Era la ira la que me dominaba. Mi mente estaba en un callejón sin salida, metido entre el vació y la impotencia.
No había dormido bien aquella noche y mi imaginación disipaba recuerdos abstractos de mi infancia, trayendo a mi cabeza imágenes mas impactantes de mi adolescencia. Los recuerdos se agolpaban entre mis neuronas, dopadas a un por los somníferos de aquella noche. Sentía rabia porque no conseguí dormir y tenía que ir a trabajar en aquel pequeño despacho de la calle Rosember, donde ocupaba mi tiempo en casos de detective privado.
Aún recuerdo el último caso, el de un ama de casa que por las noches se dedicaba a la prostitución y su marido pagó gran cantidad de dinero por averiguar la vida secreta de su esposa. Vino a mi despacho con gran preocupación, casi desesperado. Decía que su mujer trabajaba por las noches en un hotel pero que nunca conoció tal hotel.
Decidí levantarme he irme a trabajar un día mas, esperando a ver que nuevos sucesos aguardarían en la mesa de mi despacho.
Crucé la calle y un camión cisterna me arroyó, quitándome la vida en ese momento, y lo último que pensé es que hay días en que es mejor no levantarse de la cama.