En los cojinetes se sentaban muellamente los contertulios y las contertulias. Era un verdadero laberinto de enigmas y sorpresas. Había quien iba con los brazos enlazados a la espalda picoteando como las gallinas. Otro bronceaba la espalda de una mujer y se equivocaba… se equivocaba…porque al de los poemas no le importaba ni un pimiento aquella mujer ni tan siquiera estaba pensando en ellos dos. Se equivocaba la paloma… se equivocaba…
Hubo quien ansiaba jugar con él al ping-pong… pero el de los poemas no estaba pensando ni en los chinos (juego muy español) ni en las chinas (piedrecillas de los caminos)… porque no estaba tampoco pensando en jugar al ping-pong…
Uno había que escribía jeroglíficos y fórmulas mágicas en los vidrios de la puerta del jardín. El de los poemas miraba… pero no miraba las cifras… sino lo que soñaba que había en el jardín. Para ello era necesario esperar. Y mientras tanto el de las fórmulas mágicas le invitaba a hacer punto. !Punto y miedo! le enseñó el poeta… que sabía que era la forma final de ganar al mus. Así que el de los jeroglíficos, fórmulas mágicas y ganchillo se quedó pasmado. No. No era el ganchillo (salvo el ganchillo de la estufa) lo que estaba en el pensamiento del poeta.
Estaba el clásico estafador que daba cambiazos de monedas romanas por pesetas… !pero se le vio el plumero y dejó de cacarear!. No. El que iba dando picotazos por el suelo seguía cacareando…
En las noches aparecía la mujer vestida con vestido de plátanos. ¿Tendría hambre el de los poemas?. Risa. Sólo hambre de risas. Y allí quedó la “platanera” con su vestido de plátanos paseando al son de la luna…
En Navalagamella hacía frío aquel invierno. Por eso el poeta no quiso en aquella ocasión acudir. Total ¿para qué si su viaje iba a ser mucho más largo?. Navalagamella quedó en el recuerdo del poeta como una pequeña anécdota de olvido. Y más anecdótico y de menos valor era aquel que hablaba de ideologías moviendo las manos como un perfecto orador crónico. Está bien, dijo el poeta. Lo pondré en la crónica. Total daba lo mismo escuchar su eco mientras El Chimenea echaba humos hasta por las orejas y mientras el poeta le enseñaba a hacer trucos con la baraja española (que nunca gustó el poeta de jugar con barajas que no fuesen españolas).
!Y qué decir del terribe fanático Ultra Sur que se jactaba de tener una maestra que le “enseñaba” todo!. !Muy bien, le dijo el poeta!. A mí también me han enseñado de todo un poco las maestras. Pero no. No era eso lo que buscaba el poeta y por eso el Ultra Sur destrozó la puerta con un puñetazo. Verdadera locura. Sólo logró romperse la muñeca. Si. Recuerdo la muñeca de la pobre anciana… pero eso es para más tarde…
Y, al mismo tiempo, el policía echando de menos la amistad del de los poemas. Bueno, dijo éste, recorramos los pasillos para sacar a la luz todos tus fantasmas. Hasta que la abuelita del acuchillador entró en escena. Ya era demasiado humor… mientras el humo del Chimenea seguía calentando el ambiente
A la hora del yantar es cuando desaparecían todas las máscaras y hacía su presencia la muchachita que no podía sonreir. Se produjo el milagro. Sólo le bastó decirle un pequeño piropo en forma de sonrisa… y la muchachita al fin sonrió. Y estaba el del Brasil, el animoso brasileño de las galletas. Parecía el “monstruo de la galletas” y sin embargo era sólo un amigo nada más. Pero un amigo, sí señor. Ahora bien el que más llamaba la atención era el drogata de las coca colas… con sus imaginaciones que quería a toda costa intercambiar… ¿por qué?… porque le habían rebajado toda su autoestima al nivel de la fealdad. Eso es lo que le ocurrría al drogata de las coca colas.
Sin embargo era el Bobo de Coria (con perdón) el que más admiraba al poeta. El Bobo de Coria (con perdón) y el viejo profesor de las fórmulas mágicas. ¿Te acordarás de mí cuando edites tu primer libro? dijo éste. !Por supuesto que sí! contestó el poeta sin dejar de mirar al Bobo de Coria(con perdón)… que se convirtió, por misterio y enigma , en sabio… mientras había uno que todos los años representaba el papel de arduo lector de novelas interminables…
El de los guantes de fieltro fino entraba y salía a todo su capricho. Sin embargo ¿qué importancia tenía aquel personaje en el teatrillo vital de aquella sala?. Ninguno. Sólo era un extra de tercera categoría. Y la secretaria de la recepción regalando sonrisas de entradas y salidas a los muchos espectadores que por allí pasaban.
Lo que estaba pensando encontrar el poeta en toda aquella función de farsantes y verdaderos era a alguien que no tardaría mucho en aparecer. Así que mientras tanto, para no aburrirse, escuchó a dos polluelos del “guay a lo Paraguay”, al coleccionista de música clásica y al Señor Puig… y hasta el defensor de las monjas apareció en escena hablando de cosas reales. El poeta no pensaba en cosas reales ni irreales…
Entonces fue cuando algo misterioso comenzó a ocurrir en el teatrillo. El Canoso donjuan buscaba compañía para jugar al Ajedrez. El de los poemas sólo miraba sentado con un vaso de coca cola que le había regalado el de la máquina. !Y apareció al fin!. Con un pase mágico !hale hop! surgió Ella y jugó ajedrez con el donjuan Canoso. El de los poemas sólo sonreía sentado en el jardín mientras en la sala de juego Ella le desplumaba al Canoso donjuan…
– Hola… ¿cómo estás?
– No tan bien como tú…
Y Ella sonrió tan gratamente que se sentó a su lado y comenzaron a contarse ficcciones imaginadas. Él era el de los poemas que los adornaba con historias y mitologías aprendidas en la mili. Ella escuchaba anodadada. Y hablaba de lugares hermosos donde los duendes trataban de imaginarlos a los dos hablando en el jardín. Él también se anodadaba con las historietas de ella… mientras el Envidioso, de tanta ira que le entró, se tiró a la piscina, totalmente vestido, para suicidarse..
El Diablo Cojuelo entró en escena. Abrió la puerta de cristal que daba al jardín y … !hale hop!… por arte de magia Ella desapareció del escenario. El Diablo Cojuelo quedó también tan anodadado como su secretario general. !No es posible!. !No es posible!. El que escribía la obra (el poeta) sólo sonreía sentado en el césped. El Diablo Cojuelo dió una patada al aire y se fue enfurecido (siempre seguido de su secretario general) del escenario… y… !hale hop!… volvió a aparecer Ella. Y ambos decidieron pasear mientras la abuelita de la muñeca de cartón quería levantarse.
– No puede ser- dijo la enfermera…
Ellos marcharon al jardín pequeño… lejos… lejos de aquel infernal teatro sinsentido alguno… y se dieron el juramento…
– Como sé que te vas mañana -dijo Ella- te juro que mañana trepo por ese árbol y me escapo de aquí.
Y dicho y hecho. Él se fue por la puerta principal y Ella batió el récord de altura escapando por la alta tapia. Todavía nadie se explica cómo sucedió toda aquella tramoya de encantamientos que no eran tales sino realidades ciertas con juegos de malabares incluidos.