Hablan… hablan… hablan… que los toreros son gentes sin sentimientos y sin valor. Que matan por placer sanguinario a los inofensivos toros y que se atreven a enfrentarse con ellos porque llevan la espada. Quienes así hablan son, por desgracia para el resto de la humanidad, pobres alcahuetes, charlatanes de cerveza sin águila. Mucha cerveza alemana, danesa o vaya Dios a saber de qué extraño país es la que deben haber bebido antes de soltar tales peroratas.
Lo que no saben esos señoritingos es que el torero (aparte de no expoliar a ningún otro ser humano) es un ser tan grande y gallardo que llora cada vez que mata a un toro. Porque deben saber que para los toreros los toros son rivales pero nunca enemigos. Que más vale, para el toro, morir en el redondel tras presentar brava lucha (que para eso nacieron de sus madres y para eso se les crió) que ser motivo de rechifla en los zoológicos del placentero charlatán que les lanza maní como si fueran titís o monas de Gibraltar. Hay veces que muere el torero y en esas ocasiones también el toro llora por él. !Qué más quisieran los alcahuetes de la charlatanería tener el valor de enfrentarse a la fiesta brava de la vida o de la muerte!. Si en vez de hablar… hablar… hablar… como celestinas… tuviesen la decencia de sentir… sentir… sentir… como Don Quijote… !qué distinta sería esta vida para toda la Humanidad!. !Y qué distinta sería la muerte para esos señoritingos!. Que más vale saber sortear los cuernos que no deshonrarse por culpa de ellos (y a buen entendor pocas palabras bastan).