En la sala del piano se desgrana
una oda victoriosa y plena
que en medio de la estancia suena…
y la hazaña del poeta se desgrana
llena de luz y de sonido llena.
Contemplando, en el hogar, la llama
un anciano de esta hazaña se acuerda
y, lentamente, el reloj de cuerda
baila las horas… mientras recuerda
en silencio todo lo que él recuerda.
Se ciñe la noche al borde de la cama
donde duerme la mujer su pena
y una gallina, a todo esto ajena,
en el granero pica, con toda calma,
el último plato de maíz y avena.
Y llega la estación fría del alba
a los párpados hinchados tras la cena.
El anciano piensa… piensa esta Nochebuena
en recuerdos que de joven él se guarda
como guarda la mujer leche en la alacena.
Hay un cuadro colgado. De color grana
está pintada la sala de la nena.
El anciano llora. En la arena
del corral un pato blanco reboza
mientras el burro cocea de cualquier manera.
A la derecha un resplandor resbala
su luz de tormenta como escena
que alumbra, por un momento, la escalera
atravesando, raudo, la ventana
que está toda la noche abierta.
Sobre el lavabo, sujeto con peana,
en el duro suelo que el dolor calienta
hay una hoja de afeitar yerta
que es de color muy crema.
La leche hierve en la cazuela puesta.
Hace ya tiempo que marchó una mañana
la nieta saliendo por la estrecha puerta…
y ahora el perro marcha hacia la huerta
a jugar revolcándose sobre la alfalfa.
La noche cae sobre la alberca.
¿Quién vence en esta batalla santa
entre el sol oculto y la noche ciega?.
La noche, mucho más vieja,
lleva sobre el sol ventaja
porque tiene estrellas que no la dejan…
Y consulta el anciano al alba
midiendo la distancia que encierra
a su alma como si fuera cera…
!que panal y abeja claman
el regreso de la nieta viajera!.
Gris está el cielo y cuarteaba
en el abismo su ceguera
tanteando en el reloj la esfera
que la dura hora ya cantaba.
El gallo dormido cerca de la era.
La cruz en el pecho golpeaba
al corazón intenso que la espera
ponía el ansia que se desespera
mientras al cielo él clamaba
lo posible e imposible de esta guerra.
Retumbaba en el valle la campana
de la misa del gallo; y pasajera
una paloma muy ligera
hacia el horizonte ya volaba
en busca quizás de una quimera.
Unas letras de tránsito portaba
en la pata izquierda mensajera.
Es carta de letra negra, muy negra,
como luto o sangre coagulada
que en las sienes del anciano era.
Descansa plácida y abandonada
la cántara de leche. De madera
es la banca… y la tierra
parece rugir en las entrañas
del viejo soplar de la cafetera.
Suenan las cuatro y, abandonada.
la nieta vuelve por la carretera
dejando su vida aventurera
en medio de la oscura y suburbana
ciudad capitalina y placentera.
Está triste la veleta. Se retarda
en el camino el águila volandera
y vuelve cabizbaja y con ojeras
la pequeña oveja descarriada.
Ya agota al anciano tanta espera…
Cae sobre el campo una lluvia aligerada
que empapa a la muchacha ligera
que tanto se ilusionó. Ahora lastimera
vuela… vuela y vuelve… triste la mirada
y con el alma rota y sin frontera.
El anciano siente el pálpito de la llegada
de la nieta adoptada y extranjera
y sale a tientas de su estera
preso de los nervios. Ruegos clama
la mujer que en la cama desespera.
Y en el quicio de la puerta despintada
se encuentra el final de esta espera
cumpliéndose el momento de la entrega
cuando la niña un abrazo daba
al ciego anciano junto a la hiedra.