En el Seminario volvía la nostalgia, los recuerdos devoradores. En clase se ensimismaba en sus pensamientos.
Fernán participaba de su ilusión, le satisfacía la alegría de su amigo, le acorralaba a preguntas y llegó a entusiasmarse y a parecerle que conocía Torredella tan bien como Miquel.
-Algún día vendrás conmigo y conocerás el campo, es tan divertido correr por los prados, trepar a los árboles y descubrir nidos con crías. Una vez fui al río con mis tíos y primos, estábamos merendando y se acercaron unas cabras montesas, atraídas supongo por la comida, bueno, pues logramos acorralar a una hembra y mi tía la ordeñó, pero luego vino el macho, sí, aquel que tiene unos cuernos muy grandes en forma de caracol, buuff!
cómo corríamos perseguidos por aquel animal enfurecido; menos mal que paró pronto, sólo quería asustarnos ¡buuff! qué mal lo pasé, pero la leche estaba riquísima, la bebimos con ganas. Ya verás cuando vengas, qué tranquilidad, las gentes son sencillas, humildes e incansables. Conocerás el enigmatismo de las leyendas que cuentan los payeses sobre esas tierras que han vivido tanto.
Fernán pasaría la Navidad con sus padres en Barcelona, hubiera preferido irse con Miquel, pero no le dijo nada, porque se sentía triste y de todas maneras no podía decidir por él mismo. Pero alguna vez, como le había dicho, irían los dos a disfrutar de esa Naturaleza tan querida por Miquel, su amigo Miquel…
Por las noches, antes de la última oración en la capilla, les daban media hora de esparcimiento. Miquel y Nando se reunían para jugar con su grupo. Y a veces cuando querían estar solos, se dirigían a un escondite que descubrieron. Estaba en un rincón de uno de los campos de fútbol. Trepaban por una alambrada colocada para que no salieran los balones del recinto, después saltaban una tapia y escalaban otra, para terminar, bajaban las escaleras en rama de un gran abeto. Todo este recorrido representaba un excitante peligro que valía la pena correr, para llegar a un pequeño huerto de flores y arbolitos. Se sentaban en la húmeda hierba con la única luz, si la había, de la Luna. “Su rincón”, era el refugio nocturno, por el día podían ser vistos y además tenían la “casa del árbol”.
Así buscaban su propio ambiente, hablaban mirando al cielo, sus ojos brillando, preguntaban a la noche. Sus llagas abiertas se tornaban remolinos de pasión que entraban en el alma del amigo. Se comprendían, se consolaban y tras cerrar la herida daban rienda suelta a su imaginación y reían contentos. Algún “duendecillo” se encontraba entre ellos, les tocaba con su varita cosquilleante.
Era lunes, paseaban por el bosque con las manos en los bolsillos, cuando se toparon con una casa semiderruida, al rodearla se dieron cuenta de que los barrotes de una de las ventanas cedían con sólo empujarlos un poco. Dentro estaba oscuro, entreabrieron el porticón de madera para que entrara algo de luz y se pusieron a inspeccionar las habitaciones. Miquel tuvo la impresión de que a su amigo le ocurría algo.
-Nando, te pasa algo?
-No, no…nada
-Me había parecido…si estás sudando!
-No es nada, es que estoy un poco nervioso.
-Si no pasa nada…
-Miqui, tú eres mi amigo, confío en ti, debes creerme, no es broma: aquí hay…no sé, es todo tan extraño, que me confunde.
-Qué hay de malo?, yo no veo…
-Sí lo hay, dime que me vas a creer.
-Pues claro tonto, ya sabes que sí.
-Júralo.
-Lo juro.
-Esto es muy raro, de verdad, mira, esta noche he tenido un sueño: tú y yo salíamos del “Semi” y andábamos por un sendero, por el de ahí afuera, el mismo, sí, hablábamos de nuestras cosas como antes, creo que decíamos las mismas palabras y de repente, ¡zas! Aparece una casa, sí, sí, y los barrotes rotos, ¿te das cuenta? ¡Es la casa de mi sueño! Miquel sintió ganas de coger la mano de Nando y echar a correr, pero se contuvo y trató de disimular que temblaba.
-Y después, ¿qué?
-No lo sé, no me acuerdo. Cuando desperté esta mañana pensé en ello, pero luego se me olvidó, tengo miedo Miqui, ¿no será esto un mal presagio?
-Tranquiii…líizate, esta…amos los dos juntos, ¿no?, no podemos asusta…tarnos, tú…-hizo un gran esfuerzo para controlarse y siguió:
-Tengo entendido que estas cosas pasan…suceden detalles, pero es un laberinto intentar…tratar de desentrañarlas, ya sabes a qué me refiero, a las visiones, los espíritus y esas cosas, pero no tienen por qué ser malos presagios, venga, vamos a ver si funciona este fogón, dame esos trozos de madera, bfff, qué frío, ojala prendiera, parece en buen estado.
El fogón funcionaba perfectamente y caldeó rápida y eficazmente la misteriosa estancia. Se sintieron mejor con la realidad. Llevaban un rato observando el color del fuego, las llamas vivas agitando, arrastrándose, subiendo por los troncos heridos, goteantes de resina.
-¿No oyes?
-La campana.
-Ostras, es ya la hora de comer, vámonos.
Apagaron el fuego y salieron corriendo para llegar a tiempo de que no advirtieran su ausencia.