A la hora de la tarde,
cuando los molinos mueven
sus ideas y pensares
al compás de las veletas
por los anchurosos lares
donde el sol está quemando
se me escapan los cantares.
Es un sueño que se expande
por jardines y florestas
más al sur está el agonizante
de las fronteras desiertas
donde la hora hace alarde
de minutos con las violetas.
La sombra pasa y alarga
al caballero andante
y, por delante,
va su lanza y su adarga
como sueño delirante.
Una visión en la tierra
está subiendo la sierra
como un sencillo escalante.
Y sigue, siempre adelante,
y dejándose la vida
mientras él siempre olvida
las burlas de algún gigante
que, en forma de vil molino,
es sólo veleta parlante.
Charlan los campesinos
y en la ciudad circundante
están todos los vecinos
hablando del puro arte.
Es una onda ondulante
esto de hacer los caminos
entre suaves remolinos
del aire de aquel pensante
que creía en los divinos
versos del viejo Dante.
El tiempo siempre avanza
en dirección inconstante
mientras la veleta danza
al son de algún galante
que tiene grande la panza
pero muy poco talante.
Mi corazón también canta
con los versos de Cervantes
mientras Machado levanta
emociones desesperantes
en los hombres de la manta
y mujeres del Levante.
En Madrid está mi cama
esperando a que descanse
esta pluma que derrama
versos de pensar amante.
Ls cigarras de los montes
hacen hervir a la tarde
mientras élitros saltamontes
comienzan con su combate
de ir saltándose rimas
como las salta el cantante
al que admiraban las primas
que le creían un vate.
Y en Madrid ya los festejos
se hacen relampagueantes.
Se está viendo a lo lejos
llegar a mi sueño constante
y la tarde se desborda
de alegría concordante
que festejan los muy viejos
y algún niño ya hecho grande.