En la historia el ser humano intenta dar continuidad de su autorealización existencial. Todo accionar humano nos remite a una continuidad de realización, cuya integración constituye el tiempo histórico.
Si nos remitimos a la edad antigua de las culturas míticas, vemos que no hay propiamente una historia; pues el ser humano no se realiza en ella, sino fuera de ella. Las acciones humanas no se valoran por sí mismas, sino que se definen y valoran en función de los arquetipos míticos.
Hay, por lo tanto, en el mundo humano mítico una carencia de autonomía para valorar la existencia. Los hechos y las obras no trascienden; no son más que el modelo de lo que siempre se repite, de aquello que siempre tiene que ser así y no de otra manera. En esta edad la historia no es entendida como un ámbito exclusivo del ser humano.
Más bien, en la edad heroico-legendaria, que sucede a la cultura mítica, recién comienza a valorarse las acciones humanas; hecho que parte más o menos en el siglo IX antes de Jesucristo, con Homero; aquí recién se comienza a reconocer un mundo específico del hombre con la humanización progresiva de la cultura que se inicia con el antropoformismo de los dioses.
En este proceso de desarrollo de la cultura los héroes, ahora hombres superiores más que semidioses, no son ya los meros ejecutores de un arquetipo trascendente del acontecer, sino los verdaderos autores de un modelo mundano de visicitudes. Sus hazañas, que se las concibe cumplidas en un pasado remoto, en una edad de oro de la humanidad, constituyen ahora ejemplaridad inmanente, pues quedan insertas en el tiempo humano como prototipos que los seres humanos del presente y del futuro han de inmitar y continuar. Son hechos o acciones que, por haber sido de un modo tan conspicuo y excepcional, son hoy dignos de recordación, de conservarse en la memoria y de erigirse en paradigmas, en un auténtico “debe ser” para el humano del presente y las generaciones del porvenir.
También debemos considerar una contribución importante a la humanización de la historia, dentro de la Antigüedad, la concepción hebrea del Pacto entre Jehová y el pueblo elegido; pues no obstante estar encuadrada en una cosmovisión de neta raíz trascendentalista, deriva en una estimación de la historia como tiempo eminentemente humano, para el cumplimiento, por el pueblo judío, del compromiso contraído. Dios ha fiado su palabra de salvación y el tiempo es el plazo de la fianza. La historia es, por consiguiente, destino, y Dios la ley de la historia, como suceso del ser humano, que será juzgado por su veracidad o falsedad, es decir, por su fidelidad o infidelidad a la alianza.
Pero, propiamente, es en la edad del Renacimiento cuando cobra impulso la idea de la humanidad, es decir, de la historia entendida como ámbito exclusivo del ser humano. La reflexión sobre el hombre hizo posible que de un modo autónomo se pueda orientar la vida. El ser humano de esta edad va paulatinamente tratando de desechar cualquier instancia intermedia y busca la condición de su existencia a partir de sí mismo, sobre el dominio de su propia conciencia.
A partir de entonces el ser humano ya no se dejará arrastrar por la fatalidad ni por la monstruosa oposición de la naturaleza. Su temple y personalidad se irán plasmando para construir una vida de conformidad con su libre pensamiento.
El trabajo manual y la reflexión se convierten para él en la fuente de su liberación, y la libertad de conciencia en el principio de todas las libertades que puede reivindicarse para sí. Surge así, evidentemente, un nuevo espiritualismo, humanista e individualista… pues es el espíritu humano ante todo el que el ser humano del Renacimiento valora sin dejar de reconocer la existencia de otras formas de realidad espiritual, por supuesto, como la de Dios. Y humanismo individualista porque el hombre en sí, personal, es el que deberá destacarse con su espíritu de fortaleza para desplegar una vida auténtica y más plena en la naturaleza para someterla a sus aspiraciones e intereses.
En estas condiciones y hasta nuestros días, el ser humano puede conocer su historia, porque es su propio actor; es el que con un nuevo espíritu se proyecta en el universo: lo conoce, lo escudriña. En efecto, el ser humano moderno consolida su libertad, dado que, gradualmente, puede compenetrarse hacia otras esferas del universo y del ser.
Indiscutiblemente,el ser humano es un ser histórico… definitivamente creado por Dios. Sí. Dios es el Creador de la Humanidad y los hombres y mujeres son los que escriben la Historia. Entre ellos los que escriben la Verdadera Historia de Dios.