Estamos solos. Es hermoso que el tren corra, definitivamente liberado, hacia esa ilusión que pervive entre las algas asustadas por tanta y tan desesperada espera. Es hermoso entrar, desapercibido por los demás, en el envoltorio “azul-verdad” de las mayeúticas y socráticas preguntas.
– ¿Qué buscas? -interrogan los labios de ella.
– Gorriones de mar… -responden los míos.
– !No me equivoqué! -sonríen sus labios.
E, inesperadamente, toda ella se convierte en cristal.
Quizás al emitir por fin la voz (al igual que el viento rastrea el perfume de las rosas), nuestros acentos no duerman jamás mientras, a lo lejos y cercano al maquillaje de los campos, se escuche el minúsculo murmullo.
ooo “Si siempre va hacia adelante ¿qué hace el tren cuando llega al final del mundo…?”.
ooo “El tren siempre vuelve, Juan… “.
Tal vez ella y yo volvamos en algún momento porque tal vez sea cierto el regreso, pero sabemos que sólo será cuando el final del mundo haya terminado de verdad y vuelvan a nacer todos los universos de este planeta llamado Aire, todos los universos de este planeta llamado Tierra y todos los universos de este planeta llamado Mar. Mientras tanto seguimos buscando la última frontera de nuestra sensación.
“En el ecuador de nosotros mismos está la última frontera[
(JOSE Y LILIANA).