El octavo hijo de la familia Paz y Guerra era un niño esmirriado, canijo y bastante torpe a la hora de leer novelas. Empeñado en aprenderse de memoria “Guerra y Paz” de León Tolstoi, era incapaz de pasar de la octava página. El tal Octavio Paz y Guerra, con su cara picada por las viruelas, tenía un hermano mayor llamado Giovanni que había nacido totalmente bobo. Los médicos habían hecho hasta lo imposible por ayudarle a superar la idiotez que, a medida que iban pasando los años, se acrecentaba hasta llegar al grado de la imbecilidad.
Octavio, mientras tanto, debido a su impotencia por entender más allá de la octava página de “Guerra y Paz” decidió poner fin a todos sus males y, tomando el macuto, se presentó ante las autoridades militares del país. Pensaba que allí, en el ejército, ya que no era capaz de escribir más allá de ocho renglones seguidos, aprendería a ser un hombre.
A su vez, su hermano mayor Giovanni, en completa imbecilidad ya, había tomado el rumbo de los cocainómanos y se empleaba todas las tardes a la labor de “camello” llevando papelinas a los colegios de los alrededores de su casa. Un tercer hermano, seguidor de Octavio, era más listo que el hambre y por eso, quizás por eso, se llamaba Viviano… porque mira que le encantaba la vida y ver pasar a las chavalas de los colegios para tirarles piedrecitas pequeñas y llamar así la atención de ellas que le respondían siempre con un “!carajo vete al cuerno!”. Viviano, a pesar de ello no desistía en su labor de poder ligar alguna vez con la bella vecina de al lado, de nombre Enriqueta y que era muy pobre pero estaba muy rica según el parecer de todos los chicos del barrio.
El cuarto hermano no era en, en realidad un hermano, sino una hermana que tenía la fea costumbre de morderse las uñas a pesar de que su madre más de un mojicón le había dado por ello. Pero la terca Angustias, que así se llamaba, pona enferma de los nervios a mamá Consuelo que jamás encontgraba consuelo alguno con ella y su fea costumbre de morderse las uñas hasta no dejar ni rastro de ellas.
Había un quinto hermano que tenía enormes deseos de ser sacerdote aunque, sin embargo, tenía dudas existenciales sobre la existencia o no existencia de Dios. Mas un día, como estaba harto de que Viviano le tomara el pelo con eso de las chavalas del barrio que, al parecer, no le gustaban para nada, decidió tirar hacia adelante y se anotó a unos retiros espirituales con los jesuitas. Su camino, inexorablemente, estaba lejos de las faldas femeninas y cerca de las sotanas de los curas.
El sexto de la familia tampoco era un niño, sino una niña muy traviesa que se reía continuamente a carcajadas a pesar de que el padre, Romualdo, era un tipo serio, muy serio, tan serio que se había dejado bigote para dar más miedo a los chicos que rondaban a la feliz y risueña Angelines pues decían que era un verdadero cielito charlar con ella y la llamaban angelita y otras ridiculeces del mismo jaez.
Em séptimo hijo de Romualdo Paz y Consuelo Guerra era más malo que el diablo ya que se tiraba todas las santas noches maullando como los gatos o ladrando como los perros con tal de fastidiar a todos los vecinos y vecinas que habían tenido la desgracia de vivir cerca de la familia de Octavio Paz y Guerra.
Como ya dijimos, tal Octavio Paz y Guerra era incapaz de leer más de ocho páginas de un libro cualquiera, especialmente “Guerra y Paz” de León Tolstoi, y de escribir más de ocho renglones seguidos en una cuartilla. Octavio, una vez admitido en el ejército, pasó toda su vida fregando camarotes, ya que se había apuntado a la Marina, y barriendo todos los restos de verduras, frutas y demás pìtanzas que, los hambrientos capitanes de Marina tiraban continuamente al suelo como si de pajas se tratase pues eran de los que les gustaba separar rápidamente “el trigo de la paja” e ir directamente al grano.
Octavio Paz y Guerra terminó sus días ahorcándose de los barrotes de su camastro, que era el tercero de la litera donde dormía, o sea el de arriba, harto ya de tanta desgracia personal y familiar. El padre de la familia Paz y Guerra fue avisado de tan luctuoso suceso y rápidamente cayó en tal crisis que, a partir de entonces, se dedicó a las borracheras. Terminó sus días en un sanatorio público, ya que los privados estaban fuera del alcance de la economía familiar, debido a un coma etílico mientras deliraba: !!Octavio!!. !!Octavio!!. !!Qué has hecho Octavio!!.