LA MIRADA DEL MAR

Cada atardecer, Álvaro hacia el mismo recorrido desde su casa hasta la playa, eran tan solo unos cuantos metros por un camino de cañas y arena que le conducía hasta la solitaria cala, a la que acudía desde hacia ya algunos años, tantos que había perdido la cuenta. Salía portando bajo un brazo su caballete, una silla plegable y en la otra mano un lienzo y su estuche de pinturas. Todos los crepúsculos igual, siguiendo así, algo que con el tiempo y la rutina, había terminado por convertirse como en un ritual. En la misma roca del malecón desplegaba su silla, montaba el caballete, colocando en él un lienzo inmaculado, sacaba los pinceles, la paleta y se sentaba pensativo mirando hacia el mar. Observaba como el Sol iba siendo engullido lentamente por las azules aguas, adivinando el placer del Sol, viéndolo derretirse en la serenidad del océano.


Así un día tras otro, esperando una señal, algo que le revelase el tema del cuadro que ese día pintaría.
Era mediados de octubre, por esas fechas el pequeño pueblecito costero se encontraba prácticamente deshabitado, tan solo por unas cuantas familias y algunos viejos pescadores que se negaban a abandonarlo. Ya hacía tiempo que la gente joven había salido de él buscando mejores oportunidades de vida, limitándose a volver en verano, junto con los muchos turistas que llegaban atraídos por la tranquilidad y la privilegiada situación geográfica de la villa. Salpicado por blancas casas, sin que ningún rastro de construcción moderna rompiese su aspecto de pueblo anclado en el tiempo muchos años atrás. Ni siquiera la afluencia de visitantes en verano alteraba esa especie de limbo en el que se acunaba. Tan solo había una antigua tienda de abastos en la que lo mismo se podía encontrar desde el diario del día, pan recién hecho o aparejos de pesca junto con otros artilugios necesarios por los pescadores. La modernidad se la cedían a los pueblos cercanos, abarrotados de altos edificios, donde se masificaban apartamentos que en verano se llenaban de turistas multiplicando terroríficamente la población. A ellos se desplazaban los habitantes de la localidad cuando necesitaban adquirir algún otro producto. Parecía que habían decidido echar amarras en el tiempo y negarse a la innovación, al progreso. Sus pocos habitantes eran todos conocidos entre sí, una pequeña gran familia, gentes amables, que escogieron no sacrificar su armonía con la naturaleza en aras de las promesas que les ofrecían los nuevos tiempos. Hileras de casitas blancas con macetas colgadas en sus balcones que rompían su blancura, poniendo innumerables notas de color y aromas. Eso junto con el olor a mar y el murmullo de las olas ofrecía un lugar de fantasía, encontrado tan solo en los cuentos encantados.
La gran plaza situada en el mismo corazón del pueblo, con su característica iglesia medieval y su típico café, punto de encuentro en el que igual se podía ver un par de viejos jugando su acostumbrada partida de cartas, que una pareja con ojos enamorados o simplemente algún cliente que saboreaba un café a la par que un libro. Sus paredes estaban cubiertas casi en su totalidad por lienzos, decenas de obras firmadas por el mismo autor, Álvaro Salvet. Eran cuadros en su mayoría de paisajes marinos, rompeolas castigados por la furia del mar, veleros surcando mares en calma, soles prendidos en llamas, apagando en el mar sus deseos, diversas perspectivas del pequeño pueblo, bañistas disfrutando de las olas… pero curiosamente, habían otros en los que se repetía el rostro de una mujer. Una mujer de mirada de un verde profundo y triste sonrisa. Se repetía una y otra vez en los lienzos, sus rasgos dibujados desde todas las perspectivas posibles, con la mirada perdida en un punto indefinido, con la misma amarga sonrisa en sus ojos verde marino y en sus labios, con los ojos entornados y soñadores. También los había de cuerpo entero, paseando distraídamente por la orilla de la playa, sentada en una roca oteando el horizonte, con los brazos sobre las rodillas flexionadas y la mejilla apoyada sobre ellos, con los ojos cerrados, dormitando. Infinidad de gestos que dejaban entrever que esa mujer no era ninguna desconocida para el pintor. Su sereno rostro transmitía una paz inmensa ya la vez una gran tristeza. Parecía joven, alrededor de unos 25 años, pero sus ojos verde mar hablaban de madurez, de una sabiduría tan antigua como el océano. Todos los cuadros tenían el precio debajo, en una cartulina 100 euros, un precio nada elevado teniendo en cuenta que cada uno de ellos era un pedazo de su corazón. A excepción de los de la mujer, que no estaban a la venta.
Era el medio por el cual subsistía Álvaro, su pintura, desde hacia años había renunciado a una vida vulgar y llena de superficialidades, estresante.
Había tenido un cargo importante en una famosa empresa de automóviles, estaba acostumbrado a llevar una vida cómoda. Al cumplir 35 años miró hacia atrás, no encontrando ni un solo motivo por el que se hubiese sentido dichoso hasta entonces. Se codeaba con gente importante y nunca le faltó una bonita mujer en su cama al despertar, cada vez que su instinto masculino le apremiaba, pero sabía que aquella vida no le pertenecía, se sentía vacío. Una mañana al despertar, aquella sensación de soledad y superficialidad se le hizo de pronto insoportable, a su lado dormía una bella mujer, la observó unos instantes, era hermosa sin duda, pero solo sabía de ella su nombre. Recordó la forma en que le había hecho el amor la noche anterior, claro que lo de hacer el amor era solo una forma de hablar, no lo que el entendía en ese acto, sin un sentimiento compartido a parte del deseo, sin un” te quiero”, tan solo eso, ansias por ahogar unos instintos. Y ahora, en ese momento, ese bello cuerpo que dormía a su lado no le provocaba lo mas mínimo, una vez saciado su apetito de macho dejó de interesarle por completo. A su edad desconocía el amor, nunca se había cruzado en su camino, aunque también era cierto que tampoco le había preocupado, hasta aquella mañana. Debía de haber algo más que él desconocía, algo tan grande y profundo que su alma le estaba empujando a buscar. Algo que llenase aquella carencia que inexplicablemente estaba llenándolo todo.
Se levanto y después de darse una ducha rápida, abrió una pequeña bolsa de viaje, llenándola con algunas ropas y objetos de aseo imprescindibles; tomo un café solo y mientras, se preguntaba que iba a hacer. No tenia la menor idea, estaba escapando de algo o tan solo iba en busca de él mismo, ¿En que punto del camino se había perdido? Salió de la casa hacia el garaje, entonces recordó a la chica de su cama ¿Ni siquiera una explicación le debía? La olvidaría, como había olvidado a todas las anteriores.
Salió de la ciudad cogiendo la primera salida hacia la autopista, la que se dirigía hacia la costa, no había pensado que rumbo tomar, y tampoco le preocupaba demasiado, sabia que cuando llegase a su destino lo reconocería sin dudarlo. Miró su reloj, eran las 8 de la mañana, justo la hora en que se suponía empezaba su jornada laboral, no había avisado a nadie de su ausencia, cayó en la cuenta que había dejado sobre su mesilla de noche su teléfono móvil, por lo tanto estaba ilocalizable; mucho mejor así. No tenia familia que le echase en falta, contaba con pocos amigos y al trabajo con llamar diciendo que se ausentaría unos días bastaría.
Fue bordeando la costa en dirección hacia el sur, sin prisas, por primera vez empezó a degustar la libertad, a pesar de la locura que sabia estaba cometiendo se sentía como nunca. Paró en uno de los muchos pueblos costeros a la hora de la comida, busco algún restaurante con vistas al mar y se sentó en una mesa desde donde se divisaba toda la anchura del litoral. Se recreo en su azul insondable, con toques dorados que aquel sol derramaba sobre él, respiro profundamente el olor salado y húmedo… Saboreó el vino y la comida, como si recién acabase de descubrir esos dos placeres, comiendo sin prisas. Una vez terminó pagó la cuenta y prosiguió su camino, la búsqueda de su paraíso particular. Siguió haciendo Kms. siguiendo la línea del mar, parando de vez en cuando al creer ver algún sitio que le atraía, pero una vez que se detenía comprobaba que no era eso tampoco lo que buscaba.
Al llegar la noche paró en el primer pueblo que encontró y buscó un sitio donde poder descansar, el día había sido largo y estaba agotado de tanto conducir. Miró el cuentakilómetros de su coche, había recorrido cerca de 400 en todo el día y el cansancio empezaba a hacerse notar. Aparcó frente a una pensión, después de registrarse subió a la habitación y se echó en la cama quitándose tan solo los zapatos, el agotamiento le venció y se quedó dormido. Se despertó al sentir en su rostro los primeros tibios rayos de sol de la mañana y se sintió invadido por una felicidad que le sorprendió, mas aún al recordar el giro que conscientemente acababa de dar a su vida. Después de darse una ducha y cambiar sus ropas arrugadas por otras bajó a desayunar. La dueña de la pensión era una mujer oronda, de ojos tiernos y maternales. Le asombró escuchar su acento, hasta entonces no se dio cuenta de la distancia que había recorrido. Después de preguntarle que tal había dormido le sirvió un suculento desayuno, con su estómago tan rebosante como su corazón se dispuso a salir para comprobar el sitio donde había hecho noche. Comenzó a caminar por las calles aún poco concurridas del pueblo, sin duda era más pequeño de lo que se imaginó la noche anterior, calculando de un vistazo, no habrían mas de 200 casas dispersas por la línea que bordeaba el mar, algunas eran tan antiguas como el mismo pueblo, pero curiosamente todas se encontraban en perfecto estado, ni una sola se encontraba abandonada. Siguió caminando en dirección a la playa, por un camino serpenteante sin asfaltar, bordeado por cañizos y algunos árboles. Justamente donde terminaba el camino empezaba una escollera, desde donde se podía observar la magnitud del océano, que a esas primeras horas del día, estaba sereno y azul como el mismo cielo. En ese instante fue consciente de que había encontrado lo que buscaba, ése era el lugar donde quería vivir. Se sentó unos instantes sobre un saliente del malecón y dejó que las olas le salpicaran el rostro, cerró los ojos y abriendo los brazos gritó.
– Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
Eufórico se dirigió de nuevo hacia la pensión y buscó a la dueña, le preguntó si había alguna casa en venta en el pueblo.
-Pues ahora mismo no sé, no podría asegurárselo. Sé que hace un par de meses la casa del Joaquín estaba en venta, el pobre se murió de viejo y los hijos querían deshacerse de ella… Pero si usted quiere me entero y luego le digo algo.
-No sabe usted como se lo agradecería. Estaré esperando impaciente.
Se dedicó a pasar el tiempo en espera del informe de la casera recorriendo las empinadas y escasas calles del lugar, le parecía increíble que en este tiempo aun quedaran sitios como aquel, con calles sin asfaltar, sin apenas coches, sin ruidos, tan solo se apreciaba algún vestigio de progreso en los cables que suministraban corriente eléctrica; por lo demás, parecía que había echado raíces un par de siglos atrás. Se encaminó de nuevo hacia la playa, se quitó lo zapatos antes de entrar en la arena y hundió los pies en ella, sintió como su calor le subía por los pies, estimulándole, despertando en él una sensación de placer que sacudió todo su cuerpo, notó como su sangre se calentaba y se excitó como si estuviese acariciando a una mujer hermosa.
Fue hacia al mar, avergonzado con la idea de que una cosa tan simple hubiese despertado su lado erótico, metió los pies en el agua y caminó por la orilla, esperando que su frialdad apagase el fuego que había comenzado a arder en su interior.
La borrachera de sensaciones le abrió el apetito, así que de nuevo fue hasta la pensión, dispuesto devorar todo lo que su casera le pusiera por delante, aparte, tenía la corazonada de que la buena mujer le reservaba alguna buena noticia con respecto a la casa. No se había parado a pensar en que posiblemente ésta podía ser un cuchitril, si había estado habitada hasta entonces por un anciano solo. Pero eso era lo de menos, lo importante era tener un sitio suyo, lo demás podía solucionarse con dinero y eso a él le sobraba. La dueña de la pensión le esperaba casi en la puerta, nerviosa.
-Señor, la casa sigue en venta, pero precisamente esta tarde viene a verla una familia de la capital. Sus hijos han rebajado incluso el precio con tal de quitársela de encima. Si el pobre Joaquín levantara la cabeza…
-Sabe usted a que hora vienen los hijos?
-Pues me parece que han dicho que ya estaban en la casa, que venían temprano aprovechando para pasar el día aquí. Si usted quiere cierro esto y yo misma le acompaño… total, es usted el único huésped…..
Siguió a la mujer, cuando después de cerrar la puerta del hostal, se encaminó calle arriba mientras le hablaba con la voz entrecortada por el esfuerzo.
-Mire usted, la casa no es gran cosa, y me imagino que tiene que ser un desastre, hágase la idea, un viejo solo poco aseada la tendría, lo que yo digo, un desastre. Eso si, tiene una de las mejores vistas del pueblo, y la casa es grande, a ver si tiene usted suerte…
Llegaron enseguida, en verdad que tenia buenas vistas, estaba enclavada en lo alto de una colina, dominando el resto de casas desde su altura, era una vieja casa de dos plantas, debía de tener mas de 100 años, sus formas eran sencillas pero elegantes, con los porticones de las ventanas en forma de arco, un tejado de teja roja y un vierte aguas con dibujos que desde el suelo parecían filigranas moriscas. Le gustó la casa ya a simple vista, se detuvieron frente a la puerta y llamaron. Esperaron un par de minutos a que se abriese, pero nadie dio señales de vida. Volvieron a insistir, y cuando ya se daban por vencidos, detrás de ellos escucharon unas voces.
-¿Puedo ayudarles en algo?
La casera se acercó al hombre y le dijo que Álvaro estaba interesado en la casa.
-Precisamente dentro de un rato tenemos una entrevista, hay una pareja muy interesada en ella, es curioso, dos años intentando venderla y ahora dos posibles compradores a la vez…
-Cuanto pide usted por ella – pregunto Álvaro.
El hijo de Joaquín le explico que a pasar del lamentable estado en el que se encontraba, con solo unos arreglos básicos quedarían en perfecto estado, a demás del jardín que poseía en la parte trasera y de las vistas que tenia. Él tan solo veía una pequeña pega, era que la instalación de agua y luz debían de cambiarse por completo, por lo demás era capaz de resistir en pie otros 200 años. Todo ese rodeo para decirme el precio, pensó Álvaro y cuando el sujeto le dio le dijo cuanto pedía por ella, tubo que contener una carcajada, era simplemente un regalo; así que decidió jugar sus cartas y aprovechar la oportunidad.
-Le ofrezco 3. 000 ¤ mas por ella de lo que pide si cerramos el trato ahora mismo.
El vendedor pareció perplejo, empezó a sudar copiosamente.
-No se que decirle, tenia casi comprometida la casa y no se…
-Bueno, usted decide, quizá esos clientes ni aparezcan y usted pierda los dos clientes a demás de una buena suma extra, en fin…
El hombre parecía nervioso, lo pensó tan solo un par de segundos.
-De acuerdo, usted gana, trato hecho, la casa es suya.
Los dos hombres se estrecharon las manos en gesto de conformidad y después de acordar la hora en que acudirían a un notario para determinar el pago y otros asuntos referentes al tema legal, se despidieron.
Álvaro se encontraba satisfecho con la adquisición, debía de costar unas tres veces más, pero lo que le entusiasmaba era que tenía la casa que quería, una casa con historia, con un pasado, no un edificio impersonal en medio de una jungla de rascacielos y gentes indiferentes.
Le bastó un par de meses para que fuese habitable. La hizo pintar toda, dando una buena capa de barniz a los porticones de las ventanas, dejó los baños y la cocina de origen, tan solo dándoles un toque de modernidad, que le proporcionara la comodidad a la que estaba acostumbrado. Se encargó personalmente de restaurar por completo la gran chimenea del salón, una pieza magnifica, en acabados de mármol tallado, aunque le faltaba un toque femenino no le importó, era su casa y le gustaba, se sentía a sus anchas en ella.
Revisando la gran buhardilla, encontró un viejo caballete, un estuche de pinturas, secas por el tiempo y el desuso. Algo se encendió dentro de él, como una llamada. En el colegio se le daba bien dibujar y ya en la universidad, había escogido como complemento unas clases de bellas artes, pero necesitaba un empleo el día de mañana que le diese dinero y lo de ser artista era cosa de bohemios, de personas sin un espíritu ambicioso, él no pertenecía a ese grupo, tenía las ideas claras, perseguía un objetivo, quería llegar a tener un estatus social como menos respetable y que le diese poder adquisitivo.
¿Qué resorte había saltado aquella mañana para hacerle ver todo de forma distinta? Era inexplicable, pero ahí estaba, después de 6 meses, viviendo en un pueblo, que con un poco de suerte, saldría en algún mapa de carretera, aunque más inexplicable aún, era que se sentía dichoso como nunca, por primera vez, lleno de energía y una vitalidad desconocida en él. Se acostumbró a salir a pintar cada tarde a la playa, al principio cada lienzo era castigado sin compasión, depositado en el contenedor de la basura al terminar. Así un día tras otro, decenas de ellos contenían solo brochazos informes y colores indefinidos, pero con tenacidad y a fuerza de práctica, poco a poco, empezaron a ir tomando forma, y al cabo de un tiempo, alguno de ellos, comenzaban a ser reflejos de casas o paisajes.
El primer verano que pasó en el lugar, los turistas se interesaron por su trabajo, preguntándole el precio cuando le veían pintar. Él se sorprendía, no tenía idea que hubiese gente que pretendiese pagar por ellos. Así, por casualidad una tarde, tomando un café en el pueblo se le acercó uno de esos viajeros y le preguntó por el cuadro a medio terminar que llevaba con él. El dueño del café le comentó por lo bajo que aprovechase, que podía hacer unas perrillas en los meses de verano, vendiendo los cuadros que pintase durante el invierno. Se ofreció a exponerlos en las paredes del local sin ningún interés, solo el de ayudarle No le pareció mala idea a Álvaro, de modo que acepto la propuesta. Jamás hubiese imaginado terminar siendo uno de aquellos bohemios que vivían de su arte y que a él le resultaban tan solo unos inmaduros.
De una forma asombrosa sus cuadros empezaron a venderse, raro era el día que no vendía alguno y a ese ritmo pronto se agotaron, aunque teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que se dedicaba a ello, tampoco disponía de demasiados, así que ese verano se ofrecía a pintarlos por encargo prácticamente.
Hacia tres veranos que vivía en aquella pequeña villa, sus hábitos habían cambiado, y su aspecto también, su pelo crecía indomable, vestía la ropa ancha y cómoda que acostumbraban a utilizar los pescadores. Su piel había adquirido el tono bronceado que da el sol y la vida al aire libre; incluso sus ojos eran distintos, desprendían un brillo salvaje. Dejó de interesarse por el mundo que existía más allá de la aldea y tan solo escuchaba su música clásica mientras pintaba en el malecón. Se metía dentro de los lienzos, pinceles y colores y el resto del mundo desaparecía.
Una de las primeras tardes de otoño de aquel tercer año, se encontraba como siempre extasiado con los reflejos púrpura y ambarinos que el sol poniente derramaba sobre el mar, le seguía causando sorpresa que, después de tanto tiempo, no hubiese día que no descubriese una nueva tonalidad en cada ocaso que pudiese plasmar en sus lienzos. Dejó el pincel sobre el caballete, apurando, saboreando esos últimos instantes en que el sol se fundía en el mar y entonces, reparó en ella. Una mujer se encontraba a pocos metros de él, con la mirada perdida en el mismo punto hacia el que él miraba unos instantes antes. La podía ver de espaldas, con los brazos apoyados en las rodillas y la barbilla sobre estas. Tenía el cabello largo, vaporoso, de un color indeterminado porque el reflejo del sol en el mar lo hacía brillar con un halo de fuego que le daba apariencia sobrenatural.
El corazón de Álvaro dio un estallido, comenzó a sentir como su sangre latía con fuerza, reconociendo el hormigueo del deseo despertarse dentro de su cuerpo, como la tarde que se excitó al contacto con la arena de la playa. Sin duda se debía esto a la situación, pensó, y el tener una mujer cerca después de tanto tiempo, debía de ser eso. Que si no? Si ni siquiera había visto su cara… Aunque algo le decía que debía conocerla. Porque, si no era así, por que su cuerpo le reclamaba un contacto con ella con tanta urgencia?
Se levanto y recogió los pinceles, cerró el caballete y plegó la silla, pero cuando levantó la vista, la misteriosa mujer había desaparecido como el Sol. La buscó con la mirada, pero ni rastro de ella. Lleno de incertidumbre terminó de recoger todos sus trastos y regresó a su casa, volviendo la vista atrás de cuando en cuando, pero la mujer se había esfumado con la puesta de Sol.
No pudo dejar de pensar en ella en los días siguientes, inconscientemente esperaba verla aparecer cada tarde, pero todo quedaba en espera. De nuevo, una semana mas tarde volvió a verla aparecer, se acercaba caminando por la orilla en su dirección, con la mirada puesta en el Sol. Esta vez si pudo ver su rostro a medida que se aproximaba, podía verlo con más nitidez. Rondaría los 25 años, era alta y de figura esbelta que parecía mecerse con la brisa, dando la sensación de flotar en lugar de caminar. Tenía el pelo largo que caía libremente hasta la cintura, de un color marrón con reflejos dorados. Su rostro era ovalado, labios finos; sensuales pómulos. Unas cejas enmarcaban unos ojos verdes, de un verde indescriptible, profundos y serenos, y a la vez tan tristes como si encerraran un adiós.
Álvaro se encontraba aturdido por su belleza, un ligero vestido dejaba entrever su silueta cuando el viento lo pegaba a su cuerpo, la veía acercarse y no podría reaccionar. Aunque su cerebro estaba bloqueado, su cuerpo actuaba por cuenta propia, volvió a sentir como su instinto de macho despertaba pero aun más ardientemente. Su corazón bombeaba sangre a trompicones y notaba el aguijón del deseo partirle en dos con violencia. Esta vez no podía dejarla escapar. Sin recoger sus cosas, se dirigió hacia ella, despacio, intentando recobrar la calma y el aliento mientras se le acercaba. Se encontraba tan solo a un par de metros de la mujer cuando ella se volvió por completo y le miro a los ojos directamente, como si le conociera desde siempre.
-Hola, – le dijo mientras le sonreía y su sonrisa tenía la misma tristeza serena que su mirada – me llamo Laura, vengo aquí de vez en cuando. Este es uno de los lugares más sorprendentes que conozco.
Álvaro no sabia que decir, no esperaba que la mujer le hablase, le había pillado desprevenido y no sabia por donde salir.
-¿Vives aquí? – Logro al fin preguntarle – Nunca te he visto antes.
-Vengo de vez en cuando. Hace años vivía en una de las casas de la colina, pero de eso ya hace bastante.
-Yo vivo en una de esas casas, aunque la verdad, no hace mucho tiempo, como unos 3 años.
-¿Es un lugar especial verdad? – Le preguntó ella, mientras repasaba con la vista cuanto tenía frente a ella.
-Cierto, en cuanto lo vi me conquistó y ya no he sido capaz de irme de aquí.
Laura comenzó a andar por la orilla, dejando que las olas golpeasen contra sus descalzos pies, Álvaro se quito las sandalias para poder andar junto a ella. Se contaron trozos de sus vidas y se descubrieron riendo juntos o poniéndose melancólicos a la vez, con alguna vieja historia de sus pasados. Les cayó la noche encima sin darse cuenta y se sentaron en la arena, iluminados por la gran luna que esa noche colgaba del cielo y las luces de las pequeñas barcas de los pescadores, que hacían que la distancia se iluminara con toques de falsas estrellas. El brillo de la luna, junto con el aroma a flores y mar que traía la brisa, proporcionaba a la noche un toque extraordinario, como las pinceladas que Álvaro imprimía en sus lienzos, como su toque final.
Laura apoyo la cara en las rodillas, como recordó haberla visto aquel primer día, y sintió la necesidad de acariciar aquel cabello. Aproximó el dorso de su mano y lo recorrió lentamente; lo notó deslizarse entre sus dedos y se imaginó hundiendo su cara en él. De nuevo su cuerpo amenazaba con exigencias de apagar aquel fuego que le nacía de dentro. Se acercó a ella despacio y besó su pelo, le pareció oler a brisa de mar; ella volvió su cara hacia él y cogiendo una de sus manos la paso delicadamente por su rostro. Laura beso sus dedos y el no pudo resistir más, la tomó con urgencia por los hombros y la besó con fuerza, ella correspondió al beso con las mismas ansias. Mientras él acariciaba su rostro bajando por su cuello, deteniéndose en sus senos, aprisionándolos con sus manos. Notaba como ella se estremecía con el contacto. Eso le excitaba aún más, jamás ninguna otra mujer había despertado ese deseo tan brutal en él, un deseo que incluso le producía dolor. Su cuerpo iba encendiéndose, abrasándole mientras la besaba con la respiración entrecortada. No era solo instinto sexual lo que sentía, era fuego en el alma, veneración, era amor lo que estaba sintiendo. Esa idea le volvía loco y a medida que la exploraba con sus labios, sentía como el cuerpo de ella comenzaba a prender en llamas junto al suyo. Se hundió entre sus muslos con un frenético calor, arrancándole un gemido nacido del alma. La estaba poseyendo con los ojos cerrados, mientras mordía sus labios, mientras respiraba de su aliento. Las manos de Laura recorrían con ansias su espalda, marcándola con sus uñas. Él no solo estaba tomando su cuerpo, ella le estaba entregando su alma. Eso mismo pensaba Álvaro en aquel instante y eso le empujo a hacerle el amor tiernamente, pero a la vez con toda la fuerza de su hombría. La notó arquearse bajo su cuerpo mientras que de su garganta brotó un gemido ronco, como un sollozo y él sintió como su propio cuerpo se tensaba y una oleada de calor le subía hasta la cabeza, haciéndole estallar por dentro. Se dejó caer sobre ella, extenuado, besando su cuello mientras recuperaban lentamente el aliento. Laura acariciaba su pelo mientras él, con la cabeza apoyada en su pecho, escuchaba como su corazón recuperaba su ritmo.
Álvaro levanto la mirada, quería ver la expresión de su rostro.
-Laura, mírame, abre los ojos, – le susurró.
-Shhhhhhhhhhhhhhh, -siseó poniendo un dedo en sus labios, impidiéndole decir más.
Volvió a apoyar la cabeza en el pecho de ella y la luna se fue apagando.
Se despertó con los primeros rayos del sol, sentía un frío que le hacía estremecer; se habían quedado dormidos en la playa y la brisa matutina le despertó, pero Laura no se encontraba a su lado, se había esfumado. Pero, ¿por que no le había despertado, acaso no tenia para ella importancia lo que habían compartido la noche anterior? Se levantó, sacudiéndose la arena de sus ropas y se dirigió hacia su casa. Sentía necesidad de pintar, de pintarla a ella, necesidad de empezar en aquel mismo instante. Cuando aun tenía su olor impregnado en su cuerpo, su sabor en sus labios y en sus manos el calor de su cuerpo. Se preparó un café y dispuso todos los útiles para empezar pintar. Comenzó trazando su rostro a carboncillo, el perfecto óvalo de su cara, sus tristes ojos de mirada triste, su melancólica boca y el largo cabello mecido al viento. Dibujaba frenéticamente, sin detenerse y 3 horas después lo había concluido. Era ella, hasta él más mínimo detalle, su mirada perdida, la línea de su boca, la dulce expresión de su rostro. La había plasmado a la perfección, como si la hubiese estado viendo toda su vida, como si conociese hasta el menor detalle de su físico y de su alma. Satisfecho con el resultado, se dio un baño y esperó con ansiedad que llegase la hora de salir a su encuentro. El día se le hizo interminable, ¿como no le había preguntado dónde podría encontrarla? No sabia absolutamente nada de ella salvo su nombre y la pasión que despertaba dentro de él y la certeza de que había empezado a amarla ya sin límite.
La esperó al ocaso, en el lugar de siempre, pero no apareció esa tarde, ni la siguiente. Era tal su necesidad de tenerla, de volverla a poseer, que se dedicó a pintarla obsesivamente, plasmando su deseo en los lienzos. Esperó 11 días, los mismos que cuadros de ella pintó. Ni una sola noticia, se estaba volviendo loco de pensar, como podría encontrarla. Una idea le iluminó en su desesperación. Cogió uno de los cuadros que había pintado y se dirigió al café. Se había hecho buen amigo del dueño en estos años, seguramente él podría decirle algo sobre Laura. Por suerte cuando llegó, el local estaba casi vacío, solo un par de ancianos jugaban una partida al mus.
-Hombre Álvaro, traes un nuevo cuadro por lo que veo, hacía días que no traías ninguno. Aunque hasta el próximo verano… ya lo sabes. Me temo que la cosa empezó a flojear.
-Cierto amigo, pero este cuadro no es para vender, – le dijo con un tono que el hombre calificó de preocupante.
-¿No? ¿Y eso porqué?, a ver, enséñamelo, no puede ser tan malo… – le dijo mientras le arrebataba el lienzo de las manos.
-¿La conoces? – Pregunto Álvaro – ¿Conoces a esta mujer, sabes donde puedo encontrarla? Necesito hacerlo.
El dueño del local miró a su amigo perplejo y luego volvió la vista al cuadro, sin saber si le estaba haciendo víctima de alguna broma, aunque por la expresión preocupada de su cara, estaba seguro de que era así.
-Hombre, saberlo….. Claro que lo sé.
-Dime donde, necesito encontrarla hoy mismo.
El hombre dejó el cuadro sobre la mesa y puso una mano sobre el hombro de su amigo.
-La puedes encontrar en el cementerio, lleva muerta más de 10 años… ¿Sabes algo? Precisamente era la hija del Joaquín, el hombre al que pertenecía tu casa. Laura siempre fue una niña extraña, tímida reservada… una cría con pocos amigos. La encantaba sentarse a mirar la puesta de Sol. Siempre se la podía ver, curiosamente, en el mismo sitio en el que tú pintas tus cuadros. Allí pasaba las horas, como tú y cuando el Sol terminaba de ponerse, se volvía a su casa por donde había venido.
El dueño del bar vio como la expresión de su amigo cambiaba, palidecía por momentos, empujando su hombro, le invito a sentarse y continúo contándole la historia.
-Una de esas tardes la vieron levantarse, justo cuando el Sol se escondía, pero en lugar de dirigirse como siempre hacia su casa, se adentro en el mar, despacio y sin mirar atrás, hasta desaparecer por completo, algunos se lanzaron tras ella para salvarla, pero fue inútil, no la encontraron, como jamás encontraron su cuerpo. Dicen que el viejo contaba que su hija le visitaba, pero claro, nadie le hacia caso, al pobre la vejez le dio por eso, ya ves… Y esa es la historia. Ahora dime, chico, como has pintado tú ese cuadro, seguro que encontraste alguna foto de la muchacha por la casa, ¿no?
-Si… eso es, -respondió con la mente en otra parte.
Su cabeza bullía, se había vuelto loco por completo, seguro. Se levanto dirigiéndose a la puerta mientras su amigo le decía cosas que el no podía descifrar. Solo podía pensar en lo que le estaba ocurriendo. Le había hecho el amor a un fantasma, a una aparición, no, no podía ser, había notado su calor, su piel, su aliento en su boca, había temblado bajo su cuerpo. Salió del café pensando que estaba loco, loco de remate.
Aquella tarde se dirigió como siempre al rompeolas, pero sin sus útiles de pintar, simplemente se sentó a esperar, pero esperar que? Que volviese a aparecer? Recordó lo que ella le había dicho, había vivido en el pueblo hacía años, pero ya no vivía allí, no le había mentido. Se sobresalto a recordar un pequeño detalle, las dos veces que la había visto ella llevaba el mismo vestido y había desaparecido de la misma misteriosa manera. Cerró los ojos, eso no podía ser real, tenía que ser un mal sueño, Le había hecho el amor a una mujer, una mujer que le había hecho sentir hombre como nunca, su cuerpo volvía a encenderse con el simple recuerdo de la noche que la hizo suya y sintió su sangre comenzar a hervir de nuevo. Sintió una presencia y abrió los ojos, allí estaba Laura, sentada delante de él, con el mismo vestido de siempre.
-Me cansé de esperar, – dijo con un hilo de voz, como si hubiese leído en su pensamiento una pregunta que él no se atrevía a hacerle.- Me cansé de buscar un sitio en este mundo vacío, de esperar algo que no sabía que era, pero que nunca llegó o no supe encontrarlo.
-Es curioso – murmuro él, – yo también sentí la necesidad de buscar algo y lo encontré aquí y aquí te encontré a ti, aunque demasiado tarde ¿No es cierto?
-Me cansé de esperarte Álvaro, sabía que algún día vendrías a mí, no sabía cuando, pero no pude soportar la espera.
Se volvió hacia él, Laura tenia en su mirada la misma amargura de siempre, acarició su pelo son suavidad mientras se levantaba y, despacio comenzó a caminar hacia el mar.
Él permaneció inmóvil, sabiendo que no podía hacer nada por impedirlo, no estaba en sus manos, hacia 10 años que había dejado de estar en sus manos. La vio entrar en él despacio, en dirección al Sol que se ocultaba, ella volvió la vista atrás un instante, mirándole con aquellos ojos de mar y Álvaro vio brillar en ellos una lágrima, era una lágrima de despedida. Siguió su camino mar adentro, hasta desaparecer por completo en el preciso momento en el que el Sol se escondía.
Álvaro se quedo mirándola, la vista fija en el punto en el que Laura se había diluido en el agua. Comenzó a llorar silenciosamente mientras apretaba los puños con rabia, con fuerza. Mientras un dolor frío recorría todo su ser, estremeciéndole. Cayó de rodillas sobre la arena y así estuvo durante mucho tiempo, derramando sobre ella sus lágrimas de hombre derrotado.
Han pasado algunos años y Álvaro sigue con su ritual de pintar en el rompeolas las puestas de Sol. Su cabello se ha salpicado de canas, sigue siendo el hombre vital de siempre el que llego al pueblo en busca de un sueño, de su libertad, y aunque sus ojos ahora esconden un reflejo de tristeza, brillan de deseo cada vez que descubre en el mar un tono verde que le recuerda la mirada de Laura. LA MIRADA PROFUNDA DEL MAR. Porque sabe que desde la profundidad Laura le observa.

F Í N

16 – 8 – 2004

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