Domingo, 30 de agosto de 2009. Son las 7 de la mañana. La calle está totamente desierta. Sólo hay grillos cantando y silencio humano. No hay Sol. No hay Luna. Unos ruidos lejanos me hacen pensar que este Silencio mayúsculo no es una Soledad o que esta Soledad no es un Silencio mayúsculo.
Los rastrojos de la vereda del camino están secos, muy secos, y en sus ramas sólo se ve la Tristeza. Pero algo me dice que tampoco esta Tristeza es una Soledad o que esta Soledad no es una Tristeza.
Voy solo, completamente solo, por la solitaria calle pensando. Pienso en los tiempos del pasado, del presente y del futuro y me doy cuenta de que, en realidad, lo que existe, más que el Tiempo en sí mismo es el Eco del Tiempo.
Todo tiempo deja su eco. Todo eco del tiempo deja su historia. Y toda la historia humana me viene a la memoria en la calle Antón Tobalo de Las Torres.