Me avisaron presto
Que papá había muerto.
Lloré como loco;
No tenía dinero
Y acudí al amigo
De buen corazón.
Le conté el fracaso;
Me prestó la ayuda
Sin hacer reparos
Y ya en la mañana
Todo acongojado,
Salí a tomar carro.
Sentí mucha angustia
De ver que las horas
Pasaban tan lentas
Y las manecillas
Del viejo reloj,
Parecían ya muertas.
Casi llego tarde.
Los bronces sonaban;
Eran estridentes
Los malditos golpes
Que daba esa bola
De un hierro fundido.
Eran ruidos sordos
Que ahogaban mi alma.
En mi tierra amada,
Me bajé del carro
Y un señor me dijo
Con voz ya quebrada
La triste noticia:
“Su padre murió”.
Abracé al amigo;
Me quedé en un sueño,
Recordando al viejo
Que después de mozo
Jugaba conmigo
Como si yo fuera
Todavía ese niño
Que él tanto adoró.
Volví la mirada
Y lo vi llorando;
Ambos comprendimos
Que habíamos perdido
Al mejor amigo
De toda la vida.
Llegué al dulce y triste
Hogar desolado.
Mi madre, no estaba.
Ella se encontraba
En ciudad lejana.
Llevaba en su mente,
Quince años postrada
Sin poder andar,
Sin poder hablar
Y sin poder oír.
¡Ah recuerdos tristes!
¡Mi padre no estaba!
Y sólo encontré
A la hermana mayor;
Los otros hermanos
Ya se habían marchado
Rumbo a la gran Villa
Llamada “La Linda”.
Se me acercó un niño
Que quiso mi padre;
El único chico
Que le acompañaba
Porque ya sus hijos
Estaban casados.
Él con voz quebrada
Y casi llorando
Susurró en mi oído
La triste noticia:
¡Su papá murió”.
Lo cogí en mis brazos
Y lo consolé.
Él me acompañó
Y los dos salimos
A ese mismo encuentro
Que no olvidaré.
Íbamos bajando;
Quedé sorprendido
Cuando de repente
Vi al pobre y luctuoso
Cansado cortejo
Subiendo muy lento
Con el leve féretro
De mi amado padre.
Fue un encuentro aciago;
Mi voz se turbó
Y un dolor intenso
Cubrió toda mi alma.
Regresé llorando
Y al llegar al pueblo,
Se oían las campanas.
Ellas repicaban
Con gran amargura
Su segundo toque
Porque se acercaba
La triste partida
De uno de los hijos
Queridos del pueblo.
Llegamos al templo;
Bajaron la caja;
Abrieron la tapa;
Vi al frío cadáver
Bien amortajado;
Tan sólo veía,
Una cara pálida
Y unas manos yertas.
Era inevitable.
La maldita muerte
Estaba presente.
Jamás en mi vida
Tanto había llorado.
Lo hice mucho peor
Que cuando murió
Mi Madre adorada.
Es de mucho juicio
Que el hombre más fuerte
Debe hacer lo mismo
Porque un ser querido
Que abandona el mundo
Se va para siempre
Dejando una huella
Dejando un dolor,
Que sólo se borran
Muriendo también.
El funeral pasó
Y el sepulturero
Muy orondo tapó
Al viejo Miguel,
Con el mismo barro
Que Dios lo creó.
Con la voz ya queda
Le dije a papá:
¡Adiós padre bendito!
Y ¡Paz en tu tumba!
Se siguen las penas;
Son penas felices.
Mi madre está viva
Y sigue llamando
Creyendo que vive
Su esposo perfecto.
A los pocos meses
Recibí llamada.
¡Llamada funesta!
Mi Madre había muerto.
Volví a quedar mudo.
Recordé el ayer.
Todo está marchito.
Sólo han quedado
Recuerdos perennes
Y sólo me queda
Elevar plegarias
Por las Santas Almas
De estos Santos Padres
Que están en el cielo,
Ambos compartiendo
La felicidad
Eterna, con Dios
Nuestro Gran Señor
¡Dios bendiga siempre,
A Tulita y Miguel!