Sobre la existencia o no existencia de los ángeles no puedo dar una respuesta absoluta; pero muchas personas que conozco (que no tienen nada de fanáticos religiosos) afirman que sí existen. La presente y larga vivencia personal es plenamente objetiva e imparcial y está basada en hechos reales, verídicos y comprobables que me ocurrieron en primera persona. Algunos podrán pensar que quizás alucino pero esta historia reflexiva aconteció tal y como la presento, y fue un hecho totalmente trascendental para mi existencia. No digo esto bajo ningún sentido religioso (porque yo ni soy religioso ni pertenezco a ninguna religión o asociación de carácter místico) sino en el amplio y rotundo sentido literal de la palabra existencia. Ocurrió el 17 de diciembre de 1983.
17 de diciembre de 1983. Me levanto muy triste y abatido porque estoy pasando una profunda crisis ya que hace sólo unos pocos días que se rompió mi relación sentimental con una compañera de la Facultad de la que yo entonces estaba enamoradísimo. Supongamos que esto último es cierto aunque queden dudas razonables sobre ello por el resultado final que fue el olvido. Estaba tan solitario que rechacé una invitación para ir a jugar al fútbol. Esto es algo tan raro en mí que sólo lo he hecho en dos ocasiones a lo largo de toda mi vida. Y como es algo tan raro tengo grabadas en la memoria dichas ocasiones. Una vez fue el 16 de junio de 1988, por causa mayor, ya que ese día tuve que ir a Guayaquil al acto de lanzamiento de un libro mío que publicó la Casa de la Cultura Ecuatoriana de aquella ciudad. La otra fue para dar un escarmiento a un amigo que había olvidado lo que era la amistad y se creía algo así como un capitán general cuando ni tan siquiera era capaz de saber ser capitán.
Después reaccioné inmediatamente y como no estaba dispuesto a quedarme todo el día desolado con la nostalgia del ¿amor perdido? decidí ir a visitar el Museo del Prado para alejarme de mi pesadumbre y con la esperanza de que la tarde fuese más alegre. Allí, en la Sala número 49 del Museo, me quedé observando un cuadro de Antonello da Messina y de pronto apareció una chica joven a mi lado. Estaba tomando notas en un cuaderno. Era una joven de aspecto muy interesante y nos pusimos a hablar de aquella obra pictórica (Cristo muerto sostenido por un ángel) que está considerada como la mejor producción de este pintor renacentista siciliano del Cuatrocentto.
Ella me explicó que Antonello da Messina fue un pintor “a la contra” ya que impactó en su tiempo porque tomó el camino inverso a lo que entonces estaba de moda, puesto que adaptó las novedades detallistas de la pintura flamenca a la amplia composición mediterránea (justo lo contrario a lo que hacían sus contemporáneos del Renacimiento).
Después aquella chica me pidió que observara detenidamente el cuadro y le contase todo cuanto viese en él. Le seguí la corriente. Le dije que veía, primeramente, un idealismo en la anatomía corporal y que me llamaba mucho la atención que aquel Cristo muerto tuviese tanta vida, al igual que el ángel (un niño llorando); que el paisaje de fondo era típicamente el de una campiña italiana muy soleada y llena de luz, pero que me dejaba confuso ante la presencia de las calaveras alrededor del Calvario.
El caso es que la conversación de ella me interesó tanto que me atreví a invitarla a salir por la tarde. Ella me respondió que la tarde la tenía ocupada pero que a las ocho de la noche quedaba libre y a partir de esa hora podíamos vernos. Quedamos en La Mallorquina de la madrileña Puerta del Sol. Cuando acudió a la cita recordé que entonces estaba de moda ir a la Discoteca Alcalá 20 y la invité a ir a bailar allí. No la ví muy predispuesta a ello pero al final terminó por aceptar. Observé, con curiosidad, que llevaba un libro en la mano.
Llegamos a Alcalá 20. Había una larga fila para sacar las entradas. Estábamos ante la inquieta espectativa de que no se agotaran las entradas antes de tocarnos el turno a nosotros. No se agotaron. Pero cuando ya estaba yo dispuesto a sacar las entradas sentí que me tiró del brazo y me dijo que no le apetecía bailar, que mejor fuésemos a un lugar más tranquilo para charlar. Recordé entonces que cerca de la Puerta de Alcalá se encontraba el Café Lyon (que ya no existe) donde yo pasaba muy buenas veladas con mis amigos. A ella le agradó la idea y allí fuimos.
En el Café Lyon pasamos horas hablando apaciblemente mientras tomábamos unas cervezas. Recuerdo que a nuestro lado había dos hombres de edad muy avanzada jugando al ajedrez y que enfrente de nosotros había una pareja de gays besándose. Pero yo estaba concentrado exclusivamente en la compañía de aquella chica de voz muy agradable y melodiosa, con un acento extraño, siempre muy tranquila y con una conversación muy entretenida, basada en hacerme preguntas no de carácter personal sino de asuntos trascendentales. Preguntas que yo me esforzaba en poder responder porque se centraban en qué significaba para mí la vida, qué sentía yo acerca de la vida y cuáles eran los hondos motivos por los que yo sentía tantas ganas de vivir. Acostumbraba a hacer preguntas y aguardar las respuestas en profundo silencio para, al terminar de responderle, enlazar otra pregunta. Nunca se agotaba la conversación porque tenía una enorme habilidad en enlazar cuestiones que me hacían deambular en mi conciencia existencial. Hilvanaba la conversación con un acierto que muy pocas veces he visto en un ser humano.
A veces yo me quedaba mirándola a los ojos, mientras se sucedían las preguntas y respuestas, observando detenidamente su color verde azulado o azul verdoso (no supe nunca cuál de los dos matices predominaba sobre el otro).
De pronto, en un momento determinado, cuando ya estaba agotándose el tema, me mostró el libro que había traído a la cita. Se titulaba El Libro de los Ángeles y comenzó a darme una pequeña interpretación de su contenido. Como su acento no era típicamente madrileño le pregunté de dónde era y ella me respondió que era extremeña. Yo le hice saber que, curiosamente, yo también había nacido en Badajoz aunque siempre viví, crecí y me eduqué en Madrid. Yo me encontraba cada vez más a gusto con aquella, en cierto modo, paisana mía, cuando comenzó a explicarme detalles concretos sobre la existencia de los ángeles (cosas que yo no comprendía bien del todo pero que me llamaban mucho la atención por el aplomo y la serenidad con las que me las describía). Me preguntó entonces qué día de la semana había nacido yo. Al responderle que fue en sábado me afirmó que existen 7 Arcángeles y que el mío (el de los nacidos en sábado) se llama Cassirel. Yo estaba realmente absorto ante el cariz que había tomado nuestra conversación.
Me explicó entonces que Cassirel es el Ángel de la Templanza y que ayuda a atenuar los efectos del karma (La Ley de las Causas y los Efectos), resultando que Cassirel es el patrón de la Evolución y la Reencarnación.
Seguía yo atentamente sus explicaciones -intentando comprender bien lo que me exponía- cuando me preguntó que si creía en la existencia de lo Ángeles de la Guardia. No supe qué responder. No tenía ninguna idea concreta sobre el asunto. Me aseguró entonces que sí, que todos tenemos un Ángel de la Guardia al que podemos dirigirnos y llegar a conocer personalmente. Me pidió que le dijese la fecha de mi nacimiento. Le contesté que yo había nacido un 8 de enero y le añadí que siempre jugaba al fútbol en el lugar natural del 8. Entonces abrió el libro y resulta que, según estaba escrito en él, mi Ángel de la Guardia se llama Yeilael (suponiendo que sea verdad lo que dice el libro), que ofrece fortaleza mental y cuida de que sus protegidos (los nacidos entre el 6 y el 10 de enero) dominemos los excesos de los sentimientos y las pasiones. Yeilael hace que las personas a su cuidado tiendan a la justicia social y no caigan en relaciones sentimentales que los lleven a una dependencia obsesiva que les impida la evolución. Esto va en cierto modo con mi carácter.
El asunto me llegó a ensimismar tanto que no me dí cuenta del paso del tiempo y al sonar la una de la madrugada me dijo que tenía que irse porque vivía muy lejos, en un barrio de la Ciudad de los Ángeles.
La acompañé a tomar el autobús en La Cibeles y por el camino me di cuenta por primera vez, que ni yo conocía su nombre ni ella el mío. Es muy curioso pero así era. No nos habíamos preocupado en conocer nuestros nombres. Bajando por la calle de Alcalá hacia La Cibeles me atreví a pedirle su nombre y su número telefónico. Me sonrió. Me dijo que se llamaba Angélica pero que prefería ser ella la que tomase mi número de teléfono para quedar en otra ocasión. Se lo dí y le dije que me llamaba José. Me despedí de ella con un ligero beso y, una vez subida al autobús, escribió una frase en un papel y me la entregó por la ventanilla. La frase decía textualmente: “En la muerte no hay memoria”.
Al día siguiente, cuando a las 8 de la mañana llegué a la puerta del Banco donde yo trabajaba entonces (justo enfrente de la Discoteca Alcalá 20 y que es hoy un edificio de la Comunidad de Madrid) quedé aterrorizado al ver que habían cortado un tramo de la calle y que el suelo estaba repleto de cadáveres envueltos en bolsas de plástico mientras los bomberos, hombres de la Cruz Roja y algunos policías, seguían sacando cuerpos quemados del interior de la discoteca. ¿Qué había sucedido aquella noche allí?.
La noticia apareció en todas las primeras páginas de la prensa española, se difundió rápidamente por las emisoras de radio y los canales de televisión, fue comentada por muchos medios de comunicación social internacionales y dio la vuelta al mundo. Fue una jornada luctuosa para los españoles de los cuales muchos son todavía los que recuerdan lo que sucedió exactamente. La Discoteca Alcalá 20 había ardido por completo. Un total de 82 personas murieron quemados o asfixiados (algunos de ellos atrapados en los conductos del aire acondicionador por donde quisieron escapar de aquel infierno) y 19 heridos por quemaduras muy graves.
Nunca volví a ver jamás en mi vida (aunque la busqué intensamente) a a quella misteriosa chica que dijo llamarse Angélica y que dijo vivir en la Ciudad de los Ángeles. Muchas veces fui por allí (y por el Museo del Prado) para ver si la encontraba. Nunca la encontré. Ella jamás me llamó por teléfono. ¿Quién fue realmente aquella Angélica?. ¿Era ese su nombre y vivía en la Ciudad de los Ángeles o sólo fueron formas simbólicas de hablar?. ¿Era realmente extremeña o de alguna manera misteriosa para mí supo que yo había nacido en Badajoz aunque no tengo ningún acento extremeño?. ¿Por qué nunca llamó por teléfono aunque hubiese sido sólo para comentar la noticia?. El caso es que jamás la encontré ni la volví a ver. Aquella mujer apareció tan inesperadamente en mi vida como tan inesperadamente desapareció. Lo cierto es que la recuerdo profundamente porque si no hubiese detenido mi brazo cuando estaba a punto de sacar las entradas existen numerosas posibilidades de que yo hubiese sido una más de las víctimas mortales de aquella tragedia de la Discoteca Alcalá 20.
A lo largo de mi vida, tras aquel suceso, he preguntado a muchas personas (conocidas o no conocidas) si creen o no creen en la existencia de los ángeles de la guardia. Muchísimos son los que me han dicho que sí creen en ellos, algunos me han relatado hechos reales relacionados con el tema y yo he visto, con mis propios ojos y aparte de los sucedido con Angélica, cosas que no pueden explicarse bajo el uso exclusivo de la razón. Yo no creo en las casualidades como factores determinativos de nuestras vidas sino en la concatenación de las causas y los efectos. No soy religioso (no soy de ninguna religión ni asociación mística) y no puedo decir con total certeza si los Angeles de la Guardia existen o no existen; pero si no hubiese sido por aquella misteriosa chica es muy posible que este texto no se hubiese escrito jamás por la sencilla razón de que es muy posible que yo hubiese muerto aquella noche en la Discoteca Alcalá 20.
Pero me late una pregunta. Si Angélica fue un Angel de la Guardia que me protegió ¿por qué no lo hicieron de la misma manera los ángeles protectores de las 82 víctimas de la discoteca?.
Un hombre muy creyente me contó, cuando le hice esta pregunta, el siguiente relato: “Había una vez un peluquero que decía a todos sus clientes que Dios no existe. Un día un cliente estuvo escuchándole en silencio y al terminar de cortarse el pelo, antes de abandonar el establecimiento, le dijo que los peluqueros no existen. El peluquero se enfadó muchísimo y dijo que él si existía. Entonces pasó por la puerta de la peluquería un joven con el cabello larguísimo y sin cortar. El cliente le dijo al peluquero que si él existía por qué entonces aquel joven nunca se cortaba el pelo. El peluquero le dijo que él si existía pero que el joven nunca iba a él. El cliente terminó por decir que igual ocurre con Dios”. El hombre creyente me explicó que los ángeles existen pero sólo ayudan cuando, de alguna manera directa o indirecta, los buscamos.
Nunca intento convencer a nadie de algo que yo tampoco sé explicar ni entender y pienso que hay asuntos que dependen de la libertad de pensamiento de cada uno, pero lo único cierto es que aquella joven enigmática detuvo mi brazo justo cuando ya estaba sacando las entradas a la Discoteca y que es totalmente probable que me salvó de la muerte. Y hay algo más. Una semana después de esto, cuando yo me dirigía a jugar a fútbol a Alcalá de Henares, me detuve a desayunar en una cafetería de la Estación ferroviaria de Atocha y se sentó a mi lado un señor anciano que volvió a hablarme del tema de los ángeles. Y para mayor inri tres meses depués conocí y me enamoré locamente de la que hoy es mi esposa y se llama, paradójicamente, Liliana de los Ángeles.
Insisto en que no creo que las casualidades sean quienes determinan nuestras vidas sino ese karma de la Ley de las Causas y los Efectos que atenúa, según aquella enigmática Angélica, sus efectos. Con la misma templanza de Cassirel (si Cassirel existe) escribo estas líneas y pido perdón a los no creyentes por su extensión. Lo que sé es que nunca olvidaré aquellos ojos verde azules o azules verdosos y que, otra paradoja más, aunque Liliana tiene los ojos de color miel, mis dos hijas (Leslie y Carla) los tienen de color verde con brillantes reflejos azules.
Hay todavía nuevas respuestas que he podido descubrir con sólo aplicar a la Fe una cierta dosis de Lógica. La Lógica, por lo menos la los ateos, dice que no es posible que lo imposible sea posible. Mi Lógica dice lo contrario. Que lo imposible es siempre lo que vivimos todos los días. Voy a explicarlo con una demostración bien sencilla: ¿es posible o es imposible que todos los días estemos venciendo a la muerte?. Los lógicos ateos, tan contradictorios consigo mismos, me dicen siempre que eso es imposible. Ante ello sólo me queda sonreír mientras les digo que se miren al espejo. ¿Por qué les digo esto a los lógicos ateos?. Por una sencilla razón, proveniente de la existencia de los Ángeles de la Guardia. Es la siguiente: ¿no es posible abrir los ojos cada día después de haber estado un número de horas completamente muertos?. Los lógicos ateos seguirán sin comprenderlo y sin darse cuenta mientras al mirarse al espejo les queda la duda existencial. Sólo sonrío y le sigo diciendo lo mismo: “Mírate al espejo todos los días y pregúntate si has sido tú quien se ha despertado o ha sido el Ángel de la Guardia quien te ha hecho abrir los ojos?. Los lógicos ateos tienen tales contradicciones que creen en la Nada y que es la Nada quien les hace mirarse al espejo. Sigo sólo sonriendo ante tal absurdo y sigo recordando a aquella chica que me salvó de la muerte. ¿Y qué pensarían los lógicos ateos si les dijese que no sólo aquel día me salvó de la muerte mi Ángel de la Guardia, que han sido ya muchas veces que lo ha hecho y que está tan unida a mí que podría ser con quien convivo en matrimonio?. Sólo me queda sonreír y seguir mi camino mientras ellos, los lógicos ateos, siguen rascándose los parietales intentando comprender lo que es tan evidente que hasta lo saben los niños y niñas que se cruzan por mis caminos.
P:D. La Discoteca Alcalá 20 luego pasó a ser una Sala de Cine y de Teatro y hace poco tiempo me enteré de que querían volver a abrirla como Sala de Fiestas (quizás ya esté funcionando como tal) ya que a pesar de las protestas de algunos madrileños el Ayuntamiento declaró que tenían todos los papeles en regla y que se cumplían todos los requisitos de seguridad. Sólo sé que si ya está funcionando de nuevo, allí estará siempre la presencia invisible de mi Ángel de la Guardia salvándome continuamente de la muerte mientras escribo esta página de mi Diario hoy, a 31 de julio de 2010, quemando un Nobel (cosa que tampoco comprenden los profundamente lógicos ateos de la Nada) en las afueras de la Discoteca, con otras decenas de muertos por ciertas calles de este Mundo, mientras continúo hablando con ella…