Todos elogiaban y alababan la forma de jugar al fútbol de aquel joven deportista que con tanto entusiasmo triunfaba jornada tras jornada en la competición local. Artista del balón, aquel joven delantero era la admiración de miles y miles de personas que venían de todas partes sólo por verle jugar. Hacía maravillas con el esférico en los pies. Era un singular malabarista. Trenzaba líneas inimaginables sobre el césped mientras corría con el balón cosido a sus botas. Y siempre con la cabeza levantada. Finalizaba, inevitablemente, sus grandes epopeyas futbolísticas con el gol victorioso para su equipo.
Así que en aquella finalísima de temporada, donde se jugaba el todo por el todo de su futuro esplendor, multitud de personajes de los más grandes clubes del mundo habían venido para verle triunfar y ficharle por una cantidad astronómica.
Iba terminando ya el encuentro con el marcador de 0-0 cuando el árbitro, un maltés que había sido designado por la FIFA como el juez de la contienda por ser el más imparcial de los existentes aquel entonces, pitó un fenalty a favor del equipo del joven crack. El entrenador dio la consigna:
– !Tíralo tú, fenómeno!. !Tíralo tú y si marcas gol nos das el triunfo soñado y tú alcanzas la gloria deseada!.
Ahora dependía solamente de él triunfar o fracasar en el intento…
El joven crack colocó el balón en el punto reglamentario de los once metros de distancia y miró a los ojos del guardameta rival. Vio en ellos la desesperación y la impotencia. Imposible detener el disparo de su formidable zurda. Se descubrió a sí mismo que de esa manera iba a ser todo su futuro. Rodeado de millones de admiradores y con los rivales temblando de miedo y temblor. Entonces recordó la promesa que había hecho a su padre antes de que este muriese…
– Si. Papá. Seré un hombre humilde que nunca humillaré a ningún ser humano.
Y lanzó la pelota voluntariamente afuera, hacia el banderín de corner. Todos los vieron. Todos le insultaron. Todos rompieron su fotografía. Ningún enviado de los más grandes clubes del mundo se atrevió a fichar por una cantidad astronómica a aquel joven jugador que de aquella manera tan alevosa había traicionado a su propio equipo.
Allí acabó el futuro del joven crack. Pero nadie supo que él, en aquel mismo momento, había decidido dejar de ser un crack para convertirse simplemente en un humilde y sencillo ciudadano.
No estoy de acuerdo Diesel, no estoy de acuerdo.
En primer lugar, el chico no está humillando a nadie, simplemente está jugando. Cuando se juega, se asume la victoria o la derrota desde que se asumen las reglas del juego.
En segundo lugar, uno no tira su futuro por la ventana, las posibilidades de llegar a ser lo que uno quiere, porque supongo que jugar al fútbol era lo que él más quería, en pos de un sacrificio que me parece inútil. No está humillando a nadie, está jugando y lanzar el gol es lo que toca.
¿Humildad? No me parece. Es más, se puede decir que es traición a los suyos. Eso me parece mal.
En fin, quizás si buscas la parábola de aquel que tuvo la gloria en sus manos, pero dijo : no, por humildad. Para mi gusto personal, hubiera metido el gol. Demostrado lo que valgo, ayudando a mi equipo, ganando y luego, a la hora de que los ávaros me ofrecieran el contrato que les daría a ellos pingües beneficios, pero a mi no, entonces, si, hubiera dicho ¡no!
Estoy de acuerdo en todo lo que dices Only. Hice el cuento a propósito para hacer crítica. Ese crack era un tipo muy raro. Yo también hubiese metido gol y hubiese fichado por un gran club. Es la verdad. El cuento está escrito para crear esta polémica y tú has dado en el clavo. Nada tiene que ver la humildad con triunfar en alguna actividad de la vida… lo que ocurre es que hay plantemaientos erróneos y ese plantemaniento es el de este crack. Aquí, en la vida, no vale siempre eso de “que descansada vida la del que huye del mundanal ruido”. Un abrazo Only. Descubriste el error del crack y lo comentaste. Eso buscaba yo con la publicaciñón de este cuento.