Repasando textos del Vorem he vuelto a encontrar uno de Carlos Montuenga del cual tengo una muy grata sensación. Un hombre sale a trabajar y al contemplar algo tan cotidiano en nuestras vidas como un mirlo, un sencillo pájaro de los que abundan en parques y jardines, comienza primero por observarle; luego se queda un momento pensativo sobre el curioso proceder del ave y a partir de ahí, con una concatenación de ideas que van surgiendo espontánea y suavemente, va elevando el pensamiento y termina por hacer un profundo recorrido por la filosofía clásica humana.
Reflexiono yo ahora un momento: !Cuántas cosas hay que nos rodean diariamente, que están al alcance de nuestros ojos, y que sirven (sin tener que hacer grandes esfuerzos) para elevarnos a las cimas impensables de la reflexión honda y sensata!. Nos ocurre a todos. Que de una situación sencilla, diaria, cotidiana, podemos deducir conclusiones tan valiosas como Carlos Montuienga entresaca ese inesperado día.
Necesitamos solamente detener, por unos segundos, la desenfrenada existencia del mundo; parar la esfera del reloj de nuestra agitada actividad en una acción tan natural como buscar algo en los bolsillos para dar de comer a un mirlo… !y entonces nos superamos adentrándonos en los misterios de la vida!.
Estoy seguro de que a ti, lector o lectora del Vorem, también te ha ocurrido infinidad de veces. Estoy seguro de que si tomáramos unos pocos minutos más para ralentizarnos en esos segundos en que algo corriente y común nos llama poderosamente la atención, comprenderíamos mucho mejor qué signifia esta existencia nuestra, qué hacemos nosotros esencialmente en esta Tierra, qué contenido de sustancia hay en nuestra vida y, sobre todo, qué es en verdad el sentido de todo lo que nos rodea y que nos hace ser unívocos persoanjes en la historia humana.
Un abrazo, Carlos, !y gracias por enseñarme a pensar!…