San Francisco de California, 17 de abril de 1906. Casa de la Moneda de los Estados Unidos…
– ¡Buenos días, Rufus! ¿Cómo va todo?
Rufus Robinson dio media vuelta a su silla giratoria, con un recién acuñado dólar en su mano.
– ¡Hola, Peter, todo va a la perfección! ¿Ves este dólar?
– ¿Algo especial?
– Míralo bien.
Rufus Robinson entregó la moneda a Peter Duncan quien, a la luz de la ventana, lo observó detenidamente…
– No veo nada extraño. Es un dólar común y corriente.
– Ni tan común ni tan corriente, Peter. Yo lo llamo “Thaler”
– ¿”Thaler”? ¿Por que “Thaler”, Rufus?
– Por la sencilla razón de que es especial.
– Yo no veo por ningún lado donde lo mire que es especial.
– Escucha bien, Peter. En 1535, el hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, quien llega a ser conocido con los nombres de Carlos I Rey de España y Carlos V Emperador de Alemania, ordena que en las recién descubiertas minas de plata en el territorio de lo que hoy es México, se empiece a acuñar una moneda similar a la que se utilizaba en Europa con el nombre de thaler; nombre que es una abreviatura de Joachimsthaler, el valle al norte de Bohemia en el cual se encontraban las minas de plata que proveían el metal para acuñarla. “Thaler” es lo que ahora llamamos “Dólar”.
– ¿Y qué tiene este dólar de extraordinario para que le llames “Thaler”?
– Que resulta que es único en el mundo.
– No me hagas reír, Rufus. Es un dólar tan normal y tan común como los millones de dólares que circulan por este planeta.
– No, Peter. Este dólar parece de otro planeta y no de la Tierra.
– Escucha bien tú ahora, Rufus. Hace ya un par de horas que me he levantado y todavía no he podido desayunar por culpa de tareas “de última hora” así que me estoy muriendo de hambre y no tengo ganas de que me cuentes historias de miedo. ¿De acuerdo?
– De acuerdo, Peter. Tú te estás muriendo de hambre y yo estoy muerto de cansancio; así que ya estamos muertos los dos…
– Que te repito que no estoy para chistes malos.
– ¿De verdad no ves nada raro en “Thaler”? Pon toda tu atención y obsérvalo de nuevo, por favor.
– Está bien, Rufus, seguiré con este absurdo juego.
Peter Duncan volvió a fijarse, con cien por cien de atención, en aquel dólar…
– ¡Caramba! ¡Aquí hay algo extraño pero no acierto a saber qué es!
– Pon toda tu atención en fijarte en la figura de Abraham Lincoln, Peter.
Peter Duncan empleó toda su potencia visual…
– Sigo sin ver nada especial, Rufus.
– Observa, con todo detenimiento, los iris de sus ojos.
– Ya. Ya lo veo. Es algo así como dos puntos microscopicos de color rojo. Esto no podría descubrirlo ni mi abuelo Jeremiah Duncan que tenía una vista tan extraordinaria que siempre lo contrataba el general Custer como explorador por las praderas del Viejo Oeste.
– ¿Y qué te parece el asunto?
– Nada interesante. Solamente un error de producción nada más. Por cierto ¿quién es el útlimo eslabón de la cadena?
– Miller. Arthur Miller.
– ¿Y por qué no le investigas si de verdad crees que esto tiene alguna importancia?
– Resulta que Arthur Miller ya no volverá más por aquí. Esta misma mañana se ha jubilado y se merece un buen descanso por el resto de su vida. Pero mira bien esa moneda con esta lupa de aumento.
– Sólo lo voy a hacer para terminar con esta tontería.
Peter Duncan cogió la lupa que le estaba ofreciendo Rufus Robinson.
– ¡Concentra el foco de la lupa en los iris de los ojos de la imagen de Abraham Lincoln, Peter!
– ¡Dios mío, son dos llamas de fuego! ¿Quién ha sido el gracioso que ha hecho esto? Al parecer ha utilizado un micro punzón.
– Nada de micro punzón, Peter. No existe ningún punzón, por muy micro que sea, que pueda hacer eso.
– ¿Entonces?
– Quien haya sido ha utilizado un micro rayo todavía desconocido.
– ¿Algo como el láser?
– Superior al láser, Peter.
– ¿Y ese tal Arthur Miller? ¿Qué me dices de él?
– Que hay que dejarle que descanse en paz porque tiene bien merecido el descanso. Ten en cuenta que llevaba 52 años trabajando en esta Casa. Fue uno de los que la inauguraron en 1854.
– Entonces olvidemos este asunto. Nadie podría descubrir jamás la diferencia de este dólar con los demás.
– Este no es un dólar como los demás. ¡Es “Thaler”!
– Y yo me pregunto ahora, ¿cómo demonios has conseguido descubrilo, Rufus?
– Olvidas que soy el Ensayador Oficial de la Casa de la Moneda de los Estados Unidos de Norteamérica. ¿Te parece poco?
– Poco interesante…
– ¿Y tú? ¿Qué has logrado hacer tú en tu vida?
– Algo diferente a lo tuyo pero mucho mejor que lo tuyo.
– ¿Un simple autor de obras teatrales? ¿Qué es un simple autor de obras teatrales comparado conmigo?
– Por lo menos hago lo que me gusta hacer…
Rufus Robinson cerró sus los puños de sus manos sobre la mesa y guardó silencio.
– Escucha, Rufus. Paso de tus aburridas historias de miedo. Yo sólo sé que tengo un hambre canina y que quiero desayunar; así que olvidemos este asunto y, por favor, préstame tu “Thaler” para poder ir al “The Corner of the Boxer”. Es lo menos que puedes hacer por un amigo que tiene la paciencia de escuchar tus tontas imaginaciones.
– ¿Prestarte a “Thaler”? No lo haría por nada de este mundo.
– ¡Ya estoy harto de este jueguecito de niños que no tienen otra cosa que hacer más que inventar falsas hipótesis como si fueran Agentes Secretos del Más Allá de las Estrellas!
– Tampoco eres tú muy bueno contando chistes.
– Quizás porque paso más hambre que tú. En realidad llevo en la billetera uno de los grandes; de cien dólares para ser exacto. Y, como dice la lógica de este mundo, en ningún restaurante me van a poder servir un desayuno por falta de cambio. Sólo necesito un dólar. Te lo devolveré con intereses mañana mismo.
– ¿Cuánto me darás por “Thaler”?
– Cinco dólares, Rufus. Me parece que pagar cinco dólares por un simple dólar es un buen negocio para ti.
– ¿Cinco dólares por “Thaler? Ni loco te lo prestaría por ese precio.
– Está bien. ¿Cuánto pides por él?
– ¿Cuánto tienes en la billetera? Dime la verdad.
– Ya te he dicho que uno de los grandes.
– Estupendo. Yo te doy a “Thaler” y tú me das ese billete.
– ¿Cien dólares a cambio de un simple dólar? ¿Estás loco?
– O lo aceptas o me lo devuelves para siempre…
– Como no tengo ganas de perder el tiempo y como ya me están gritando mis vacías tripas; de acuerdo, te doy el billete pero mientras yo desayuno apaciblemente tú dedícate a localizar a ese tal Arthur Miller para que te lo explique.
Peter Duncan sacó el billete de cien dólares y se lo entregó a Rufus, quien lo recibió con una amplia sonrisa.
– Llamaré a Arthur Miller…
– Pues que tengáis una bonita conversación. Adiós Rufus Robinson. Si alguna vez me da por escribir una obra sobre ti ya tengo un buen argumento…
Peter Duncan salió de la oficina del ensayador de monedas dejando a Rufus Robinson observando, ante la luz natural, por ver si el billete de cien era verdadero o falso.
– Nunca he ganado tanto con tan poco esfuerzo.
En un solo día la vida da muchas vueltas. Eso es lo que está sucediendo con “Thaler”. Desde que llega el alba hasta que nos entra el sueño la vida da mucho para contar…