Le llaman “El Tato” por la gran cantidad de horribles tatuajes que lleva a lo largo y ancho de todo su cuerpo. La cara, abotargada de tanto beber vodka de Polonia, que él cree que es de Rusia porque ignora que el tabernero Tomás le da “gato por liebre”, es más bien alargada desde la cresta del pelo siempre engominada con pegamento Imedio y cola de argamasa que usan los obreros de la construcción para unir los ladrillos, hasta la punta de la barbilla en donde luce un horripilante sapo de color verde tatuado de manera chapucera, parece un verdadero patatal. En la mejilla derecha, una especie de vampiro mal dibujado parece más bien un escarabajo pelotero alado y en la izquierda, el tatuador (un sinvergüenza hindú que le estafa sacándole buenos puñados de euros por cada uno de los tatuajes), lleva una especie de moscardón azul que él cree, debido a que siempre se pasa adormilado por la heroína, un verdadero lagarto chino.
“El Tato” tiene un cuello largo, excesivamente largo y delgado, y en la nuez tiene tatuado una especie de adormidera que parece un tren de cercanías de tanto que sube y baja cuando el vodka entra por su faringe. “El Tato” no entiende de chicas nada más que son unos seres incomprensibles para él puesto que no se da cuenta de por qué no se le acercan. Por eso va siempre tambaleándose de izquierda a derecha y de derecha a izquierda por los oscuros callejones del barrio madrileño de San Blas.
El verdadero nombre de “El Tato” lo lleva tatuado en la espalda con lo que él cree que son símbolos chinos ya que, traducido al español, significa Simplicio. Es por eso por lo que, acomplejado por su nombre de pila (y de verdad que es bien simple en sus razonamientos)él cree que mola aquel tatuaje en palabras chinas sin darse cuenta de que está escrito en latín vulgar y se puede leer: “Simplicisimus Humanae”.
Por otro lado, “El Tato” intenta aparentar, por su forma y manera de andar siempre lo más rígido posible (algo que no consigue del todo porque cojea del pie derecho por un accidente de bicicleta que tuvo en la infancia cuando bajaba a toda velocidad por la Cuesta de las Perdices de la Comunidad de Madrid), que es el jefe del barrio. En realidad siempre está haciendo los trabajos que le pide su Enriqueta, una feucha muchacha de treinta y muchos años de edad, flaca como una varilla de ferias, que se la pega con Enrique, otro verdadero sinvergüenza que se ríe de las majaderías de “El Tato”.
“El Tato” tiene las dos orejas muy separadas de la cabeza, un poco más separada la derecha que la izquierda, con lo cual no presentan simetría alguna, que tienen forma de soplillos. “El Tato” tiene apariencia de coleóptero volador por este tan singular motivo. Algunas veces tiene, como costumbre adquirida desde la infancia, rascarse las orejas hasta que éstas adquieren un color rojo-morado que le hacen parecerse a un mono catarrino. Por su escasa resistencia a los cambios climáticos, “El Tato” siempre va moqueando continuamente y de los ojos se la salen las lágrimas pues es rijoso de ambos.
Su nariz, en forma de zanahoria agrietada, le sirve para oler el espliego cuando, aburrido de que nadie le hace caso y a nadie asusta, se va a caminar a los descampados que hay por el barrio de Hortaleza pues cree, con sus torpes ideas neonazis salidas de un cerebro más bien minúsculo, que allí, filosofando con sus pies (que parecen dos patas de ganso con aletas incluidas) se cree más sabio que Luis, el chico más listo del barrio, que le ha birlado a la Trini cuando “El Tato” más enamorado estaba de ella.
Los brazos de “El Tato” son tan gordos como dos morcillas humanas y muy cortos de longitud lo que, comparado con su cuerpo escuchimizado, le da apariencia de Popeye venido a menos. Y es que “El Tato”, semianalfabeto, sólo lee comics de Popeye. Por eso su cabeza la lleva rapada como Cocoliso salvo la cresta de gallo que le da apariencia de urogallo cantábrico aunque él es nativo de Córcega y por eso habla tan mal el español que ni se le entiende porque parece que habla en chino de Shangai.
En el gimnasio donde acude para combatir un defecto que tiene en su espina dorsal, inclinada visiblemetne hacia la derecha (de ahí que tenga ideas ultranazis) también le estafan diciéndole que es la viva imagen de Bruce Lee. “El Tato” siempre se imagina que es un excelente conquistador de chavalas pero que lo que pasa es que todavía no ha tenido mucha suerte. La verdad es que las chavalas del barrio de San Blas, cuando ven su esperpéntico cuerpo y su cresta punky aparecer por la calle y acercarse a ellas, lo único que hacen es buscar cualquier excusa para huir rápidamente y desparecer de su vista. Los ojos del “Tato” parecen como de sapo partero y sus dientes, ennegrecidos de tanto mascar paloluces que encuentra por los caminos cuando sale a pasear fuera de la ciudad, están tan separados entre sí que cuando ríe (cosa que casi nunca hace) parece una especie de Pantagruel salido de una novela francesa.
Habla pésimamente el español y cuando lo hace en italiano parece que habla en japonés, por lo que ha decidio aprender a hablar en francés, aunque su contiua tos (de tanto fumar tabaco negro de la marca “Galois”) y que le sale del interior de sus pulmones hace que parezca que está hablando en un alemán que ni los de Baviera pueden comprender y menos aún los de la Selva Negra.
Como todo el barrio de San Blas se lo toma a pitorreo, “El Tato” viste siempre pantalones de cuero negro (para tapar sus debiluchas piernas que son como dos mondadientes) que sujeta con tirantes blancos y usa camisas azules siempre totalmente abotanadas de arriba hasta abajo, por lo que parece verdaderamente un paleto de alguna aldea perdida del Uzbekistán.
En el invierno, cuando las temperaturas bajan a bajo cero, siempre cubre su cabeza con un gorro de esos que usan los campesinos de los altiplanos bolivianos y que encontró, casualmente, en El Rastro madrileño. Esto le hace todavía más esperpéntico a los ojos de las chavalas y el pitorreo general es todavía más elevado en todo el barrio de San Blas. Siempre está comiendo nueces que las masca continuametne durante las 24 horas del día, pues hasta cuando duerme está con este vicio que no se sabe quien se lo enseñó, mientras la nuez de su garganta sube y baja, sube y baja al ritmo de los pedazos de nueces cuyas cortezas rompe con las muelas.
Las chavalas del barrio madrileño de San Blas saben que “El Tato” sufre de sífilis y gonorrea y nunca desean “hacer el amor” con él… además de que no desean “hacer el amor” con nadie. Y es por eso que, cuando les pide ir a la cama con él huyen despavoridas a refugiarse a sus domicilios porque saben que pueden ser contagiadas de alguna extraña enfermedad venérea incurable.
“El Tato” tiene los dedos de las manos muy gruesos y encorvados hacia dentro; además de que siempre los lleva pringados de aceite porque trabaja en el taller mecánico de su padre ya que no ha conseguido ningún otro trabajo. La única ocasión que se le presentó fue intentar ser un extra en una película de vampiros pero fue imposible que lo admitiesen porque mide sólo un metro y cincuenta y cinco metros de estatura y eso que usa unas muy gruesas plantillas, lo cual, por otro lado, le produce fuertes dolroes en sus pies que, vuelvo a repetir, parecen patas de ganso con aletas incluídas. Y cuando quiso ser jugadro del equipo de fútbol sala del barrio sólo le admitieron que fuese el utillero aunque el pidió ser el director de las “cheerlanders” del club que, por supuesto, se negaron rotundamente a admitirle como tal. La cuestión era bien clara: o no le dejaban ser director de ellas o ellas se alistaban en el equipo rival. Por eso sólo puede ser el utillero a pesar de que sigue, con sus ideas neonazis, creyéndose Bruce Lee en persona.