Tengo un amigo vasco llamado Gamarra. El es pura bonhomía. Gamarra y yo jugamos, todas las noches, al mus junto a las tapias del cementerio. Nos acompañan dos gaviotas de ciudad (no sólo hay gaviotas en la costa, amigo… también existen las gaviotas de ciudad). Pero como nuestras gaviotas son libres -al igual que las que circundan los anchos cielos del mar océano- a veces se marchan con otros bandidos y entonces Gamarra y yo hemos decidido acompañarnos, en esos casos en que celebramos nuestras bohemias nocturnidades jugando al mus junto a la tapia del cementerio, de dos arbustos.
Pensamos. Los ficus no le gustan a Gamarra (mi amigo el vasco de la bonhomía), porque le parecen demasiado ornamentales para nuestro pequeño rincón… demasiado sabios (“!Estos Fabio, !ay dolor!, que ves ahora, fueron en otrso tiempos…!) y demasiado altivos… demasiado vegetales… demasiado… y es por eso por lo que ha decidido comprar -al contado por supuesto- dos pequeños bonsais.
Los bonsais son japoneses. Son bastante planos pero, es debido a ello, por lo que Gamarra me indica que podremos darles “órdagos a las chicas” sin que se den cuenta. Es muy astuto mi amigo Gamarra…
Yo, sin embargo, le recuerdo a mi amigo vasco -guechotarra por cierto- que tenga mucho cuidado con los bonsais. Los japoneses aprenden muy fácilmente los idiomas. Y ya se sabe que “jugador de chicas perdedor de mus” (como dicen los viejos sabios de Bilbao).
Mi amigo Gamarra sonríe, me abraza con su bonhomía sincera, y marchamos a dar una vuelta alrededor de las tapias del cementerio por ver si han venido hoy las gaviotas de la ciudad… y yo, entonces, recuerdo lo que escribía Borges: “Marchaba con su bonhomía sin cambiar el paso”.
Otro día contaré, junto con Gamarra, la Historia de López…