Le llaman el hombre pobre. Siempre está en el supermecado, entre la puerta y la calle. No dice nada. Lleva un vaso en la mano y lo acerca a quienes pasan. No sé ni su nombre. Le veo todos los dias y noto su silencio. Le llaman el hombre pobre, porque nadie le ha preguntado ni su nombre o si es rico. Está allí, en el supermecado de mi barrio, entre la puerta y la calle. Supongo que vive, que no es de plástico, que no lleva barba porque es de izquierdas. Nunca le he dado nada, porque soy pobre como él, como la única papelera de mi barrio, como la campana de la parroquia donde dicen que viven como Dios. Quizá el resto de los que vamos al super seamos aún más pobres, menos valientes. Me da vergüenza demostrarle mi riqueza invisible. Él es un superviviente, un desertor del consumo, un parabrisas de la sociedad, un paragüas sin tela, ni plástico, ni nombre quizá.