A los 19 años de edad yo era un chico normal, tan normal que le gustaba mucho a las chavalas. En este sentido, una de mis admiradoras (cuyo nombre no quiero decir pero que empieza por la A al igual que una catedral de Madrid), dijo: “Sólo falta que sea futbolista”. Hasta que descubrió que sí; que yo, además de ser normal, era también futbolista. Yo era tan normal (sin dar lugar a ninguna duda) que las chavalas guapas de verdad (no las del “fú ni fá” sino las guapas de verdad) se encaprichaban conmigo porque sabían que yo era muy atractivo pero, a la vez, muy noble porque no sólo me gustaban todas ellas (las guapas de verdad) sino que, además, era un sensacional futbolista tranquilo, sereno y líder por antonomasia natural; lo cual despertaba la curiosidad de todas ellas. Siempre callado y reservado hasta el límite de lo normal, cuando me ponía las botas, me las ponía de verdad. Pero nunca fui de esos que van pregonando quiénes son las que nos conquistan ni quiénes son a las que enamoramos porque esos que lo dicen es cierto y verdadero que no se comen jamás una rosca con las verdaderamente guapas, atractivas y sexys.
Pero a todo esto… ¿qué era el Gasómetro de Madrid capital? Llamábamos Gasómetro al horno de Gas que había junto al recinto deportivo perteneciente a la Compañía de Gas y denominado, por eso mismo, Campo del Gas. Yo, entre jugadas soñadoras, que manejaba con enorme destreza, recitaba todo un concierto de prodigiosas actuaciones sobre el terreno de juego que demostraban que era un jugador de alta escuela. Era un cóctel tan explosivo que había que tener mucho cuidado para salir indemne sin caer en la vanidad. Nunca caí en ella sino que, mientras jugaba cada vez mejor, no dejé nunca de ser humilde pero todas aquellas tardes, en el Campo del Gas, mi equipo salía vencedor. Entre jugadas prodigiosas y fantásticas maniobras para el bien de mi equipo tambían sabía perfectamente cómo marcar goles y los marcaba muy a menudo pero sin dejar nunca de crear jugadas de gol para mis compañeros, los que les dábamos unos buenos “repasos” y unas tremendas “palizas” a los “titulares” que jugaban los sábados o domingos porque sólo eran unos “fachas” y unos “pelotas” de Don Antonio Ordóñez.
19 años de edad. 19 chavalas muy guapas (1 por cada año por poner un humilde ejemplo aunque la verdad es que eran más de 40 por lo menos) bullían dentro de mi cerebro después de haberlas conocido. Había que tener cuidado para no caer en las redes de las abusadoras (como dice la canción) para poder seguir siendo líder como futbolista. Pero cuando me ponía las botas me las ponía de verdad porque sabía cómo hacerlo y que cada cual crea lo que quiera poque para eso existe lo que se llama el “librepensamiento” que tanto predican los que se llenan la boca gritando lo de libertad.
En el Campo del Gas hice Historia Deportiva. Fue allí, junto al Gasómetro, donde terminé de solidificar mi físico que, por cierto, ya lo tenía bien formado y atractivo desde mi adolescencia. Lo del Campo del Gas fue un tiempo inolvidable de victoria tras victoria y de conquista tras conquista. Amén. No soy vanidoso pero quien lo quiera pensar que lo piense porque me da los mismo lo que piensen de mí. Con toda la humildad por delante sólo he escrito la verdad de aquellas aventuras maravillosas. Otra vez Amén porque fue entretenido y divertido y porque fue Verdad.