En la década de los setenta Laura Antonelli, al igual que su compatriota Ornella Muti, era un sex symbol del cine mundial. Sexy, dulce, mezcla de ingenuidad y sensibilidad, con una expresión de maternidad en un cuerpo de vampiresa. Laura era sencillamente la fantasía orgasmática de toda una adolescencia (y no tan adolescente) que veía en las pantallas, donde “salía-se salía” su cuerpazo y su “divino” rostro, a ese ángel hecho mujer que se le adoraba por su misma naturaleza. Era un tremendo gozo sensual y una exuberante placentería poderla contemplar.
Ahora, viendo sus últimas fotografías públicas, da pena ver un rostro tan viejo, tan ajado, tan hinflado por las hinchazones, tan deformado con arreglo a lo que fue… da pena y llanto ver la belleza convertida en ruindad. “Fuga Vitae”. La vida se fuga y todo, hasta la belleza más incólume, se lo lleva el viento.