“¿Por qué a mi helada soledad viniste cubierta con el último celaje de un crepúsculo gris?…. Mira el peaisaje, árido y trsite, inemnsamente triste”. Así comienza el largo poema Idilio Salvaje del escritor ecuatoriano Manuel José Othón. Yo levanto la vista del libro y miro el paisaje: una calle larga y llena de un sinnúmero de personas tristes. Resonancias de mi temperamento, mi despreocupada bohemia se desviste de toda clase de máscaras de olvido mientras te espero a ti, princesa en el camino de los caprichos de las imágenes del mundo. Y este torrente de sangre en sinfonía despliega todas sus sensaciones para darte la magnífica acogida entre el Himno de los Bosques y la Estepa del Nazas.
!Vámonos princesa de aquí!. !Vámonos de toda esta tristeza!. !Vámonos por la selva de los rumores de la noche, a despertar la madrugada junto al nervioso pájaro carpintero!. !Calienta mi helada soledad con tu rojo y encendido espacio de campánula y amapola!.
En el supremo instante en que tiemble toda la Tierra con la luz de tus consuelos, yo te prometo que me romperé en jirones para, terremoto humano en espiral, ser sólo un puzzle de múltiples jazmines con los que tú podrás confeccionar ese collar de crótalo sonante con el que tanto sueñas. Y todo eso sólo porque a mi helada soledad la has convertido en hondo y tremendo cataclismo.
!Otra vez me estoy volviendo loco con esta tremenda sensación de que me penetras hasta el último rincón de nuestro orgasmo!.
Pido una pequeña disculpa a los lectores. El escritor Manuel José Othón no fue ecuatoriano (como he puesto por error en el texto) sino que fue mexicano. Gracias por leer y perdón una vez más por este lapsus.
diesel,esto que has escrito,tiene la magia en la que mucha gente ya no cree,esa gente triste que vemos en la calle,sin esperanza,te repito nuevamente hermoso y lleno de sentimiento,como lo que leo aqui en Vorem,y que escriben todos desde el corazon.Estrella