¿A nadie le ha pasado alguna vez que está limpiando su habitación y aparecen los versos más bellos jamás escritos? Yo que soy un desastre, hago felices descubrimientos cada vez que hay baldeo general.
Recuerdo una vez, quizás la más insólita de todas las anécdotas de este tipo, que abrí un libro de una asignatura que aprobé el primer año de la carrera (claro está, mi carrera tiene 3 cursos, lo de años… a gusto del consumidor) y había una página señalada con una etiqueta de unos pantalones vaqueros. Cuando giré la etiqueta reconocí mi letra con unos versos que no me acordaba siquiera por qué los escribí, aunque tras unos largos momentos de concentración ya descubrí a cuento de qué venian, y me acordé (bendita memoria fotográfica) del momento exacto en que los escribí, los releí… y los dejé señalando la página de un libro de texto cercano pensando: “mmmh… no me gusta nada”. Es curioso como al redescubrirlos me encontré con una de mis mejores creaciones, espero poder ponerla algún día por aquí.
Otra aún más intrigante si cabe fue en un libro de texto de similar año, que más que un libro de por si eran un puñado de fotocopias encuadernadas. Me acordé de que en una clase de esa asignatura le escribí a mi pareja (por aquel entonces lo era, ya no) un poema que recordaba como precioso en aquel momento, y que al leérselo me lo confirmó alabandolo bastante. Pues lo redescubro de una forma un tanto rara: yo era consciente de que esa hoja estaba arrancada, porque lo transcribí a un folio, se lo entregué a esa persona y rompí el original para que ella tuviera (espero que la siga teniendo, y si puede, que la ponga aquí, tiene mi permiso y mi petición) la única copia existente. Pues descubrí la situación donde estaba esa hoja (por el cambio de numeración brusco, la viruta de papel en el canto señalaba a esa localización), y confiando en que por entonces hubiera apretado el bolígrafo para escribir, con un lápiz sombreé toda la hoja, hasta descubrir que estaba prácticamente entera. Y la leí, y aunque dolían, eran preciosas esas palabras, “Mal está el decirlo” (Rodrigo Díaz de Vivar dixit).
Como ya he comentado, soy un desastre, y eso me hace ampliar el concepto de “papel auxiliar”, ya que de antiguo se ha usado una servilleta de un bar o cualquier cosa similar, yo, innovador, usé en su momento una etiqueta de pantalones vaqueros (sobreescribiendo el precio incluso), una página en blanco de un libro de texto, sobres de CDS, portadas de cuadernos, reversos de fichas de personaje de juegos de rol, antiguos folletos explicativos de sectas socialmente aceptadas, catálogos de teléfonos móviles… Guardo todo lo que encuentro (y es susceptible de ser guardado, ya que por ejemplo la poesía que le escribí a esa mujer no la guardé porque me sigue interesando que tenga la única copia, ya que el poema retrata a los dos en el mejor momento de aquella relación) para quizá, dentro de unos años, parezcan mucho mejores de lo que me parecen ahora. Y si mis dedos aguantan el tirón, mi voz no se ha desgañitado todavía, y mi mente sigue igual de amueblada, quizá los publique con un nombre que podría ser perfectamente el que da título a este texto. Porque ciertamente, la importancia de un verso perdido y hallado es tan grande como la importancia de una persona que redescubre su pasado, se explica su presente, y planea por enésima vez, su futuro.
Salud para todos (y amor, y viajes!)