noticia no te impresionara, Braham.
– Ni me impresiona ni me deja de impresionar. ¿Qué nos ofrece a cambio?
– ¡Algo de mucha trascendencia para nuetro futuro!
– ¿A qué llamas tú trascendente?
– A la seguridad social de Musa. A la seguridad de todos nuestros ciudadanos sean quienes sean.
– ¡Eso me parece muy interesante, Mosés! ¿De qué se trata?
– Parece que por fin reaccionas, Braham. Tengo en mis manos los datos personales y profesionales de todos, absolutamente todos y todas, los espías y agentes secretos que desde Cabú se han estado introduciendo en Musa sin que nos diésemos cuenta. ¡Y este hombre nos ha regalado la oportunidad de acabar con todos ellos y con todas ellas!
– ¿Qué le has prometido a cambio?
– Lo único que se le puede prometer a un hombre que no sólo cree en nosotros sino también en la Justicia de Dios.
– Dejemos a Dios a un lado en este asunto, Mosés.
– No podemos, Braham. Este hombre no cree en la justicia humana pero cree ciegamente en la Justicia de Dios y nosotros siempre vamos predicando por el mundo entero esa clase de Justicia.
– Las cosas no son tan simples, Mosés.
– Sacarle de Cabú es para nosotros sencillísimo de hacer. ¿Cuál es el problema?
– Que no es un ciudadano cualquiera. ¡Es, nada más y nada menos que el Primer Secretario del Partido Comunista de la Isla de Cabú!
– ¡Eso ya no es cierto, Braham!
– ¿Cómo que no es cierto?
– Desde que ha desertado y nos ha pedido asilo político ha dejado de serlo.
– Tú siempre tienes la manía de simplificarlo todo. No estamos jugando como niños. El mundo se mueve por intereses creados.
– ¿Qué me estás intentando decir, Braham?
– Escucha bien, Mosés. Sabes que recogemos y abrimos todas nuestras puertas a quienes escapan de la Isla de Cabú y les damos no sólo asilo político sino toda clase de ayudas para que puedan ser alguien en Musa. Eso no lo puedes ni dudar.
– ¿Y eso no se puede hacer con Diosdado?
– Porfirio Diosdado Anz Ayayo es diferente.
– ¿No es un hombre como otro cualquiera?
– Es un hombre como otro cualquiera pero Fidelino y Cé no lo ven de esa forma.
– ¿Y a nosotros qué puñetas nos importa la manera de ver este asunto que tienen esos dos cretinos?
– ¡No te enfades conmigo, Mosés! La vida política no la he inventado yo.
– ¡Ni yo he inventado la mentira política! ¡La única verdad que existe en este caso es que es un hombre como otro cualquiera!
– Lo siento, Mosés… envíame inmediatamente todos esos datos personales y profesionales que tienes en tu poder… y entrega a Porfirio a las autoridades cabunas…
– ¡Prefiero llamarle Diosdado y no estoy dispuesto a defraudarle!
– Vamos a razonar un poco, Mosés. ¿Sabes lo que puede suceder si damos asilo en Musa al Primer Secretario del Partido Comunista de la Isla de Cabú?
– Cometes un grave error, Braham, cometes un grave error. Tú estás hablando del pasado, yo estoy hablando del presente y él está hablando del futuro.
– ¿Sabes cuántos cientos o miles de hombres y mujeres pueden morir por culpa de ese tal Diosdado?
– ¡Sé cuántos millones de hombres y mujeres pueden dejar de creer en nosotros si no cumplimos con nuestras promesas!
– No hables en plural. Ha sido tu promesa y no la mía.
– ¿Pero no te das cuenta de que tiene Fe en nosotros?
– La Fe de un solo hombre, Mosés, no puede cambiar el mundo.
– Te equivocas del todo. La Fe de un solo hombre no sólo puede cambiar el mundo sino que puede transformar el mundo. ¡Míralo desde ese punto de vista, por favor!
– Lo siento. Quizás lleves razón pero este caso no es un asunto de razón sino de intereses… así que agradécele los servicios prestados, haz desaparecer ese maletín, entrega a Diosdado a la policía cabuna y miénteles diciendo que nosotros no sabemos nada de ese maletín y que cuando entró en nuestra Embajada no portaba ninguna clase de maletín ni nada parecido. Quizás con esa mentira salvemos su vida.
– ¡Sabes muy bien que el comandante Cé Evara no es ningún tonto! ¡Sabes muy bien que cuando se lo entreguemos le va a estar torturando hasta que consiga que diga la verdad! ¡Y sabes muy bien que como él cree en la Justicia de Dios no les va a decir nunca la verdad pero eso va a servir para que Fidelino Astro Luz mande que lo fusilen de inmediato!
– Ya sé que ese Astro Luz está loco del todo pero nosotros no.
– ¡Pues yo creo que si le entregamos es porque estamos más locos de lo que creemos! ¿No es una locura olvidar a quien ha depositado toda su confianza en nosotros y nuestra forma de vida?
– No es un hombre del montón. Lo siento.
-¿Me estás diciendo que prefieres ayudar a un montón de gente en lugar de ayudar a una persona?
– ¿Qué me estás contando ahora?
– Un montón de gente no nos sirve para nada mientras que una sola persona nos sirve para mucho. Eso es lo que predicamos al mundo entero desde Musa.
– Yo no puedo ser un santo, Mosés.
– ¡Ni él está pidiendo que seamos santos sino solamente justos! ¿No entiendes la gran diferencia y lo mucho que vale Diosdado?
– ¡Tengo una reunión urgente con el consejero delegado de la ONU! ¡Ya no me queda más tiempo para discutir contigo!
-¿Y qué cuento le vas a contar ahora al consejero delegado de la ONU? ¿El de Caperucita Roja comiéndose al lobo? Porque si no somos capaces de creer en lo que predicamos es que estamos mintiendo descaradamente.
– Ese tal Diosdado o como se llame… ¿tiene familia en la Isla de Cabú?
– Se ha dejado allí a su mujer, a su hija y a su yerno. Está firmemente convencido de que también haremos todo lo posible para sacarlos de allí y traerlos a Musa.
-¿Sabes qué precio tenemos que pagar por ello?
– La liberación de las personas no se mide con dinero sino que se mide con amor. Si le fallamos ahora seremos como el judío Shylock de Shakespeare. O tenemos amor hacia las personas o nuestro paraíso pasa a ser una mentira.
– Puedes razonar todo lo que quieras y sé que llevas toda la razón pero no puedo hacer nada por Diosdado.
– ¡Dios mío! ¡Yo le he prometido que confiase en mí!
– Adiós, Mosés… y dale un cordial saludo de mi parte a Diosdado por su gran valentia… antes de entregarlo a la policía de Cabú.
– Está bien. Cumpliré tus órdenes. Pero como a partir de ahora no voy a poder mirar nunca de frente a Diosdado ni a los hombres y mujeres que son como Diosdado desde este mismo instante busca a mi reemplazo en la Embajada de Musa en la Isla de Cabú porque yo presento mi renuncia de manera irrevocable. Supongo que a mí no me negarás la entrada en Musa.
Mosés Mount Drawe colgó airadamente el teléfono, tocó el timbre que le comunicaba con el despacho de su hija y se quedó mirando al infinito…
– ¿Sucede algo, papá?
– Sucede que acabamos de negarle el asilo político a Diosdado.
– ¿Y quieres que se lo diga yo porque tú no te atreves?
– Exacto. Ya no me atrevo a mirar a una persona a la cara después de esto. Además ya no me trates de Señor Embajador porque acabo de presentar mi renuncia.
– Lo siento por Diosdado pero más lo siento por tí, papá. Porque tú si que me das pena.
Porfirio Diosdado Anz Ayayo estaba saboreando su cocacola cuando vio llegar a Ebeca Mount Olives.
– Hola preciosa. Hace un buen día aquí.
– Sí, Diosdado. Hace un buen dia aquí.