Alzó la ninfa su semblante
con industrioso alarde femenino
y ató a su cuello una collarina
de caracolas azules y esmeraldas.
Su morada era un espacio verde
que ofrecía su abrazo poderoso
al inmoral sentido de su vida
compartida con los dioses de las aguas.
Su misión era andar caminos
por el fondo del océano morado
y sus ojos eran símbolos de imágenes
raptadas al Neptuno displicente.
La ninfa era luz inmemorial
en el conjunto de los mares fríos
y su bello rostro se mostraba
en el círculo completo de las aguas.
Ella preside, gozosa y resplandeciente,
el mundo de aquellas lindes fastuosas
y el reloj del tiempo procesaba
su eterno existir en la alegría.