Hay una mariposa volando entre las flores de nácar. Son sus alas tan hermosas que hasta el Sol envidia esa manera de ir sobre los sueños… sobre los sueños… mientras el poeta, junto al arroyuelo sencillo y observando a la mariposa, monta el trípode y el bastidor en breves segundos. Saca un lapicero de su bolsillo que, por arte de magia, se convierte en pincel. Y escribe:
Son tus alas, mariposa,
el sueño de mis poemas
y en medio de esta rosa
te dejo mi ardiente amor.
Él vive de flor en flor
con su existencia amorosa.
El poeta ha terminado de dibujar a la Mariposa Encantada y sigue lentamente sus caminos. Ella abandona el canto empalagoso de los sátiros del campo y vuela, rápida, hasta posarse en el hombro izquierdo del poeta. Y el poeta sonríe…
Eres tú el encanto puro
que preside mi existencia
y desde ahora te juro
que amaré sólo a tu esencia.
La Mariposa Encantada da un beso en la mejilla izquierda del poeta y, los dos siempre juntos, siguen caminando hacia un lugar llamado Misterio.
Que linda inspiración.