La Señora Montiel, de los Montiel de Castillejos de la Sierra (que del verdadero nombre del pueblo, como Cervantes, no deseo acordarme) era famosa por su eterno fumar esperando al hombre que más quería: un jovenzuelo de Madrid que andaba revolucionando a las chavalas de su misma edad. Ella, la Montiel de Castillejos de la Sierra, fumaba mientras esperaba la llegada de la primavera por ver si él se decidía a hacer el hatillo, abandonar el hogar materno e ir a parar a sus brazos.
Llegó la primera primavera, la maldita primavera que cantaba Yuri Gonzaga: Fue mas o menos asi: “Vino blanco, noche, viejas canciones y se reia de mi dulce embustera la maldita primavera;
¿que queda de un sueño errático?, si de repente me despierto, te has ido siento el vacio de ti, me desespera, como si el amor doliera, ir aunque no quiera sin quererlo pienso en ti. Si, para enamorarme ahoravolvera a mi la maldita primavera. ¡Que importa si, para enamorarme basta una hora! pasa ligera, la maldita primavera pasa ligera… me hace daño solo a mi… Lo que a su paso dejo es un beso que no pasa de un beso, una caricia que no suena sincera o un te quiero, y no te quiero y aunque no quieras sin quererlo piensa en mi, si, para enamorarme ahora
volverá a mi, la maldita primavera, que importa simpara enamorarme basta una hora
pasa ligera, la maldita primavera mpasa ligera… ¡me ve triste solo a mi!) Solo a mi…”.
La Montiel empezaba a ver imaginaciones mientras la canción retumbaba en sus adentros. Aquella maldita primera primavera la cantaban los mozos y las mozas de Castillejos de la Sierra… mirando de soslayo a la Montiel… pero él no apareció para nada por allí; nadie le vio andar por la carretera de los viejos pinos.
La segunda primavera fue aún más desquiciante. Ella seguía fumando en el bar de la plaza por ver sí él bajaba del autocar. Observaba a todos los forasteros que hacían su parada allí. Esperó autocar tras autocar y los nervios cada vez se le afloraban más a su ya envejecido rostro. Cambió los cigarrillos por los puros habanos y la voz comenzó a hacérsele aguardentosa por las copas de aguardiente que tomaba en el único bar de la aldea. Comenzó a fumar puros habanos por ver si los humos eran más grandes y más altos y él los divisaba y acudía bajo el engaño de haberse producido un fuego en los montes. Pero el jovenzuelo de Madrid no aparecía por allí. Estaba revolucionando, en la capital de España, a las chavalas de su misma edad.
Y llegó la tercera primavera. La Señora Montiel atascaba cada vez más sus pulmones de negros humos mientras se coloreaba, cada vez con mayor ansiedad, sus labios… por ver si el rojo subido carmesí atraía al jovenzuelo. Pero el jovenzuelo de Madrid seguía revolucionando a las chavalas de su misma edad. La Señora Montiel, de los Montiel de Castillejos de la Sierra, siempre iba a visitar al molinero de la aldea para ver si él le conocía o le había visto en alguna ocasión.
– No, Señora Montiel, ni le he visto llegar nunca por aquí ni le conozco ni sé quién es. Yo le recomendaría que se fijara en hombres más apropiados a su verdadera edad. Que los molineros sabemos bastante bien de esto…
Con aquella incógnita latiéndole dentro del pecho, la Señora Montiel pasó la cuarta primavera soñando y fumando… soñando y fumando… mientras esperaba al hombre que más quería… mientras los mozos de la aldea caminaban por la carretera desde la fuente del caño roto hasta la huerta de Don Julián, riendo y pasando la tarde detrás de las mozas que, siempre en grupo, pensaban lo de “mírame un poco que te quiero mucho”.
En la quinta primavera el tiempo refrescó mucho. La Señora Montiel, de los Montiel de Castillejos de la Sierra, cogió un fuerte resfriado, agravado con una seria bronquitis que casi le impedía hablar. Así que decidió ir a la casa del cura.
– !Señor cura!. ¿Podría hacerme usted el favor?.
– !Pero que dice usted, vieja loca!.
– No piense usted tan mal señor cura. Sólo le quiero pedir que ma haga el favor de mirar en las Partidas de Nacimiento.
– Señora Montiel. Ya las he mirado y remirado hasta mil veces por semana. !No aparece ninguna que sea la de él!.
– ¿No hay ninguna a nombre de José Uribe Rabadán?.
– Ese tal José no es de aquí ni de por los alrededores de aquí. He consultado todas las Partidas de Nacimiento de todas las parroquias cercanas. No he encontrado ni rastro alguno de él. Yo le recomiendo…
– !Usted no me recomienda nada, de acuerdo!. !Ya soy bastante mayorcita para saber lo que quiero y lo que no quiero!.
– En eso lleva usted razón. Ya es usted bastante mayorcita.
La Señora Montiel salíó de la casa del señor cura muy ofendida, lanzando palabrotas y dispuesta a redoblar aún más sus esfuerzos para atraparle.
– ¿Y cuándo vendrá? -le dijo, ya calmada, al señor panadero de la aldea.
– Eso sólo Dios lo sabe… sólo Dios lo sabe y no el señor cura…
En la sexta primavera la Señora Montiel hizo caso al panadero y comenzó a rezar diez padrenuestros a Dios y diez avemarías a la Virgen durante todas las noches, que aquel año eran frescas y llenas de aroma de flores silvestres.
– !Por favor, te ordeno Dios, que aparezca!. !Y también te lo ordeno a ti Virgen de la Fuensanta!. !O aparece o no piso nunca más ni el pórtico de la iglesia!.
A tanto llegaba ya la soberbia tozudez de la Señora Montiel; mientras el jovenzuelo de Madrid seguía revolucionando a todas las chavalas de su misma edad.
Al llegar la séptima primavera la Señora Montial creyó que Dios y la Virgen le habían respondido ante su amenaza de no volver a pisar una iglesia y le vio llegar por la falda de la montaña cercana a Castillejos de la Sierra. !Corrió!. !Corrió como una posesa hacia él, el hombre que tanto quería!.
– !Al fin!. !Al fin te he pillado!.
– !Pero señora!. ¿Qúé dice usted vieja loca?. !A mí no me meta en problemas de líos de faldas que yo estoy bajando por la falda porque soy el pastor Nemesio y estoy casado con mi Ambrosia que me está esperando con el morteruelo todavía caliente!. !Déjeme en paz que quiero llegar a tiempo antes de que se enfríen el morteruelo y mi Ambrosia que hace ya un mes que no la veo!.
!No era él!. !El hombre que bajaba por la falda de la montaña cercana a Castillejos de la Sierra no era el hombre al que tanto quería!. La vista le estaba fallando y eso era bien evidente porque… ¿cómo era posible confundir a un viejo pastor de ovejas con un joven de tan corta edad. Decidíó acudir al mejor oculista de la ciudad de Cuenca. Un buen fajo de billetes le costó para que le diera la prioridad saltándose por delante a todos los que estaban esperando en la consulta.
– !Oiga, Señora, que nostros estamos delante! -protestó un conquense de mediana edad.
Pero los billetes son los billetes. Y el oculista buscó una excusa terminante.
– Es que tenía ya cita desde ayer… !ustedes comprenderán señores y señoras que le de prioridad a ella!.
– !Pues estamos amuelados -protestó una jovencita.
– !Esto sí que tiene gracia! -protestó un jovencito.
Tras un pequeño alboroto, todo volvió a la calma y la Señora Montiel, de los Montiel de Castillejos de la Sierra, pasó a ser atendida de inmediato.
– !Por favor, necesito unas gafas los suficientemente graduadas como para distinguir de lejos entre un viejo pastor de ovejas y un joven de corta edad que dicen que ha nacido por aquí!.
– ¿Pero usted cree que yo puedo hacer milagros?. !Tiene usted la vista echa polvo Señora Montiel! -respondió el famoso oculista conquense- ¿Es que usted se cree que yo soy Jesucristo para hacer el milagor que me pide?. !Le recomiendo dos cosas: la primera, que se compre en una tienda especialiazada los mejores y más potentes gemelos de alta fidelidad que encuentre!.
Fidelidad. Esa era precisamente la palabra que caracterizaba al jovenzuelo de Madrid que revolucionaba a las chavalas de su misma edad.
– !Y la segunda, que acuda usted inmediatametne al Ayuntamiento de Cuenca y pida que busquen en todos los ficheros de las Partidas de Nacimiento de la ciudad. Si ha nacido allí, lo encontrará sin duda alguna!.
– !Muy buenos sus dos consejos!. !Inmediatamente voy a cumplirlos!.
Totalmente contenta, feliz y emocionada, fuera de sí y como una loca posesa, la Señora Montiel de los Montiel de Castillejos de la Sierra, acudió a la mejor tienda especialista que encontró en Cuenca y compró los gemelos más modernos y potentes que había. Sin perder ni un sólo minuto corrió hasta el Ade Cuenca y se presentó ante el más famoso notario de la localidad que tenía un despacho allí y se encontraba precisamente trabajando a esas horas de la mañana.
– Necesito un gran favor señor notario…
– Llámeme, por favor, Anacleto -contestó, sonriente, el famoso notario ante la vista de un gran fajo de billetes.
– !Sé que me cuesta un ojo de la cara… pero es de vida o muerte para mi… necesito que investigue en los ficheros de Cuenca a ver si encuentra la de un tal José Uribe Rabadán que me han dicho que nació aquí!.
– ¿Sabe usted el año de su nacimiento?.
– Ni idea. Pero es todavía muy joven.
El señor notario quedó un poco retenido…
– !Señora Montiel!. !No quiero líos con la justicia!.
Otro buen fajo de billetes hizo que cambiara de opinión repentinamente.
– !Señora!. !Estoy a su entera disposición!.
– !No!. !No quiero eso de usted!.
– !No me interprete mal, Señora Montiel!. !Yo tampoco deseo eso!. Lo que quiero decir es que no sólo investigaré las Partidas de Nacimiento de la ciudad de Cuenca sino las de toda la Provincia!. !Si ha nacido en Cuenca capital o en algún pueblo de Cuenca, rápidamente lo vamos a descubrir!.
Toda la mañana, toda la tarde y toda la noches anduvieron buscando en todos los ficheros.
– !Nada!. !Ni rastro!. !Ese tal José Uribe Rabadán no ha nacido ni en Cuenca ni en ninguno de sus pueblos, Señora mía!.
La Señora Montiel, ya exhausta, montó en cólera.
– !De Señora suya nada, mercanchifle!.
– Ni yo lo deseo tampoco, Señora…
Se fue dando un fuete portazo mientras, en esos momentos, en la ciudad de Cuenca caía una fuerte tormenta que pronto se convirtió en granizo.
– Lo que me faltaba -protestó la Señora Montiel lanzando otra palabrota- Ahora me toca esperar el autocar mojándome… y yo con el constipado a cuestas…
Al llegar la octava primavera, la Señora Montiel, de los Montiel de Castillejos de la Sierra, se fue hasta el Barranco de la Calera y, desde lo más alto de él, oteó todos los horizontes con sus potentes gemelos de la más alta fidelidad.
Fidelidad. Esa seguía siendo la palabra que caracterizaba al jovenzuelo de Madrid mientras revolucionaba a las chavalas de su misma edad.
La Señora Montiel comenzó a divisar todo; hasta los más mínimos detalles de la lejanía. A veces el delirio y el frenesí le hacía confundir a los viejos olmos con jóvenes caminantes. Por fin distinguió a un grupo de ellos que venían de excursión hacia la aldea.
– !Ahora no te escapas!. !En ese grupo está él!. !Seguro que es el de la camisa roja y el pantalón corto de color azul!. !Estoy segura!.
Y, ni corta ni perezosa, levantándose en lo alto del Barranco de la Calera, comenzó a cantar con su potente voz: !!!Fumar es un placer genial, sensual. Fumando espero al hombre a quien yo quiero, tras los cristales de alegres ventanales. Mientras fumo, mi vida yo consumo porque flotando el humo me suelo adormecer… Tendida en la chaisse longue soñar y amar… Ver a mi amante solícito y galante, sentir sus labios
besar con besos sabios, y el devaneo sentir con más deseos cuando sus ojos veo,
sedientos de pasión. Por eso estando mi bien es mi fumar un edén. Dame el humo de tu boca. Anda, que así me vuelvo loca. Corre que quiero enloquecer de placer, sintiendo ese calor del humo embriagador que acaba por prender la llama ardiente del amor. Mi egipcio es especial, qué olor, señor. Tras la batalla en que el amor estalla, un cigarrillo es siempre un descansillo y aunque parece que el cuerpo languidece, tras el cigarro crece su fuerza, su vigor. La hora de inquietud con él, no es cruel, sus espirales son sueños celestiales, y forman nubes que así a la gloria suben y envuelta en ella, su chispa es una estrella que luce, clara y bella con rápido fulgor. Por eso estando mi bien es mi fumar un edén!!!”.
La decepción que se llevó la Señora Montiel, de los Montiel de Castillejos de la Sierra, fue enorme cuando, nada más terminar, vio con sus potentísimos gemelos de alta fidelidad (Alta fidelidad. Esa era la palabra exacta que definía al jovenzuelo de Madrid mientras revolucionaba a las chavalas de su misma edad), huir despavoridos de aquella zona. Ella no pudo saber jamás si el joven de la camisa roja y el pantalón corto de color azul era él; porque todos se escondieron entre la espesura de un bosquecillo que había junto a las riberas del río Escabas.
– !Ve usted demasiados gigantes, Señora Montiel! -escuchó una voz femenina detrás de ella.
Volvió su airada y descompuesta cara hacia atrás y se encontró con la abuela Amalia
– ¿Cómo dice usted, vieja cotorra?.
– !Que, al igual que le pasaba a Don Quijote , ve usted demasiados gigantes vieja loca!. !Y de paso que sepa que las cotorras son aquellas que mmolestan a quienes tienen mucho menos de treinta años que usted!. !Ya lo ve!. !Yo seré vieja, no lo niego, pero soy enteramente feliz con mi Pedro que me saca sólo dos años por delante. No tenemos hijos, no, Señora Montiel, pero somos felices en nuestro Terminillo!. !Siga usted con su falso sueño, vieja loca, que va a terminar peor que Don Quijote el cual, al menos, recuperó la lucidez en los últimos años de su vida pero lo que es usted no escarmienta!. !Y para terminar le digo que no hace falta para nada que acuda usted a ninguna misa de la aldea!. A mí, al fin y al cabo ni me interesa pprque no soy de Castielljos de la Sierra, sino que estoy solo de paso, pero lo que es los vecinos de Castillejos de la Sierra ni la van a echar en falta los domingos!.
No cesó por eso en su empeño la Señora Montiel, de los Montiel de Castillejos de la Sierra, de querer encantar a aquel jovenzauelo de Madrid que seguía siendo fiel a su enamorada mientras revolucionaba a las chavalas de su misma edad. Así que tomó la decisión de hacerse una cirugía total que le costó una verdadera fortuna. Quedó convertida en un pimpollo salvo algunos defectos muy bien visibles y, sobre todo, que su voz era cada vez más aguardentosa de tanto aguardiente que tomaba para poder olvidarle. Pero no cejó en su testarudez.
Aquella novena primavera fue tan tórrida… tan tórrida… que ningún forastero de ninguna edad acudió a visitar Castillejos de la Sierra. Todo había sido un nuevo fracaso. Y, además, se había gastado toda una fortuna en ello.
Y llegó, por fin, la décima y definitiva primavera. Los pájaros cantaban, las flores eran más olorosas, más vistosas y coloridas que nunca. El aire era fresco y se respiraba el amor de los hombres y las mujeres por todas partes. La aldea de Castillejos de la Sierra, con sus 64 habitantes, no era una excepción. La Señora Montiel creyó, entonces, que la vida era el Cuento de Cenicienta. Se compró un hermoso espejo que le costó otro buen fajo de billetes y, después de caminar por la carretera que iba hacia Poyatos, se acercó a la Fuente del Resquicio. Allí comenzó a mirar el agua por ver si veía a un sapo para darle un beso en la boca y transformarle en su joven querido… pero no había ningún sapo… así que sacó el costoso y lujoso espejo y se miró en él.
Todo quedó en silencio. La última primavera fue un total silencio con la Señora Montiel, al igual que Shakespeare hizo varios siglos antes, hablando con una calavera. Ser o no ser. Se dio cuenta de que aquel costoso y lujoso espejo no hacía ningún prodigio. Silencio total mientras el jovenzuelo de Madrid seguía revolucionando a las chavalas de su misma edad mientrras mantenía fidelidad eterna a su amada.