El mejor violinista de todos los tiempos fue un personaje legendario en el arte de la perseverancia.
Nicolò Paganini, nacido en Génova el 27 de octubre de 1872, fue un niño prodigio que a los 6 años ejecutaba composiciones en el violín y a los 9 años debutó ante el público. Sus célebres giras recorrieron toda Italia, Viena, París y Londres. Su obra incluye veinticuatro Caprichos para violín solo (con nuevas técnicas interpretativas del instrumento), seis conciertos y varias sonatas. Sobre Paganini se crearon innumerables leyendas que él mismo se negaba a desmentir, en parte porque le divertían y en parte porque le permitía llenar los teatros donde actuaba.
La anécdota apócrifa más extendida encierra una interesante moraleja. Cuentan que en una ocasión actuaba ante auditorio repleto de admiradores. Su intervención fue soberbia y las notas emergían del violín con una belleza incomparable. De pronto, una de las cuerdas del violín de Paganini se rompió. El director se detuvo; la orquesta paró; el público esperó. Pero Paganini continuó extrayendo milagrosos sonidos de violín Guarnerius. El director y la orquesta, admirados volvieron a tocar. Todos pensaron que era un artista sobrenatural.
Al poco, otro sonido extraño interrumpió el ensueño de la platea. Otra cuerda rota en el violín de Paganini. El director paró de nuevo. La orquesta también. Paganini siguió, como si nada hubiera ocurrido, arrancando sonidos imposibles. El director y la orquesta absolutamente impresionados retomaron la partitura. Aún faltaba lo mejor. Una tercera cuerda del violín de Paganini se desgarró. El teatro entero dejó de respirar. Pero Paganini prosiguió. Como un acróbata musical, arrebatando mágicamente todas las notas de la única cuerda remanente de aquel desbaratado violín.
Lo cierto históricamente era que el virtuosismo de Paganini embelesaba a todos. Podía interpretar obras de gran dificultad únicamente con sólo una de las cuatro cuerdas de violín (la de sol, retirando previamente las otras tres, de modo que no interfirieran durante la actuación), y continuar tocando a dos o tres voces, de suerte que parecían ser varios los violines que sonaban. Tanto asombraba al público de la época su técnica, que se llegó a rumorear que existía algún pacto diabólico en su famoso instrumento de cuerda, hoy recogido en el Museo de Génova.
A Paganini le molestaba que siempre que lo invitaban a comer le advertían que no olvidase su violín, para amenizar la sobremesa. Hasta que decidió contestar: “Mi violín no come más fuera de casa”. Paganini con aquel Guarnerius podía reproducir la voz humana y vocalizar el nombre de las personas. De ahí que dijesen que su violín encerraba el alma de mujeres de hermosa voz. Ni en su lecho de muerte se separó de aquel instrumento, creado por el famoso Giuseppe Bartolomeo de la luthería Guarneri.
Además de sus gestas y de su música, el genial violinista nos legó una lección de profesionalidad, que persevera hasta el final, como en la fábula del concierto con una sola cuerda. La vida nos va retirando recursos gradualmente a todos: algunos abandonan pronto, pero otros despiertan el Paganini que todos llevamos dentro y siguen adelante sin rendirse nunca. Victoria es el arte de continuar, cuando otros resuelven desistir. La gloria de Paganini proviene de ser el paradigma de quien persiste ante lo que parece imposible.