En la encrucijada de las tradiciones , Benjamín Carrión revela un testimonio de cultura creativa que toma sólo lo que le parece universalmente válido para, siendo al mismo tiempo creyente de la ética moral, librepensador y socialista, convertirse en “apóstol” del impulso vital. Un minoritario nato cuya voluntad renovadora profundiza en todas las corrientes culturales en formación. Tal diversidad de saberes indica el programa de sus creaciones y el ambiente cultural al que, libre y decididametne, desea pertenecer…
Su “constelación” francesa es aderezada con las “galerías” de la estética de Antonio Machado, y Benjamín Carrión aprende, del sevillano/soriano/francés, a ser un escritor “hacia adentro” pero sabe describir, muy bien además, lo que está fuera de él. De Machado aprende, igualmente, a sentir en sus escritos la angustia del presente ecuatoriano y soñar con un Ecuador más libre y mejor.
Juan Ramón Jiménez es otra de las fuentes literarias de Benjamín Carrión pero, por encima de todos los escritores españoles, él admira al maestro de la paradoja cultural: Miguel de Unamuno y Jugo -el vasco de Bilbao que llegó a ser catedrático de la Universidad de Salamanca-, a quien llegó a conocer en la ciudad francesa de Hendaye (allí contactaron ambos durante un mes) cuando ocurría la víspera de la Revolución ecuatoriana del 25 de junio de 1925 y Benjamín Carrión acababa de casarse con doña Águeda Eguiguren, habiendo dejado -temporalmente- su cátedra de Sociología en la Universidad Central de Quito y sus labores, como columnista, en las páginas de El Telégrafo de Guayaquil; porque Carrión, además de escritor, fue un gran articulista de prensa diaria, siempre fiel a las críticas contra todo dogmatismo -del carácter que fuese- y contra toda dictadura del intelecto y toda opresión a la libertad de expresión.
(Fragmento de la obra titulada “El Pensamiento vivo de Benjamín Carrión” escrita por José Orero De Julián y su esposa Liliana Del Castillo Roja, que fue Premio Nacional de Literatua de la “Muy Ilustre Municipalidad de Guayaquil” en 1996 y publicada en junio de 1998)