Personaje tan caro a intelectuales de calibre de Emil Cioran o Albet Camus, el ingeniero Alexis Kirilov, uno de los protagonistas de la extraordinaria novela de Dostoyevsky, Demonios, nos comunica una paradoja de carácter vital para entender a plenitud la encrucijada del hombre ante su mortalidad.
Según la trama de la obra, un grupo de jóvenes subversivos planea efectuar un asesinato de tipo político, con el fin de provocar caos y derrocar al gobierno zarista de entonces.
Cada uno de los integrantes de este complot tiene un ideal de nihilismo particular, aunque todos parten de la premisa: “Dios a muerto, todo está permitido”.
La filosofía propia de Kirilov consiste en asumir esta perdida y tener la suprema valentía de negar todos los aspectos y valores de esta desfundamentada realidad ilusoria, quitándose la vida, para así entonces ocupar el sitio vacío de la deidad fenecida.
De esta suerte que Kirilov participa en el ruin plan sólo indirectamente al colaborar con su propia muerte, pero no con el fin de hacer triunfar la causa de los dirigentes del grupo, a los que desprecia, sino con la tentativa muy particular de lograr la divinización del hombre.
Porque lo paradójico aquí es que Alexis Kirilov, más allá de su ideología extrema, es un tipo por demás bondadoso: protege a los niños, ayuda a sus amigos en desgracia, hace gimnasia y compone poesía. Pocas veces Dostoyevsky brindó a un personaje suyo tanta positividad y nobleza como a este joven rebelde.
¿Cómo entender esta circunstancia inusual?
Tal vez lo que nos quiso expresar Dostoyevsky con esta figura literaria es que sólo quien se concientiza seriamente con la posibilidad de su morir, tiene la fuerza y la sensibilidad necesarias para valorar la vida de los demás y la del mundo en general.
Poco antes de utilizar su revolver por última vez Kirilov comentaba que la simple existencia de una hoja de primavera mecida por la brisa, justificaba la existencia del universo entero.
A veces sólo en las tinieblas la luz alcanza su máximo esplendor.
Jesús tu comentario final me parece muy acertado, verdaderamente coqueteando con la muerte y teniendo una conciencia clara de su perpetua presencia, se roza la importancia de la intensidad de vivir como ultimas y con consciencia infinita, los mas pequeños acontecimientos cotidianos, yo he vivido el suicidio muy de cerca en un ser querido y te aseguro que para mi se trató de un acto de valentia según sus circunstancias imposibles, alejandose inexorablemente cada vez mas, la capacidad de gozar de lo pequeño, es peor estar muerto en vida que la propia muerte, en conocimiento de ello, describo lo que pude percibir gracias a la cercania, que tuve con ella en sus últimos días, en el relato “la nota que no dejó”, un saludo
Jesús gracias por tus bellas palabras a la nota que no dejó, es cierto que me impactó. Pero he tenido muchas veces la muerte cerca de una forma u otra y es cierto que uno se vuelve un poquito mas sabio cuando ha bajado a los infiernos y subido a los cielos y sobre todo si se deja de tener miedo, el miedo nos coarta muchos sentimientos interiores que son muy importantes, tenemos tanta capacidad y sin embargo utilizamos tan poquito en lo que a amor y sentires se refiere, veo que eres una persona muy empatica y esto es muy importante y sbio ha sido un placer charlar contigo, te deseo lo mejor, un beso
Hay historias que siempre nos recuerdan que el estar concientes de que podemos morir un día cualquiera, nos permite vivir y apreciar a plenitud los detalles sencillos y cotidianos que nos da la vida. Saludos