IMAGINACIÓN ATRAPADA (V)

Miquel era esquelético, ya de nacimiento fue un niño propenso a las enfermedades. De piel blanca, cuya limpia transparencia dejaba ver unas venas suaves y delicadas. Su físico reflejaba por igual el espíritu frágil del niño. Dotado de una perpleja sensibilidad y un rostro marcadamente triste que contrastaba con sus labios casi siempre sonrientes.
Tenía el carácter inquieto, destacaba a pesar de su debilidad aparente por ser el “alegre” del grupo, el que contagiaba el buen humor, o el que encendía temas interesantes.
Pasaba muchas horas sin olvidar el juego, en la biblioteca. En aquella vieja aula se respiraba un olor a rancio que le integraba en el exorcizado lugar, con libros antiguos de hojas beige, algunos incluso escritos a mano con tinta y pluma de ave. Le transportaban a otros tiempos y fascinado vivía con el autor las aventuras e infortunios que pasaban los protagonistas.

Encasillaban las estanterías, grandes y pequeños tomos, donde podía encontrar y escoger cualquier tema de interés. Algo semejante le ocurría con la música, le causaba una sensación hasta entonces desconocida. Ya no le gustaba simplemente, ahora sentía vibraciones que estallaban en el interior de su cuerpo, unas cosquillas que le llenaban de una extraña excitación y le transmitían un mensaje, un sentimiento que rodeaba la realidad y hacía nacer una mitificante fantasía, una representación de escenas, como una película mágica.
Transcurrían los días. Se organizaban competiciones y concursos de los deportes que allí se practicaban. Miquel jugaba a futbol, a baloncesto y a casi todo lo demás, pero sólo se apuntó a Ping-Pong y a Frontón, en los que creía tener más posibilidades.
Se divertía con sus nuevos amigos. Era uno más entre cientos de chicos que como él, tenían problemas y preocupaciones y necesitaban mucho afecto y cariño. Se sentía contento de poder poner su granito de arena para mejorar la relación y la convivencia con sus compañeros, conocía a casi todos ellos. Todos eran parte de sí mismo y si hubiera escogido una pequeña parte de la esencia de cada uno, podría haber formado su propia personalidad. Descubrió que los humanos eran muy complejos, quizás demasiado. Pensó en que cada ser, se dividía en cantidad de particiones, que las etapas son vidas y así las anotábamos, inconscientemente en nuestros cerebros. Los sueños, recuerdos, el pasado, el futuro, los diferentes cambios de estado de ánimo, la enfermedad y los minutos transcurridos, no eran más que reencarnaciones en el pensamiento febril. Existencias sucedidas segundo a segundo. El gato, con sus siete vidas, se quedaba corto comparado al hombre.
Pese a todo, cosa inevitable, se hicieron grupitos, separaciones entre ellos, pero que no les desunía en la realidad. Las actividades eran comunes, los trabajos se hacían conjuntamente.
Los niños tenían increíble facilidad para hacer amigos –salvo excepciones-. Entre ellos, a menor escala que en los adultos, también existían unas capas sociales, unos gustos afínes, pero sobre todo una intimidad sin influencias, una amistad libre, fuera de conveniencias, sincera e inocente. Miquel se había unido más estrechamente, a un reducido número de chicos con los que compartía juegos y juntos, liberaban su imaginación atrapada entre los claustros cenicientos, estancados de cadenas chirriantes, antepasados místicos, brujos locos y misteriosas apariciones de un ayer que no pertenecían a la vida de un niño.
El Monasterio les producía un cierto temor, rodeados de una atmósfera negra que clamaba a gritos el testimonio de terribles secretos, almas en pena, celdas de lamentos y esqueletos cautivos. La eternidad de un miedo visible en sus pesadillas nocturnas

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