Todo era un sopor. Aquellos exámenes sólo servían para poner números más o menos altos o más o menos bajos pero, en realidad, no servían para otra cosa sino para numerar a los estudiantes (seres humanos) cual si de ganado bovino se tratara. Por eso aquellos exámenes sólo eran fatuas apariencias y era mejor hacer uso de la imaginación para no aprender de memoria tanta Comunicación Social y tanto Derecho del Periodista y tanta Tecnologia y tanta… tanta estopa y retórica teórica que nos metían como un calzador en el pensamiento. ¿Para qué tanta Ética del Periodismo si después sólo trabajaban en el oficio los “niños bien” y las “niñas pijas” que ya tenían asegurados sus puestos de trabajo gracias a los dineros de papá, de mamá o de ambos juntos?. Por eso aquellos exámenes no eran, en verdad, más que absurdos existenciales.
Y ante aquella situación tan absurda lo mejor era echar mano de algunas artimañas para desenredar tanta situación abstracta. Lo mejor era ser concreto y crear… crear… crear…