En realidad no se llama Gisela. La nombro asi porque tiene piernas de gacela, cuerpo de gacela y rostro de gacela. Apenas la conozco. Sólo la he visto dos veces; pero Gisela deambula todos los días por la Avenida Amazonas buscando amor. Un amor ficticio, engañoso, basado en la carne sin emoción del placer momentáneo.
La primera vez la vi triste, encogida, sostenida solamente por un hálito de presencia volátilmente pasajera. Me preguntó la hora y me sonrió. Sólo eso.
En la segunda ocasión yo estaba sentado en la cafetería y ella se sentó a mi lado. Me pidió que la invitara a un chocolate. Me narró una historia de amor desvencijado como recuerdo de juvenil existencia. Pero Gisela borda solamente los dieciocho años de edad. Compuse un pequeño poema y en ese mismo instante se lo regalé. Sólo eso.
Ya no he vuelto a ver las piernas de gacela de Gisela, el cuerpo de gacela de Gisela, el rostro de gacela de Gisela… que estará siendo devorada por algún efímero instante de placer momentáneo y sin amor, a cambio de unas cuántas monedas con las que permanecer viva.
Gisela se dedica a la prostitución y me viene a la memoria su triste sonrisa. Por el micrófono amigo, mi camarada Camborio, hoy he lanzado a los cuatro vientos el dolor del pequeño poema: “Tu triste sonrisa / envuelta en el éter de las entrañas / duele como un risa / de negras telarañas / y en el cuarto hendido / de las mil patrañas / tu cuerpo malherido / se inunda de pirañas”. Un amable oyente, que no ha querido decir su nombre, me cuenta que Gisela duerme en algún oscuro horizonte de su conciencia.