A Juan no le pasó inadvertida aquella forma secuencial que tenían para aparecer en escenas: Vallés, Herreros, Sáiz. En realidad formaba parte estratégica del “Código Duque” ideado por Sáiz y secundado, a ciegas, por Vallés y Herreros sin saber la verdad que se encerraba en la corta y cerrada mente de Sáiz.
– No te preocupes, Juan, yo tengo el coche aparcado en el estacionamiento de la Estación de Atocha. Podimos ir hasta el bar “Momo” sin tener que caminar tanto.
– ¿No desean ir caminando, señor Vallés?.
– Yo pienso algo mejor.
– ¿Pero usted piensa algo, señor Herreros?. Algo mejor que caminar no creo que sea ir en coche; a no ser que usted esté acostumbrado a salir de casa para comprar el pan de la tienda de al lado usando el automóvil.
– La verdad es que somos muy pesados.
– Ya veo que son ustedes muy pesados y eso es por tener esas barrigas. ¿Les preocupa eso a ustedes tres?. Caminar es bueno siempre para perder algún kilo que otro y ahorrar dinero gastado inútilmente en gasolina.
– !No seáis inútiles, por favor!.
– Está usted demasiado nervioso, señor Sáiz, demasiado nervioso; como esos alumnos que saben, al salir del examen, que han suspendido la materia y, con ello, tirado por la borda toda su carrera.
Sáiz cerró la boca pero en su interior siguió creciendo el odio en vez del agradecimiento por recibir gratuitamente un sabio consejo.
– De todas formas, se me ocurre una buena idea.
– ¿Otra buena idea, señor Vallés?. Da la sensación que es usted la voz cantante del Trío los Calaveras.
– Buen tema para charlar durante el viaje
– Es cierto. Buen tema para charlar durante el viaje a dónde… señor Vallés.
– Mi idea es la siguiente. Conduzco el automóvil hasta las cercanías del bar Momo 6.9 que se encuentra la calle Cardenal Solís, 10; supongamos, por ejemplo, que lo aparco en la calle Palos de Moguer. Y después vamos caminando hasta el bar.
– Excelente idea, señor Vallés. Yo iré de copiloto como siempre que me toca viajar con personas que usan gafas porque tienen pésima la vista.
– Gracias por lo de excelente idea. ¡Seguro que sale bien el “Plan Madrid”!.
Juan habia logrado ponerle excesivamente eufórico al señor Vallés y dicha euforia le había hecho decir, sin querer, lo del “Plan Madrid”; mientras a Sáiz se le puso la cara de color verde. Color que nunca cambió durante todo el trayecto mientras Juan les contaba la historia del Trío los Calaveras.
– Señores. Pongan mucha atención y así se distraen durante el camino. Vamos a ver qué les parece la siguiente historia: El Trío los Calaveras fue fundado por Guillermo Bermejo Araujo, Miguel Bermejo Araujo y Raúl Prado, a comienzos de los años treinta. Adoptaron el nombre de Calaveras por el famoso mote que se les daba en aquel tiempo a los mujeriegos. Fueron incluidos en la película “Las Cuatro Milpas” y tuvieron mucho éxito. Consecuentemente, participaron en varias películas más a partir del año 1937. En diciembre de 1939 realizan una gira por todo Centro y Sudamérica. Al finalizar ésta gira, Guillermo Bermejo dejó el trío en 1942 siendo sustituido por Pepe Zaldívar, cantante yucateco. En esta nueva etapa alcanzaron gran popularidad, sobre todo a partir de la participación del trío en la cinta titulada “El peñón de las ánimas”, acompañando al actor y cantante Jorge Negrete, de quien se convirtieron en sus acompañantes de cabecera. Durante los años de las década de 1940 y 1950 tuvieron mucho éxito con grabaciones, con participaciones en múltiples películas de la época de oro del cine mexicano y con presentaciones en el extranjero, incluyendo la obra teatral titulada “Luna de miel para tres” en Buenos Aires, Argentina, acompañando a Jorge Negrete y a Gloria Marín, en 1947. A partir de la década de los años 60 se dedicaron a presentarse en un centro nocturno de la ciudad de México llamado El Jorongo del Hotel María Isabel Sheraton, con gran éxito durante 25 años ininterrumpidos (entre 1962 a 1987). Pepe Zaldivar muere en 1975. Raúl Prado, cantante jalisciense, quien tuvo un fugaz matrimonio con la actriz mexicana María Félix, muere en 1989. Miguel Bermejo fallece el 3 de Enero de 1996. Guillermo Bermejo fallece en 2003 en la Ciudad de México.
– Todos muertos.
– Es cierto. Todos muertos, señor Sáiz. No me olvido de eso. Mi madre fue quien me lo contó.
Sáiz había cometido otro error por hablar a destiempo.
– Es mejor saber estar callado a tiempo y saber hablar cuando no se necesita estar callado.
De nuevo Sáiz había visto su estrategia irse viniendo abajo poco a poco. Al llegar a la calle de Palos de Moguer, Vallés aparcó el coche y salieron los cuatro hacia el bar Momo 6.9 de la calle Cardenal Solis, número 10. Juan observó, de nuevo, que se repetía la secuencia. Él caminando junto al bordillo de la acera y a su izquierda siempre el mismo orden: Vallés, Herreros y Sáiz. Era evidente que alguno de ellos le tenía un miedo cerval. Lo razonó inmediatamente. Era Sáiz. Sáiz era el planificador de aquel llamado “Plan Madrid” que, no tenía duda alguna, formaba parte esencial del “Código Duque”. A partir de ahí tendría que usar inteligentemente sus cartas para destruir por completo aquel “Código” del cual, como estaba intuyendo, no sabían ni la mitad de la mitad, los domados Vallés y Herreros. Dio gracias, mentalmente, a la Señora de Moreno, la cual habia sido capaz de engañarles haciéndose pasar por la Señora Moreno en lugar de Señora de Moreno. La diferencia parecía una pequeñez sin importancia pero era muy grande e importante. Ninguno de los tres se había dado cuenta de eso.
– Por cierto, señor Vallés… ¿eso del 6.9 se refiere quizás a alguna frecuencia radiofónica?.
Sáiz atravesó con su mirada a Vallés quien respondió nervioso del todo y sudando a chorros por la frente.
– No… no… no es ninguna frecuencia conocida, Juan.
– Claro que no es ninguna frecuencia conocida, señor Vallés.
– Entonces… ¿por qué me lo pregunta?.
– Digamos que estoy hablando de una emisora clandestina para uso simplemente local.
– Pues yo no sé nada de ninguna emisora clandestina…
– Porque quizás usted no sepa ni la mitad de la mitad del “Código Duque”.
Sáiz echaba humo hasta por las orejas de tanto fumar cigarrillos con un tic nervioso que le delataba mientras farfullaba palabras al oído de Herreros. Al final del corto trayecto a pie llegaron hasta el bar Momo 6.9 y se sentaron alrededor de una mesa entre la luz y la sombra. Primero Juan de espaldas a la barra del bar, tal como había previsto Sáiz, y después, en el sentido inverso a las agujas del reloj, Vallés, Herreros y el propio Sáiz que, ahora, empezaba a sonreir malignamente mientras Juan reflexionaba. La presencia de la guapa Bermejillona le sacó de sus reflexiones.
– ¡Hola, señor Sáiz y compañía!. ¿En qué puedo servirle?.
– Sírvenos cuatro cubalibres de ginebra para brindar por la amistad.
La sonrisa de Sáiz era ahora verdadermaente diabólica.
– ¿Le gusta jugar al mus?.
Juan no se inmutó y respondió serenamente.
– No sólo sé jugar al mus sino que he sido maestro de otros que no tenían ni idea de lo que es el mus. Recuerde señor Sáiz cómo aprendió usted.
– Aprendí de alguien… pero no recuerdo de quien…
– Posiblemente tenga ya demasiada estropeada su memoria, señor Sáiz. Cuide esa memoria. Es como un disco duro de computación. Me parece que la tiene usted bastante dura y eso no es muy conveniente, señor Sáiz.
Sáiz se mordió los labios preso de una ira que se reflejaba en sus airadas miradas a Vallés y Herreros. No se atrevía a mirar de frente a Juan. En esos momentos La Bermejillona llegó con la bandeja de plata sobre la cual transportaba los cuatro cubalibres de ginebra y una pequeña cubeta con trozos de hielo.
– El primero para usted, señor…
– Juan. Simplemente Juan si no le importa.
– A mí me dicen La Bermejillona, pero los más amigos me llaman La Mejillona.
– Ver para creer.
– ¿Cómo ha dicho usted, señor Juan?.
– Que ver para creer. Hay ciertos amigos que son tan analfabetos que en vez de ver dicen ber. No se preocupe. Es un chiste muy malo y no la estoy intentando ofender ni ligar con usted. ¿Me ha comprendido?.
– Del todo.
Sáiz volvió a callar su lengua y comenzó a morderse, después, las uñas. Estaba atenazado por sus propios nervios. No habia conseguido La Bermejillona que Juan dijera su verdadero apellido y además se permitía el lujo de bromear con ella. Pero lo importante ya estaba conseguido. Ella había colocado el vaso convenido para que lo bebiese Juan y ahora estaba colocando, siguiendo la secuencia acostumbrada, a Vallés, Herreros y, por último, a Sáiz.
– Observo, señorita Mejillona, que tiene usted una forma muy curiosa de servir.
– No le entiendo..
– Conozco mucho de bares de copas de alternes y nunca había visto a una camarera tan cuidadosa al colocar los vasos de sus clientes. Todas las que he conocido yo los colocan de manera mucho más informal; sin importarles tanto el orden.
Ella se quedó por unos segundos calladas. Los ocho sentidos de Juan estaban, ahora, funcionando, al cien por cien. Memorizó la botellita de colección que le había regalado la Señora de Moreno y aquel aviso de “recuerde siempre su contenido”. Aquel contenido era ron. ¡Eso es!. ¡Tendría que beber cubalibres de ron pero no de ginebra!. Así que ideó su propio “Plan Madrid” totalmente distinto y diferente al “Plan Madrid” de Sáiz.
– Por favor… si no le importa… tráigame otro cubalibre de ron para mi. Pero que sea de ron.
– ¿Es que se atreve usted con dos cubalibres al mismo tiempo?.
– ¿Por qué no?. No se preocupe por eso. No me emborracharé. Sólo que tengo ese antojo. Y es que nací de esta manera. Usted sólo cumpla con lo que pido que para eso soy cliente.
– ¡Obedécele de inmediato tonta!.
– Señor Sáiz, mida bien sus palabras. Ya he visto que abusa mucho de palabras insultantes hacia sus propios amigos… pero a una señorita nunca se la debe tratar así. Los hombres de verdad nunca ofenden a las damas.
Un tenso silencio se adueñó del local mientras la Bermejillona se dispuso a cumplir con la orden de traer un cubalibre de ron para Juan.
– Muchas gracias, caballero. En seguida se lo traigo.
La Bermejillona se estaba arrepintiendo de lo que había hecho. La píldora ya estaba disuelta en el vaso de cubalibre de ginebra que le había servido a Juan. No había ninguna diferencia con las otras tres. Le dieron ganas de declararlo todo pero se cayó de inmediato porque sabía que Sáiz sería capaz hasta de matarla.
– Observo que todos ustedes tienen sellos de casados. ¿No es cierto?.
Un picor inexplicable se extendió por todo el cuerpo de Sáiz.
– En efecto, Don Juan, estamos casados.
– Muy bien, señor Vallés, no me importa si desea llamarme Don Juan porque yo sí tengo Don gracias a mis estudios.
– De acuerdo, Señor Don Juan.
– Efectivamente, señor Sáiz. Soy un Señor porque también lo he ganado gracias a mis estudios. Señor Don Juan exactamente pero no un señor donjuan castigador de mujeres, machista, avariento y despótico con todas ellas. Así son los donjuanes que no tienen el título de Señor, ¿cierto o no cierto, señor Sáiz?.
– Muy bien dicho.
– No hable usted demasiado, señor Herreros, no sea que se enfade el señor Sáiz.
– Oiga… que yo…
– No tiemble tanto para hablar ni se acalore demasiado que para calorías ya son bastantes unos buenos tragos de cubalibre de ginebra, señor Sáiz.
Sáiz retuvo otra vez su lengua mientras otra sonrisa diabólica se dibujó en su rostro como un rictus de ansiedad.
– ¡Bebemos entonces por nuestra amistad, Señor Don Juan!.
– No. De momento no. De momento esperemos a que me sirvan el cubalibre de ron. De momento dejemos que los segundos sean segundos de verdad. La verdad depende de los segundos, señor Vallés. ¿Está usted de acuerdo con esta frase o no?.
– Nunca lo había pensado.
– Pues las acciones importantes dependen sólo de unos cuantos segundos cuando son importantes de verdad.
– Eso es sólo teoría, señor. ¿Me lo puede demostrar en la práctica?
– Por supuesto que se lo puedo demostrar y se lo voy a demostrar. Por ejemplo, hay a veces hombres que llevan anillos de casados y no están realmente casados y hay hombres que no llevan anillos de casados y sí están casados.
– Eso sigue siendo teoría nada más.
– Espere. No se precipite. Que andan ustedes tres muy precipitados hoy. ¿Me puede dejar un momento observar su anillo, señor Vallés?.
– No hay ningún problema.
El señor Vallés le entregó su anillo a Juan quien lo observó detenidamente por dentro para ver el nombre de su mujer.
– Es cierto. Es un buen anillo.
Juan le devolvió el anillo al señor Vallés quien respìró profundamente para relajar su tensión arterial que ya se le estaba subiendo demasiado.
– Usted, señor Herreros, ¿podría dejarme observar su anillo?.
– Tampoco tengo problema alguno.
Juan tomó el anillo del señor Herreros y repitió la misma acción de ver el nombre de la esposa que estaba inscrito dentro del anillo.
– También es cierto. Es un buen anillo.
El señor Herreros dejó de sudar. Ahora el que sudaba era el señor Sáiz que estaba deseando que se cortase allí la secuencia.
– ¿Brindamos por la amistad ya?.
– Todavía no me han traído el cubalibre de ron.
– ¡¡Mejillona!!. ¡¡Sirve inmediatametne el cubalibre de ron al Señor Don Juan!!.
– Efectivamente. Así se me debe usted dirigir a mí. Señor Don Juan y no donjuan como me parece que es usted.
– Oiga… yo…
– ¿No le importaría dejarme observar su anillo?.
– ¿Por qué motivo?.
– ¿No dice usted que somos amigos?. Los amigos, cuando son verdaderos, no desconfían el uno del otro. Así que… por favor ¿me podría dejar observar su anillo?.
Le temblaba el pulso de las manos al señor Sáiz pero al final consiguió sacarse el anillo y entregárselo a Juan. Éste volvió a repetir la maniobra. Se fijó en el nombre de la mujer que, supuestamente, era la esposa del señor Sáiz.
– Falso.
– Oiga… que es de oro de 18 kilates…
– Le estoy diciendo que es mentira.
– ¿Mentira?. ¿Mentira que estoy casado con Lina?.
– Totalmente mentira que está usted casado como Dios manda… y mucha mayor mentira que su esposa se llama Lina…
– Pero… ¿no le convence mi anillo de oro?.
– En absoluto. Para nada. Será un anillo de oro puro pero usted no está casado como Dios manda y desde luego su compañera no se llama Lina.
– ¡¡Esto es una broma de mal gusto o una tomadura de pelo!!.
– Esto no es ninguna broma, señor Sáiz, ni tengo tiempo para perderlo en tomar el pelo a ninguna persona. Esto es una verdad.
Vallés y Herreros estaban asombrados. ¿Cómo aquél atractivo joven llamado Juan osaba desarmar por completo todo el montaje de su gran jefe?. Pero guardaron un sepulcral silencio porque sospechaban que Juan acababa de dar otro golpe mortal al “Código Duque”.
– Lo que está viviendo usted se llama amancebamiento y, según Jesucristo, eso se llama fornicación.
Sáiz no dijo absolutamtne nada, paralizado todo su “Plan Madrid” mientras aquel joven escritor estaba realizando su otro “Plan Madrid” totalmente diferente y opuesto.
– Vea usted, señor Vallés, cómo a veces lo realmente imposible si que es posible.
En ese momento llegó La Bermejillona con el cubalibre de ron y lo dejó al lado del cubalibre de ginebra de Juan.
– ¿Qué sucede, señor Sáiz?. Parece como si estuviera usted con dolor de estómago.
– Pues sí. No sé cómo lo ha adivinado. Tengo úlcera.
– Fácil. Se le nota demasiado que tiene retortijones. Así que le recomiendo que se tome unas dos cucharaditas de jarabe de quina; porque lo suyo no es sólo úlcera sino algo más complicado. Le recomiendo que tome dos buenas cuharadas de jarabe de quina.
Juan sonrió ligeramente, mientras Sáiz se desesesparaba.
– ¿Quina?. ¿Ha dicho usted quina?.
– He dicho quina, señor Sáiz.
Éste permaneció mudo.
– Le voy a decir algo. La quina es buena como astringente porque contrae los tejidos o disminuye la secreción haciendo desaparecer el estreñimiento y además es antipirético porque reduce la fiebre. Yo le veo muy extriñido y con demasiada fiebre.
Sáiz se levantó rápidamente, se dirigió a la cocina en busca del jarabe de quina, tomó dos cucharadas y se marchó, velozmente hacia el water. Una vez repuesto volvió a su lugar.
– ¿No le dije yo que la quina era un jarabe de alivio?. Ahora sí.. ahora ya podemos brindar todos juntos. ¿Desea usted, señorita Mejillona, acompañarnos por uos cinco minutos para dar más colorido a la reunión ya que es usted tan guapa?.
– ¡Yo no puedo!. Estoy de servicio.
– Le repito que conozco muy bien lo que son los bares de copas y alternes y, que yo sepa, en todos elllos hay dos o tres camareras para engañar a los clientes. Incluso he estado en bares de copas y alternes donde había hasta cuatro o cinco camareras. ¿Usted se ha creído que yo acabo de nacer?. Pues está en lo cierto… pero no de la manera ques todos ustedes están creyendo. Así que estoy seguro de que trabaja aquí otra camarera más.
– Es cierto. Tengo una compañera llamada Laurencia; pero nunca sale de la cocina. Y yo sólo he sido contratada únicamente para esta ocasión, porque en realidad soy estudiante de leyes.
– ¿La obligan, en contra de su voluntad, a salir de la cocina?.
La Bermejillona dudó por unos instantes pero fue valiente en aquella ocasión aunque después sufriera las iras de Sáiz.
– Si.
– Entonces le pido que por favor deje ya de decir más mentiras. Puede, perfectamente, pedirle a ella que le haga el favor de atender a los clientes aunque sólo sea por cinco minuutos nada más.
– ¡¡Está bien!!. ¡¡Laurencia!!. ¡¡Sal de inmediato de la cocina y atiende al público por sólo cinco minutos!!.
– Señor Sáiz, le recomiendo que no la grite tanto. Es de muy mala eduación hacerlo de esa manera en público. Podría haber ido usted mismo a la cocina y habérselo pedido por favor sin que nadie se enterara, porque sus modales no son los propios para hablar con una señorita.
Sáiz tragó saliva, se le hincharon las venas del cuello y guardó silencio. Pero una sonrisa diabólica le delataba ante el observador Juan.
– Bien. Ya está todo resuelto de momento. Ahora brindemos todos por la falsa amistad.
Las Bermejillona cogió el cubalibre de ron y todos los demás, excepto Juan, cogieron sus cubalibres de ginebra.
– ¿Es que no va a brindar con nosotros?.
– Un momento, señor Vallés, no se anticipe demasiado. Esto de la amistad es un encuentro cuando es verdadera y un desencuentro cuando es falsa. Señorita Mejillona deme mi cuablibre de ron, coja este cubalibre de ginebra y brinde con nosotros.
– ¡No!. ¡Por favor!. ¡¡Yo soy abstemia!!.
Juan acababa de dar otro golpe mortal al “Plan Madrid” de Sáíz mientras él comenzaba a desarrollar el suyo ya con gran ventaja.
– Conozco muy bien a las señoritas de los bares de copas y alternes y sé que todas ellas toman alcohol de una u otra manera. ¿Por qué iba a ser usted una excepción?.
Sáiz comenzó a tragar una gran cantidad de saliva y sudaba abundantemente. Era como si hubiese recibido una patada en pleno rostro. ¿Cómo pudo haber sabido Juan que en su cubalibre de ginebra estaba vertida la píldora del sueño, mortal de necesidad, si, al estar disuelta por completo, hacía que todos los cubalibres de ginebra pareciesen iguales?.
– No lo piense más, señorita Mejillona, y tómerse el cubalibre de ginebra que es bueno para la salud,. ¿O no es bueno para dormir profundamente?.
Ahora estaba arrepentida de haber hecho lo que le obligó hacer el señor Sáiz y comenzó a llorar de miedo y de pavor.
– No se preocupe por eso. Deje de llorar. Soy un verdadero caballero y no hago sufrir jamás a una chica guapa. ¡Traiga aquí ese cubalibre de ginebra!.
Juan soltó el cubalibre de ron que tenía en su mano izquierda y cogió, con la derecha, el cubalibre de ginebra. Una mueca maquiavélica asomó en el rostro de Sáiz. ¡Ahora si!. ¡Ahora estaba seguro de que Juan no sabía nada y de que todo sólo habían sido falsas suposiciones suyas propias de su ansiedad por alcanzar el punto final del aquel “Código Duque” del cual Vallés y Herreros desconocían lo más importante. Pero su sonrisa, ahora de nuevo diabólica, se quedó congelada cuando vio cómo Juan vertió todo el líquido en la cubeta de los trozos de hielo.
– ¡Ya está!. ¡Ya puede irse por donde ha venido, señorita Mejillona!. O si desea irse a otro lugar es su libertad de decisión.
Ella se dirigió rápidametne hacia la calle a tomar aliento. Acababa de descubrir que sí, que aquel caballero llamado Señor Don Juan no era un donjuan machista y violento como Sáiz sino todo lo contrario. Ahora sabía por que era un Señor y tenía un Don bien especial.
– ¡¡Por qué razón ha derramamdo todo el contenido del cubalibre de ginebra despilfarrando su consumición, Señor Don Juan!!. ¡¡Exijo una explicación!!.
– Calma, señor Sáiz. No se altere tanto. Eso es muy malo para la salud. Para ser un caballero de verdad lo primero que hay que hacer es dirigirse a los dermás sin dar gritos. En cuanto a por qué he derramado todo el cubalibre de ginebra es porque esto no es un cuento de la reina Gienbra de Camelot sino una historia verdadera de Madrid. Se acabó el Plan.
– ¡Es que no acepta jugar al mus?
– ¿Marcharme yo sin jugar al mus?. Eso no lo he hecho yo nunca cuando la ocasión bien lo merece. Y esta ocasión es, especialmente hoy; así que claro que vamos a jugar. Y espero que nos divirtamos todos tanto que no se nos olvide nunca a ninguno de los cuatro lo bien que lo vamos a pasar. ¿Es verad o no es verdad que son ustedes hermanos, señor Vallés?.
Vallés tituteaba. Tenía que buscar una respuesta acertada pero estaba totalmente fuera de sí y con la mente bloqueada. Pasaron tres infinitos minutos antes de responder.
– Sólo somos amigos de la Peña El 42. ¿Conoce uste la Peña taurina de El 42?.
– Sigue usted mintiendo, señor Vallés, y parece mentira que no escarmiente. No existe nnguna Peña taurina con ese nombre. Lo que sí existe es una Peña Musical El 42. La conozco. Es un adiscoteca. He estado unas tres veces allí. Dos o tres veces. Da lo mismo. No es peña taurina sino musical. Quizás, cuando usted se refiere a peña taurina, lo esté diciendo por los cuernos. Claro que he estado en esa Peña El 42 y claro que hay cuernos por allí. Por eso decidí que nunca sería socio de dicha Peña sino de la Peña El 18. ¿Conoce usted la Peña El 18?.
– Me deja usted confuso total.
– Confuso total no está usted, Lo que está es totalmente confundido porque cree que yo soy un pardillo y le repito que he sido maestro en muchas ocasiones. Entre ellas en esto de jugar al mus. ¿Quiere que le diga qué es la Peña El 18?.
– Si puediera ser…
– La peña 18 de Marzo de Madrid se fundó en 1.995. No es taurina sino futbolera. Tenemos una Sucursal en Valencia. Esta Peña la fundamos uns meses antes en Madrid. Ya está. Ya ha aprendido usted algo más en el día de hoy.
– Me deja usted tan asombrado que sigo sin enterarme de qué va todo esto.
– ¡¡Vallés!!. ¡¡No me seas imbécil!!.
– Perdona Sáiz, pero quisiera seguir escuchando más sobre la Peña El 18. Ahora creo firmemente que Juan está diciendo la verdad.
– Está bien. No discutan más por mi culpa que sólo defiendo la paz. Así que si quiere aprender algo más de dicha Peña, memorice usted lo siguiete, señor Vallés. Si al 18 le roban 10 siempre queda el 8. Así de curiosa es nuestra Peña. ¿Lo ha entendido usted?.
Vallés se quedó de nuevo absorto.
– Se está refirieno a..
– Eso es. Pero no termine la frase no vaya a ser que al señor Sáiz vuelva a darle otro ataque de histeria.
Sáiz estaba totalmente derrumbado en su silla y esperando sólo a empezar a jugar al mus.
– Por cierto, señor Vallés, ¿sabe usted de genética?.
– Algo sé. Pero muy poco. Porque no acabé mis estudios superiores.
Sáiz intentó evitar que se hablara de aquello.
– ¡¡Exijo que me explique por qué derramó todo el cubalibre de ginebra!!.
– Yo no repito las codas dos veces pero en algunas ocasiones hago excepciones. Esta es una de ellas. Derrramé todo el cubalibre de ginebra porque soy un caballero con las damas y no como usted que las manipula a su antojo.
– Perdone Don Juan.
– Eso. Sígame llamándome Don Juan y no donjuan como es usted. Y deje que sigamos hablando Vallés y yo porque es de pésima educación entrometerse en conversaciones ajenas. ¿Sabe usted algo de genética, señor Vallés?.
– Casi nada. Muy poco. Quizás no sepa absolutamentre nada.
Sáiz seguía mordiéndose las uñas sin atreverse a frenar la marcha de los acontecimientos.
– Pues el genotipo es el conjunto de factores hereditarios que constituye a un individuo dentro de una especie. ¿Cree usted an el ADN, señor Vallés?.
– ¿Creer en el ADN?. ¿Se está refierieno al ácido desoxiribonucleico?.
– No exactament en esta ocasión, señor Vallés. Me estoy refiriendo a otro ADN.
– Sigo sin entender nada de nada.
– Entonces siga dudando todo lo que desee. El ADN al que me refiero significa Ahora Dios Nace… porque Dios está naciendo todos los días.