Decía Benjamín Franklin que la felicidad humana, generalmente, no se logra con grandes golpes de suerte, sino con pequeñas cosas que nos ocurren todos los días. Quizás, para mucha gente, sea una manera muy reducida de enfocar el tema, pero no andaba muy desencaminado el político y publicista norteamericano porque la dicha, en esta vida, consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar, algo que esperar de sorprendente cada día.
Felicidad es, ante todo, tener motivos por los que despertar todos los días para intentar vivir esos pequeños sueños que, todos ellos juntos, nos llevan a decir que merece la pena estar vivo porque hoy tengo algo que sentir y mañana tendré algo que conquistar.
La felicidad es, bajo mi punto de vista, un sentimiento más interno que externo. La podemos mostrar hacia fuera, hacia los demás públicamente, pero está demostrado que al hacerlo así hay muchos a los que les molesta que nos sintamos felices; por eso sentirla dentro, vivirla en el interior de nuestra propia persona, es la mejor manera de gozar de ella.
Por otro lado he llegado a la conclusión de que la felicidad se vive por momentos, por épocas como explicaba Nietzsche. No es que sea una ecuación continua y permanentemente fija puesto que es una variable temporal ya que se vive en algunos momentos y en otros nos, pero podemos esforzarnos en hacer que esos momentos se prolonguen el máximo de tiempo posible. Depende de nosotros mismos más que de las circunstancias externas, aunque éstas también tengan mucha importancia en este asunto.
Decía Voltaire que buscamos la felicidad sin saber exactamente dónde está ubicada, como el borracho busca su casa sabiendo que tiene una… porque la felicidad, la suprema felicidad temporal de esta vida, es saber que podemos llegar a ser amados a pesar de nosotros mismos; en otras palabras, podemos ser felices a pesar de cualquier otra circunstancia. Esta forma de pensar, que era muy del gusto del escritor francés Víctor Hugo, confirma que la felicidad (siguiendo la filosofía del sensualista John Locke) es una decisión de nuestra mente más que una condición de nuestra existencia.
Ya en el año 100 de nuestra era, el filósofo Epícteto de Frigia hablaba de que la felicidad no consiste en adquirir o gozar de muchas cosas sin sentido, sino de ser evidentemente libres para vivir y gozar de pocas cosas pero de vivir y gozar de cosas que deseamos de todo corazón.
Quizás sería también conveniente pensar que la verdadera felicidad se consigue cuando nos exigimos mucho a nosotros mismos y muy poco a los demás y no al contrario como hacen los egoístas. Porque exigir mucho a los demás y muy poco a nosotros mismos nos conduce siempre a estar insatisfechos, a estar inconformes y a ser infelices.
Pensemos por un momento que ser feliz es tener la certeza de no sentirnos perdidos en el ambiente en que estamos viviendo, en la época, lugar y sociedad que nos ha tocado vivir (y aquí hay que tener muy en cuenta esas circunstancias externas que hacen que la felicidad sea un valor relativo y no absoluto) pero siempre cierto grado de felicidad está en el interior de nosotros para conquistarla por nosotros mismos.
Por eso la felicidad es algo que se experimenta desarrollando todas nuestras facultades. En este sentido un ejemplo fue Madame Germaine De Stael, la baronesa de París, siempre feliz en sus salones del siglo XVIII. Esta dama, que tanto in fluyó en los románticos alemanes y franceses, es una muestra –en el campo de la Literatura- de que la felicidad se obtiene cuando quedamos satisfechos y satisfechas como personas. Por eso a la felicidad hay que descubrirla porque es como un tesoro escondido. Descubrirla y saber vivirla hondamente. Por eso felicidad ¡divino tesoro!.