K baja por la escalera. No sabe a ciencia cierta a que planta del edificio tiene que acudir. La hora de su cita se aproxima. Junto a él hay varias personas que luchan por descender por el estrecho pasillo. Pugnan por adelantarse unos a otros y ganar un peldaño más. Como no tiene una referencia clara del número de planta, en donde tiene que presentarse, se guía por el número de personas que salen de la escalera para ingresar a cada uno de los pisos del viejo edificio. K conjetura, que el que le corresponde, es en donde más personas descenderán. Pero hasta el momento esto no ha sucedido. La bajada se va volviendo ya muy larga. K ni siquiera recuerda ya como ha podido ascender tanto.
Algunas parejas se han formado, por el trato continuo que han desarrollado al proseguir en su dilatado contacto. Estos enamorados buscan abrazarse sin dejar de avanzar, y se atraviesan al camino de los otros. Resuenan maldiciones e improperios mezclados con palabras de ternura y arrumacos. La marcha continua. K percibe a sus espaldas ronquidos y murmuraciones. Algunos de las personas participantes del descenso de la enorme escalera se han dormido ya. Pero impulsados por los demás, siguen avanzando, dejándose llevar por la voluntad abstracta del bloque humano. K se sorprende, personas que creía ya habían dejado la fila en movimiento, vuelven a aparecer, inesperadamente, para estorbar su marcha con un pie necio o un codo insolente. Aburridos, varios comienzan a entonar melodías de taberna. En el pasillo en penumbras de la escalera, rebotan los ecos de risas y chistes de color subido de tono. K se indigna. Algunos se han comenzado a desnudar y agitan su ropa al son de las canciones. K se debate desesperado: siente que se ahoga en ese mar de abrazos y apretujones. Finalmente, parece notar que la masa se calma, es posible, de acuerdo a su actitud, que por fin hayan podido alcanzar el piso que deseaban: comienzan a darse los buenos días y a desearse la mejor de las suertes. K vuelve a respirar. Abren una puerta. Comienzan a salir todos. Cuando K finalmente lo logra, se llena de estupefacción. El umbral que han atravesado no conduce, sino a una escalera en ascenso. Pronto es arrastrado por la multitud que se apresura a llevar a cabo la marcha obligada. Su rostro lleno de confusión queda oculto por ese río de cuerpos y pasos, que se pierden y lo pierden, en una vuelta de la escalera en espiral. Suben.
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Extraño suceso, pero el texto engancha. Al principio pensé que sería un día normal de oficina, pero eso suele ser en ascensores. Entonces me vino a la cabeza del atentado del 11-M y pensé que tu texto se tornaría en como algunos intentan escapar y otros ya se resignan y hacen cosas extrañas…
Pero nada de eso, es simplemente una improvisación de tu mente. Me gustó, un saludo
Me ha gustado mucho, es un texto que, como dice Ismael, engancha. Muy bien narrado el descenso, parece que uno lo vive.
Bienvenido y enhorabuena por tu texto.
Un saludo.
Al principio creía estar leyendo una narración kafkiana bien entrelazada. Después observé que hay mucho de existencia enese subir y bajar muy consecuente con la marea humana a la que todos pertenecemos. Es verdad que engancha tu texto y es cierto que la paradoja queda latiendo. Arrastrado por la multitud tu “kafkiano” K se transforma en un ser oculto que está palpitanto en la última subida. La confusión es palpable pero la meditación de K es su priopia salvación humana. Dentro de la masa hay un pálpito que traduce… Un abrazo desde este Vorem por donde todos subimos, bajamos y volvemos a subir…